...y el silencio de la urbe me duerme. Las luces de las calles se prolongan hasta el infinito, cruzan los cerros, se introducen en los bosques, lanzan luces hacia el cielo, forman nubes, forman lluvia, cuentan las gotas de agua suspendidas como hielo sobre la atmósfera. Desde las alturas el mar se ve tan quieto que asusta, a la espera de cualquier torbellino para convertirse en distorsión. Confusión. Una constante divagación entre las estrellas que a veces se caen sobre las olas que revientan allá en el molo y se detienen cerca del malecón, esas luces de nostalgia que son únicas y que iluminan la noche que mira hacia el norte mientras todo el resto mira hacia el mar. Pero igual miramos al mar, cantando canciones que nos hacen bailar. Y el silencio de la urbe me despierta...
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