El ruido de los trenes que se detenían en la Estación Santa Justa me despertó varias veces durante la noche más acalorada que haya tenido en mi vida. Fueron varios los intentos que tuve de volver a dormir, pero era inevitable regresar una y otra vez al balcón a observar el inacabable movimiento nocturno de aquella ciudad encendida de temperaturas que jamás pensé que llegaría a ver: me importaba tan poco pasearme descalzo y en ropa interior para acercarme a la baranda que se mantenía tibia. Mi cuerpo exigía un poco de brisa fresca que, a la larga, era bastante inútil. Ya no me sorprendía de ver gente caminando por la calle con sandalias -algunos descalzos- con short y poleras de manga corta mientras acudían a algún bar cercano en busca de cualquier trago del cual el hielo fuese el aspecto fundamental.
Me levanté en medio de la noche cuando la ciudad yacía casi desierta y el tranvía circulaba como un alma en pena por la plaza de la Catedral, rodeada de fantasmas que me observaron llegar hasta su lecho. Mis pies tocaban los adoquines tibios mientras buscaba entre las luces algún lugar en el cual sentarme a conversar. Las ciudad respiraba y sus suspiros estaban acompañados de los ronquidos de algún vecino del edificio de la esquina, por donde avanzaba aquel carruaje iluminado que me invitó a dar un paseo. Sevilla era un cuento de magia en el cual podías recorrer la ciudad descalzo, disfrutando del calor de la medianoche.
Fotografía: Torre de la Catedral de Sevilla, Andalucía, España (julio 2010)
1 comentario:
Tiene algo que me recordó Midnight in Paris... quiero ver las fotos!
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