El hombre le hizo un gesto de que lo siguiera: el bus se detuvo en la siguiente parada. Descendieron del transporte y caminaron en dirección a una vieja casona que tenía aspecto de abandono: la pintura estaba corroída por el paso del tiempo y la madera parecía estar carcomida por las termitas. Cuando la puerta se abrió, el muchacho tuvo miedo de que la casa entera acabara viniéndose abajo con el solo hecho de poner un pie en el interior.
- Deja tus zapatillas en un lado. Caminando con calcetines habrá menos ruido.
- Ok... -el muchacho respondió, sorprendido de que el secuestrador ahora le hablara en su propio idioma, con un acento nativo.
Caminaron por el pasillo: la casa era muy luminosa y su aspecto interno distaba mucho del exterior. Todo le hacía creer que allí dentro solía haber mucho movimiento.
- Perdona por lo del bus. Traté de pasar lo más desapercibido posible.
- No creo que andar con una pistola en la vía pública te haga pasar muy desapercibido.
- Sí, ya lo sé, pero de otra forma no hubiese aceptado venir conmigo. Sé lo paranoico que eres.
- ¿Por qué lo sabes?
- Hombre, antes de que decidiéramos ir por ti, ya te habíamos estado investigando de hacía tiempo.
- Creo que tengo motivos para la paranoia.
- Algo así -rió, abriendo la puerta del refrigerador-. ¿Té helado, Coca Cola, una cerveza...?
- Estoy bien, gracias.
- No, en serio, hombre, debes tener sed después de todo este viaje incierto. Puedes sentirte tranquilo de que aquí nadie te va a rastrear.
Observó su celular y notó que no tenía cobertura. Lo devolvió a su bolsillo al momento en que aceptaba una cerveza fría que realmente le apetecía en ese momento. El hombre se sentó en una silla.
- ¿Cuándo me vas a preguntar por qué estás aquí?
- Estaba esperando a que me lo dijeras tú... ¿o me equivoqué de película?
- Mmm... ni siquiera yo sé si esta es la primera o la segunda parte, pero en fin. Solo te puedo decir que tienes algunas habilidades, ¿o no?
- Supongo que todos somos buenos en algo.
- No nos veamos la suerte entre gitanos, por favor. Sabes de lo que te estoy hablando.
-Es que no sé si es una habilidad en realidad.
En ese momento, una sombra cruzó el pasillo, con un destello de luz que desapareció en un instante. El muchacho se vio notoriamente distraído por dicha aparición.
- ¿Todavía crees que no es una habilidad? A esta casa ha venido mucha gente: amigos de la familia, gente ofreciendo cosas, pero eres el único que ha visto al espíritu.
- O sea que, realmente, estamos hablando de un espíritu...
- ¿Lo dudabas?
- No lo sé... lo siento... todavía estoy confundido.
- Mantén la calma, si no, vas a enloquecer.
- ¿Más aún?
El hombre le indicó que caminaran hacia la terraza. La imagen le parecía surrealista: no entendía como había ingresado por un primer piso y ahora se encontraba contemplando una panorámica del otro lado de Londres, ese que no conocía. Observó maravillado los techos de las casas y, a lo lejos, el río que dividía la ciudad. No sabía a ciencia cierta dónde se encontraba ni cómo regresaría a su casa, pero se sentía a gusto. Regresó la mirada a quien, en algún momento, supuso como un secuestrador.
- ¿Cómo puedo llegar a ella?
El hombre se mantuvo en silencio y apagó el cigarro que tenía encendido.
- ¿Realmente sabes por qué la buscas?
- Quizás, ella me esté buscando a mí.
El hombre asintió con la mirada. La nieve acumulada sobre los techos londinenses pronto comenzaría a congelarse: los termómetros marcaban -3º C.