Finalmente, me dejé llevar por la sugerencia constante de la Eve de cortarme el pelo: creo que era un mal necesario porque el largo de mi pelo ya superaba mi cuello y creo que eso un poco harto si se supone que eres "el profe" y todo lo que ello implica, aunque sea una completa estupidez porque lo que importa es el profesionalismo y no tu imagen. En fin, aún somos un pais conservador que se niega a convertirse en un ente funcional, pero espero que en algún momento avancemos hacia fijarnos en lo que realmente importa. Y dentro de ese constante divagar que me caracteriza, el hecho de cortarme el pelo no ocupa un lugar menor considerando la serie de temores que ello implica: que te puede volver a quedar ese corte de vieja que te dejaron una vez, que "se les pasó la mano", que "se jueron al chancho", que no vuelvo nunca más a cortarme el pelo, etc. El contexto es claro: doce años de formación católica-conservadora que te enseña a evaluar a la gente por cómo se viste -y lo que paga- dentro de su camino de la salvación (y consolidación de la empresa religiosa cristiana). Doce años siguiendo una imagen ordenada que, al ingresar a la universidad, uno ya quiere olvidar.
Así fue como se me ocurrió que hoy viernes 25 de mayo sería el día selecto para realizar dicho cometido. Me levanté temprano, acudí a mi tesis y sonreí al ver las críticas favorables hacia mi trabajo -sería bueno escuchar lo mismo de mi práctica, pero no se puede tener todo en la vida- mientras notaba, una vez más, que mi pelo estaba, efectivamente, muy largo. Nadé tranquilo, total dicen que es mejor no ir con el pelo recién lavado a la peluquería. Llegué a eso de las 2 de la tarde cuando la lluvia ya comenzaba a caer sobre el pueblo rural de Quilpué que, ilusamente, pretende ser ciudad con gente que sigue con la mentalidad de aldea rústica. Llegué a la peluquería y pedí el corte. No estaba la persona que me había cortado la otra vez y, juzgando el rostro de la persona, parece que aquel peluquero ya no estaba o se había transformado en non grato. Al final me arriesgué al corte de pelo y lo primero fue un lavado de pelo con agua tibia: qué delicia, las manos suaves de mujer acariciándome el cabello con el agua que fluye mientras lucho por no cerrar los ojos y relajarme. Una de las tantas cualidades de las mujeres es la suavidad de las manos y la delicadeza con que pueden acariciarte el cabello, al grado de hacer caer en coma.
Luego fue el corte de pelo un tanto brusco producto de la navaja y el resto duró menos de 5 minutos: mi aspecto cambió considerablemente: el tamaño de mi cráneo parecía haber aumentado y mi temor de verme más gordo de cara desapareció al ver que, por el contrario, afloraba mi rostro más "estilizado" (palabras que suele ocupar la gente y que, aunque no sé si estoy completamente de acuerdo con su uso, la ocupo porque suena bonita, porque está de modo o qué sé yo). Fui feliz.
Eso, gracias, adiós.
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