Creo que el cambio de hora no me ha pillado desprevenido, pero, de todas formas, no he podido desligarme de algunos de esos efectos adversos que siempre anuncian y que nunca antes me había tocado percibir. Quizá se trate del nunca bien querido -ni reconocido, claramente- paso de los años y que las cosas que antes no afectaban, ahora sí: que el cuerpo no es el mismo, que los carretes pasan la cuenta y un sinfín de ese blah blah que algún día te dijeron con la intención de que no salieras a carretear por enésima vez en el mes. Pero creo que se trata de periodos de la vida que es sano vivir y que, evidentemente, ahora echo un poco de menos: es increíble cómo el trabajo -o en mi caso, la práctica- puede convertirse en uno de los principales aspectos de mi vida en cuanto a tiempo y energía, dejándome exhausto al grado de solo pensar en dormir y salir a caminar durante el día. Así es la vida laboral, pienso, y es bueno tener un primer acercamiento a lo que me espera.
Dentro de esos cambios que ha producido el retraso de una hora -o más bien, el comienzo del horario de invierno que nos regirá por 4 meses- podemos notar que la luz ha variado: hacía algunas semanas, viajar a las 7 de la mañana y llegar a clases a las 8 era todavía una odisea de madrugada mientras que ahora he ido recuperando la sensación de que mi día comienza, efectivamente, "de día" y no de noche. Creo que es importantísimo despertar con un poco de luz para decirle al organismo de que ya es hora de ponerse a trabajar y que el sueño debe quedar atrás, aunque con sol u oscuridad, las ganas de seguir durmiendo durante la mañana se mantengan intactas sobre todo en invierno: el frío de la mañana, el sereno, la lluvia o qué se yo. Pero esa hora de luz que aparece en la mañana debe ser tomada de algún lado: de la tarde. Es así como me doy cuenta que a las 7 de la tarde ya está de noche como en los viejos tiempos, situación que causa un agotamiento visual, pero que me permite disfrutar de los cerros iluminados que se proyectan sobre el Pacífico porteño que me ha visto caminar tantas veces bajo la cautivación de una ciudad sin igual. Siempre defenderé a Valparaíso como ciudad única y bella, con colores y vida propia a diferencia del plástico de ciudades aledañas (ejem... Viña).
Y la oscuridad de la noche comienza a luchar por su poderío contra el día. Es sencillo: el movimiento de la tierra hace que el verano llegue a un hemisferio y al otro no para que todo sea al revés, todo en orden y todos felices (¿o no?). Y claro, llega un momento en que la oscuridad del invierno avanza a pasos agigantados para confundirse con nuestra rutina diaria. De todas formas, siempre he encontrado en el invierno un toque cálido y romántico que me motiva a escribir, probablemente por el encierro que me hace imaginar y crear nuevas ideas. Ese frío y oscuridad que me sorprendió mientras viajaba por la avenida España en dirección a casa y que me trajo recuerdos de infancia cuando realizaba aquel mismo viaje cada día. Nostalgia de día viernes frío regresando a dormir, buscando algo de calor (y pensando en comer algo frito como sopaipillas o algo por el estilo). La oscuridad del horizonte me cautivó bajo el ensueño de la canción Sweet Lullaby de Deep Forest: toda una experiencia.
El invierno aún no llega, pero se acerca. Creo que es interesante aprender a disfrutar de la luz propia que despierta dentro de las ciudades que se llenan de noche, de misterio, de frío y de locuras. Desde ya, podemos aprender a descubrir la secreta inspiración de ese frío que nos congela los huesos y nos hace ir en busca de ese abrazo que nos llena.
1 comentario:
Este invierno me está gustando más que los anteriores :)
Publicar un comentario