Y, al dormir, me despierto obnubilado por las luces de esa ciudad incansable, que no duerme, que se mantiene viva, que ruge, que sueña despierta, que crece, que salta, que juega, que ríe, que baila y canta. Esa ciudad que me dio cuna, esa ciudad que me vio volver a dormir abrazado a su regazo. Me despierto anestesiado por los sonidos subterráneos que provienen de las calles, de los edificios neoclásicos que me hacen sentir en un mundo diferente con ese color a mar que pinta de ilusión cada paso de los transeúntes acelerados en busca de un destino. ¿Hacia dónde vamos? se cuestionarán una y otra vez, quizás sin encontrar una respuesta momentánea. Me despierto porque... ¿por qué me despierto si añoraría dormir hasta el mediodía? ¿Por qué me despierto si lo que quiero es soñar? Los gritos de algún transeúnte, de algún fantasma o qué se yo.
Y, de pronto, casi sin saber, me siento en una banca a esperar el próximo vuelo que está próximo a llegar. El aeropuerto es extraño... y no sé qué es lo que espero. Los aviones tienen diseños extraños: quizás tenga relación con algo de aerodinámico para que puedan volar mejor. Y claro está, veo el primer avión descender sobre la pista en una posición extraña, quizás demasiado inclinada como si estuviese esperando chocar con la tierra. Aterriza de golpe, toca el suelo y se detiene ante la mirada de todos los que no entendemos por qué. Está claro, la tecnología lo puede todo y cada día debemos acostumbrarnos a nuevas sorpresas. Y yo sigo esperando aquel avión que no sé cuándo vendrá, ni a quién traerá, con qué encargo, con qué mensaje, en qué contexto, con qué finalidad. Me detengo a observar el siguiente avión que se avecina a paso apresurado y algo se ve extraño: no viene hacia la pista. ¿Qué sucede? El avión sale del recinto y choca con la torre de control ante las voces de sorpresa de los espectadores, pero, al parecer, vuelve a su destino por una maniobra extraña del piloto. Vuelve a la pista y da un vuelco extraño: el avión se sale de la reja en dirección al lugar desde donde lo observamos venir, sin sorpresa, casi sin con resignación porque de seguro sabíamos que eso estaba por suceder. Veo la punta de la nave que pasa sobre mi hombro al momento en que lo esquivo.
Nunca supe si logré salvarme o no de aquel extraño accidente. Me desperté a las 5 de la mañana cuando esperaba que el despertador sonara en 90 minutos más.
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