Hoy fue extraño: entregué uno de los últimos trabajos de mi era pedagógica y la sensación de vacío era enorme. Por más que intentaban anunciarme que se trataba del final de la carrera y de que la vida universitaria comienza a decir adiós, no logro sentirlo como algo real: ¿es que acaso me quedé con el gusto de querer seguir siendo eterno estudiante? ¿Ahora me adheriré a marchas solo para quedarme eternamente en la universidad? Nada de eso, definitivamente. Es extraño ver que ha pasado una de esas etapas que parecía lejana, que si bien es compleja, con esfuerzo se puede llegar a buen puerto. La reunión comenzó a eso de las 17.30 cuando los profesores llegaron a un salón para compartir un té, torta y pancitos de cocktail para realizar alguna de las últimas conversaciones con quienes guiaron este proceso que odié durante el 80% de su desarrollo y que ahora comienzo a mirar con nostalgia. La vida se convierte en temores e incertezas, como siempre, pero ahora más que nunca: pensar en trabajar en algo que no quiero me aterra un poco, pero es el precio de haber tomado una decisión que, finalmente, confío que haya sido la mejor. La vida misma se encarga de llevarlo a uno hacia el camino que corresponde y creo que si no es el camino exacto, estoy muy cerca.
Me agradó volver a tener esa conversación con la gente del círculo y ver que, después de todo, seguimos teniendo la misma buena onda de siempre y que los recuerdos parecen estar siempre vivos. Me agradó notar el interés por saber de nuestras vidas y ver que aún continúa el cariño de siempre, que las relaciones pueden permanecer pese a ciertas caídas que marcan el camino. Vi que esa puerta no está abierta y me dolió un poco, pero ya se abrirán otras que serán para mejor. Comienza el inicio de esa temida era pedagógica de la cual reniego, pero por la cual ya opté. ¿Qué es lo que sucederá? No tengo ni la más mínima idea: que la vida sea la que me lleve al lugar donde debo estar.
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