La noche anterior había soñado con fantasmas. Eran extraños y diversos: algunos provenían de la época medieval con sus atuendos de ropa antigua y ligera, mientras otros provenían incluso del futuro, cosa que no dejaba de resultar extraña. Pese a estar acostumbrado a ver todo tipo de personajes durante su vida cotidiana, todavía no perdía la capacidad de asombro ante la infinita cantidad de seres exóticos que podía divisar a la vuelta de la esquina. Había despertado con una sensación muy fuerte, como si todo lo soñado hubiese sido tan real: incluso estaba tiritando y se sentía húmedo por haber corrido tanto tiempo sobre la nieve que caía copiosamente sobre los alrededores de Lambeth. ¿Por qué solía soñar con fantasmas? Se restregó los ojos mientras veía algunos claros de sol que ingresaban a través de las cortinas medio abiertas: los edificios antiguos estaban cubiertos de nieve y las nubes que quedaban en el cielo eran el indicio de que la tormenta aún no había acabado. Londres se convertía, nuevamente, en un sendero completamente cubierto de blanco y quizás tendría más de algún problema para pillar algún bus.
Junto a su taza de café hirviendo estaba el libro que había comprado en una librería de Victoria Station. No sabía por qué lo había comprado, simplemente lo había sacado de la repisa para luego cancelar y despedirse con un escueto "thanks". Siquiera recordaba el precio: daba igual si hubiese salido 1 libra o si hubiese tenido que pagar 1000. Los últimos los días lo mantenían tan confundido que todo se transformaba en un torbellino de imágenes y dudas: hacía varios días que no tomaba ningún apunte en sus clases y todo le hacía pensar que la reprobación era algo inminente. ¿Y qué vendría después? Tener que abandonar Inglaterra con rumbo a la Península Ibérica para ver cómo podría regularizar la situación y quizás conseguir una nueva oportunidad en el Reino Unido o asentarse, definitivamente, en Barcelona. Opciones, al menos, tenía suficientes como para no deprimirse. Golpeaba con el pie la pata de la mesa mientras observaba las ondas que se iba formando en la taza de la cual, lentamente, el vapor dejaba de emanar. ¿Qué era ese libro? ¿Por qué lo tenía? ¿Para qué lo había comprado? Había pasado más de una semana y el envoltorio seguía intacto: solo se había preocupado de sacar el precio, ya ni se acordaba por qué.
Se asomó al balcón y encontró la calle cubierta de blanco: quizás serían unos 15 centímetros de nieve que aún no eran violentados por el paso de algún objeto en movimiento. Las baldosas de la terraza estaban congeladas y algunas gotas del hielo que se derretía comenzaban a caer sobre su cabeza: el frío exterior contrastaba con el calor del interior de su departamento, por lo que permanecer en pijama, definitivamente, no era una buena idea. Cuando se devolvía para salvarse del frío, divisó una sombra negra que se asomaba cerca del balcón como si se tratara de un pájaro volador que se posaba en la baranda. Fijó su atención, pero una fuerza extraña le impidió mantener la vista fija, obligándolo a mirar hacia abajo. Por más que lo intentaba, algo lo mantenía inmóvil.
- ¿Sabes de lo que puede ser capaz, verdad?
- No, no lo sé.
- Deberías estar al tanto antes de continuar -la voz era desafiante.
- No tengo miedo.
- ¿Te crees valiente? Veamos qué tanto.
El pájaro se abalanzó contra él, empujándolo contra el suelo mientras aleteaba violentamente. El muchacho lo espantó con las manos, descubriendo luego las marcas de los picotazos en sus brazos. La piel le ardía producto del ataque: vio al pájaro que volaba con las garras ensangrentadas. Sintió deseos de lanzarle la taza de café caliente, pero su puntería solía ser tan nefasta que muy probablemente algún transeúnte podría llevarse un regalito inesperado. Se percató de una cadena que el ave habia dejado caer antes de desaparecer en el aire. La buscó entre la nieve: el brillo del metal era enceguecedor. ¿Acaso los fantasmas tendrían algo que ver con las iniciales L.T. que había grabadas en la cadena?
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