Tenía la cadena en sus manos, junto con algunos rastros de nieve que se le habían pegado a los dedos al momento de capturar la cadena. Algo le hacía intuir que dicho elemento tenía más de alguna relación con los sueños de las últimas semanas. De todas formas, sentía un poco de temor al pensar en la paranoia que lo estaba rodeando a partir de toda la serie de extraños acontecimientos que no lograban tener cabida dentro de la lógica. Era como si, de un segundo a otro, su vida hubiese retrocedido más de 10 años a su infancia, cuando ver objetos paranormales era tan común como salir a la calle a comprar un paqueta de galletas con chips de chocolate. Mantuvo la cadena durante algún instante, observando con intriga las iniciales grabadas en el metal: no tenía respuesta y las pocas razonas que aparecían en su cabeza carecían de las más completa lógica aunque, después de todo, ya no tenía idea cuál era la lógica del mundo. Era como si su brújula interna hubiese experimentado un peligroso cambio de polaridad que, en cualquier momento, lo derribaría nuevamente al suelo: volver a las pastillas, a las inyecciones diversas y una serie de malos ratos que lo tuvieron esclavo de las salas de hospital por casi 5 años. Contuvo la ansiedad que empezaba a apoderarse de su torrente sanguíneo, tragó saliva y se puso de pie: el exterior no era lo suficientemente cálido como para permanecer en pijama.
Cerró la cortina con el corazón acelerado: eso solía ser un mal indicio. Recordó las pastillas que siempre mantenía guardadas dentro del cajón del velador: ese "por si acaso" le sonaba como una puñalada en las costillas. Sabía que debía mantenerse lejos de los medicamentos, que debía ser fuerte una vez más como lo había sido durante aquellos 10 años de tranquilidad. ¿Por qué todo volvía a perder el sentido? Se cuestionaba tantas cosas mientras volvía a su asiento para tomar la taza y arrojarla al lavaplatos. Salió de la casa 30 minutos después, abrigándose lo suficiente como para cruzar la ciudad cubierta de nieve. La estación Lambeth North funcionaba con normalidad y la sonrisa de la muchacha que le vendió el "one-day-ticket" le pareció motivadora, aunque algo de surrealista existía en su ropa. Pese a llevar algún tiempo asentado en la capital inglesa, todavía no lograba acostumbrarse del todo al sistema: los buses que circulaban en dirección contraria a la que estuvo acostumbrado por más de 20 años, los inviernos extremadamente oscuros y el frío que congelaba hasta sus huesos. Recorrió los túneles que cruzaban la ciudad y, al salir de la estación, contempló la rueda que parecía inmóvil a lo lejos: seguramente, sería el mejor lugar para lanzarse al vacío cuando se acabaran sus intenciones de responder lo que no tenía respuesta.
Se despertó de pronto al sentir que alguien pasaba a llevar su hombro al interior de un bus, en el cual iba sentado en el segundo piso. No recordaba cómo había llegado allí, si acaso se había subido en Victoria o en Picadilly Circus. Cualquiera que lo observase pensaría que estaba drogado, pese a que jamás en su vida había consumida estupefaciente alguno. Levantó la mirada y se encontró de frente con la pantalla negra que anunciaba: 24 to Pimlico. El tráfico en el centro de Londres era un caos ya que existía demasiado parque automotriz para tan poco espacio. Recorrer la ciudad era casi como realizar una salida turística a diario, teniendo el tiempo suficiente para conocer cada uno de los detalles del Parliament. Bebió un poco de agua para acabar de despertar, cuando notó la mirada de un pasajero que observaba detalladamente su presencia. Se incomodó de pronto, apartando rápidamente la vista de aquel extraño que mantenía su mirada fija en cada uno de sus movimientos. El bus continuó hasta la siguiente parada y cuando algunos pasajeros descendieron, el hombre se acercó y se sentó en el asiento aledaño. La situación se tornaba bastante tensa, pero era poco lo que se atrevía hacer. Quizás solo sería paranoia de su parte producto del insomnio que lo aquejaba desde hacía tiempo: en cualquier momento se daría cuenta de que todo era completamente normal y que no existían motivos de qué preocuparse. Sin embargo, el hombre sacó un teléfono y, sin quitarle la mirada, comenzó a marcar un número. La siguiente parada del bus parecía estar lo suficientemente distante como para hacer de ese momento una eternidad, sobre todo cuando el hombre se acercaba y se sentaba justo a su lado.
- Finally, I've found you.
- Sorry?
- Don't feel sorry, man -ironizó, guardando el teléfono en su bolsillo y señalando el arma que guardaba dentro del pantalón-. Are you coming with us?
- Not really...
- Come on...
El bus continuaba recorriendo calles, doblando en las esquinas y esquivando al tumulto de vehículos que se detenían en las calles como para obstaculizar aún más el camino. La voz de la máquina continuaba con su anuncio infernal, mientras el arma se acercaba cada vez más a un lado de las costillas del muchacho, muy bien cubiertas por un grueso abrigo para soportar el frío. El hombre logró establecer la llamada, pero sus palabras le resultaron completamente inaudibles: era como si sus oídos hubiesen bloqueado completamente los estímulos auditivos ante el temor de lo que podría suceder. Solo entonces notó que, a la altura de la muñeca, el extraño hombre llevaba tatuadas aquellas enigmáticas letras que se habían transformado, quizás, en el motivo de su insomnio. El bus no se detenía: 24 to Pimlico.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario