La niebla avanza desde el horizonte con un mensaje de misterio y de enigma, donde las aguas silenciosas se mueven sigilosas de un lado a otro: cruzan el Pacífico, se pierden en las profundidades para evaporarse y convertirse en nubes. Las nubes que llevan el agua, que golpean la ciudad y la cubren de difusas luces que se confunden entre sí, que distorsionan el paisaje generando una imagen diferente y renovada de eso cotidiano que ahora toma un matiz distinto. La ciudad escondida se convierte en imaginación producto de la confusión de la niebla invernal nocturna que se posa en pleno mediodía, que dibuja colores dorados bajo las estrellas que ya no se ven.
La niebla se convierte en agua que humedece los adoquines, que humedece la piel, que hace dormir la mirada. La niebla se transforma en el río que baja por los cerros hasta dar al mar y reiniciar el ciclo.
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