Entre la lluvia me detengo a ver el paso del tiempo.
Las pisadas dejadas al azar en un paseo otoñal
y los recuerdos de un pueblo lejano,
perdido entre los olvidados llanos
donde las tardes se convirtieron en noches
y las noches en historias sin final.
Allá donde la música retumbaba en las paredes
y las domingos de madrugada se alargaban hasta el atardecer.
Esas tardes caminando descalzo por el balcón
y el granizo rebotando sobre las baldosas
que luego casi me harían resbalar.
Esos días de improviso en que la nube ocultaba la urbe
y todo se transformaba en confusión,
donde las luces no existían
y los fantasmas volvían a tomar vida.
Donde tantas veces acudí a recordar
ese mar tranquilo, pacífico y lejano
del cual me distancié por seis meses.
Tantas historias, tantos recuerdos,
tantos sueños, tantas sonrisas, tantas miradas,
tanta gente, tantos caminos... tanto.
Tantas canciones que ahora mismo ya no recuerdo.
Tanto frío que soporté con una chaqueta, una bufanda
y un par de converse amarillas humedecidas por las posas.
Tantas fotografías, tanta lluvia.
Me detengo a recordar las primaveras otoñales de la Mancha
cuando la música retumba nuevamente en mis paredes
y me transporto a ese silencio que ahora veo como un sueño.
Castilla fue un sueño
y el mundo entero es una completa ilusión.
La lluvia golpea nuevamente mi ventana
y allá bien lejos, en otro continente,
los vehículos cruzan la carretera rumbo a la costa:
el llano olvidado sigue cubierto de nubes,
vibrante de sueños.
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