Mi mente, que se congela al instante preciso en que el vuelo volador de un pájaro perdido se destruye, tiembla a cada instante que el menor ruido le perturba sobre el silencio. Y es que a veces se me olvida que la ciudad aún se mueve, que la ciudad se expande como los cometas dentro del gran sistema que es el universo y sus diversas funciones vitales de entregar la energía y el soporte para un sinfín de civilizaciones con sueños diversos. El suelo se mueve, la tierra crece, se expande hacia nuevos horizontes y dentro de todo proceso, los cambios pueden llegar a ser un poco acelerados. La naturaleza no pide permiso y, en realidad, no tiene por qué hacerlo si es el origen de todo lo que vemos, incluso de nosotros mismos.
El mundo es un evento sísmico, los sueños también. La naturaleza, ídem, la lluvia, el baile, el canto, los mares, la nieve, el sol, qué se yo. La última canción de tu lista de reproducción, la última moda que la diva pop desechó, el último verso que un gran poeta escribió antes de dormir. Somos el aire, el silencio, somos movimiento: somos eventos sísmicos que a nuestros pies hacen temblar la historia y la reconstruyen a cada paso, una vez más.
Será grado 5, quizás grado 6, será la música que nos haga bailar. Será pronto, mientras duermas. Será como un sueño que, al despertar, volverá a la calma. En mitad de la X, quizá en la feria número cuatro y todo volverá a la calma: un aviso de algo mayor. Y, al final, todo será luz, habrá muchas sonrisas y felicidad.
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