Cuando abrió los ojos, las líneas de la carretera iban quedando atrás frente a su mirada casi inerte. No sabía cuánto rato ya había dormido, quizá unas 2 horas: lo único certero es que ya distaba bastante de Madrid. La oscuridad de la noche, el misterio de un camino desconocido y Stereo Love que sonaba por los parlantes del autobús que corría en dirección hacia ese horizonte que parecía moverse. Los pasajeros que dormían alrededor y el conductor que parecía no existir.
Horas de viaje para volver a cerrar los ojos y, al abrirlos, ver que los carteles ya estaban escritos en un idioma distinto. Sonrió: ya divisaba el enorme puente que cruzaba el Tajo. Las luces de Lisboa iluminaban una madrugada fría.
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