Hay algo en ese frío aire que corre por los callejones ocultos de la ciudad que hace que ese puerto sea mío: historias diversas circulando por los cables del tendido eléctrico y las voces alegres de quienes se cuentan su vida a través del teléfono, de la vecina que salió con otro, del vecino que se emborrachó antes de saberlo, del vecino que compró una guitarra y aprendió a tocarla mientras observaba las luces que se alzaban hacia el cerro. De las melodías de los pájaros que cantan cuando se posan sobre las barandas de algún paseo, de las gaviotas que vienen a quedarse luego de viajar kilómetros y kilómetros hasta encontrarse nuevamente en casa.
Hay algo en cada adoquín que me hace saber que ya los he caminado, pero que al volver, será como si todo partiese de cero. La ciudad cambia de colores y las escaleras aparecen y desaparecen, creando un paisaje nuevo a cada mañana cuando el sol aparece desde algún lugar y se oculta tras el cerro, cuando su reflejo se proyecta en el Pacífico inquieto que baña las costas del puerto.
1 comentario:
Amo esta ciudad cada día más... sí, más que a París, pero menos que a ti :p
Publicar un comentario