Las luces se confunden en una mezcla extraña, como si se tratara de un baile. Olvidé cuántas cervezas ya he bebido: quizás cinco, quizás más. No recuerdo el sabor del último vaso, no recuerdo la sensación de la vida. A veces me detengo a observar el reloj detenido sobre la pared, cuando la vena se atasca en mis venas con la sensación inminente de querer fluir hacia la luz: le aterra la oscuridad, le aterra el silencio. Y en eso, mi cuerpo tambalea en el descontrol de no saber la huida, de no saber cuál será el amanecer. He olvidado, de pronto, la sensación de mis pies sobre el suelo y ya no sé en qué momento comencé a creer que tenía alas. ¿Hacia dónde volar? ¿Hacia dónde salir corriendo? ¿Hacia donde apuntar la mirada para comenzar a viajar hacia la infinidad?
Recuerdo esa pampa árida, amarilla, sombría... recuerdo la luz de la primavera que no se ocultaba en el cerro, recuerdo esas tardes eternas que acababan a las 10.30 de la noche, recuerdo una tarde pedaleando por General Medina, recuerdo el frío abrasador. A veces creo, que vuelvo al pasado, que mi cuerpo recupera la imagen de antaño, que puedo perderme en ese horizonte extrañamente magnético. Dejo la mente que fluya, que las palabras se agolpen, que la vista se nuble, que todo se confunda, que pierda el sentido, sentido, sentido... ¿qué es el sentido? ¿qué es el significado? ¿Qué es lo que sucede?
Ya olvidé cuántas cervezas compré en el supermercado. Ya olvidé cómo llegué hasta aquí.
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