Es inevitable tomar una bufanda cuando quiero salir a dar un paseo por Londres. La gente camina en silencio por las calles del centro, rodeando Westminster Abbey para tomarse alguna fotografía con el Big Ben de fondo como si fuesen eternos turistas. Las vitrinas eran enormes mientras caminaba a la deriva luego de bajarme en Victoria Station para recorrer las luces nocturnas de la capital inglesa y contagiarme del aire frío de sus alrededores. Recordaba la iluminación de las pantallas en Piccadilly Circus y la sonrisa de alguien que me habló de algunas de las historias de esos rincones desconocidos: miré al cielo tantas veces para comprobar que las estrellas, aunque diversas, parecían tener la misma esencia angelical que pude observar desde el otro extremo del mundo, por allá en la Cruz de Froward en pleno Estrecho de Magallanes, donde casi se acaba la tierra.
Esperé que el frío se convirtiera en nieve para poder caminar dejando mis huellas sobre la ciudad, pero la temperatura no estuvo a mi favor. Nevermind, seguí caminando como si nada en busca de un gorro para cubrirme del frío. Y no fue difícil encontrarlo, incluso me costó menos de lo que había pensado en un principio. Caminé por la calle como un típico turista; tomando fotos, sorprendiéndome de todo, preguntando cuáles eran las direcciones y consultando el mapa que me había comprado. La ciudad era enorme, fría, pero era capaz de ofrecerte un refugio. Las campanadas del Big Ben me pillaron en el Queen's Walk a las 7 de la tarde.
Fotografía: London (view from Queen's Walk), England.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario