Mis pisadas quedan plasmadas en ese sereno que cae por los tejados de la ciudad que se ilumina antes de dormir. Comienza el amanecer cuando se despierta el atardecer y, por su parte, el atardecer enmudece cuando la luna se esconde en algún lugar. Y los soles de la noche cantan canciones que no entiendo, cuando las sirenas escondidas aparecen nadando en la orilla de la playa para acompañar a los navegantes que perecieron congelados en busca de un tesoro que nunca existió. Y así, las luces del silencio se van sumergiendo en los pasajes oculttos de esas calles de adoquín por las que caminamos descalzos en busca de una nueva vida.
Y el puerto se cubre de neblina cuando los barcos anuncian su partida.
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