Y eso de estar de regreso a las andanzas de típico estudiante uno se reencuentra con las cosas del día a día: hoy fue una de esas jornadas no muy agradables y lo que más me llama la atención es que no fue referido a las clases o al contenido, sino que a condiciones externas que se convirtieron en el contexto de algo tormentoso. Puede que eso provoque que hoy haga un discurso demasiado pesimista y mi explicación al respecto saque total y absolutamente de los parámetros de los estructuralistas; definitivamente, el ser humano está inmerso en situaciones que lo hacen pensar y actuar de una determinada manera.
Comienza el día a las 7 de la mañana y me encuentro con la normal falencia del sistema de locomoción: “no pasa la micro”. Y es casi como el famoso cuento del Transantiago, pero en Quilpue. Pasa una micro repleta en que es necesario apresurarse para calar un lugar para poder afirmarse (soñando uno se podría ir sentado). La actitud de constante “simpatía” de gran parte de los conductores es otro de los aspectos que me desmotiva. El viaje no tuvo nada de novedoso; sólo que me puse a pensar y a repensar cosas que siempre doy por entendidas y solucionadas, pero que vuelven y me traen más argumentos para continuar cuestionándome. No logro quedarme con un solo paradigma de pensamiento, pues se rompe por sí mismo y da paso a una nueva duda existencialista del sistema. Resumen de todo el viaje y mis pensamientos: no sé ni lo que creo.
Un día de universidad bastante tranquilo; buenas clases (bastante agotadoras, pero de calidad); contenidos interesantes y tiempo para releer cosas. El otro problema surge justo cuando estaba lista para venirme de regreso a casa, cuando tenemos que ir a sacar las fotocopias para leer (una de las tantas). Todo bien, hasta que me dicen que nos entregaron mal lo que habíamos pedido. Respuesta: una mujer que se las da de atacada y ve ofendida su pretensión de ser perfecta, “ustedes me lo pidieron de esa forma”. Al menos 20 minutos perdidos en frente del mesón a la espera de una solución y la muy imbécil ni se inmutó: por suerte, otra compañera pidió otra cosa y ahí arreglamos con ella. Pero la señora jamás admitió su error… tal vez lo admita el día en que el público deje de acudir a su local por la “gran” atención. Y para rematarla, me critican de que no tengo carácter y de que no sé imponerme para reclamar lo que corresponde (en cierta medida, es cierto). Otra divagación en la micro hasta que me quedé dormido.
Finalmente, la guinda de la torta, llegó a mi casa y me dicen que no hay almuerzo: “¿no se suponía que almorzabas en la universidad?”. Y claro, esto no podía estar pasando; demasiadas cosas juntas que ya me tenían al borde del colapso, hiperbólicamente. Me pongo a reclamar que yo había dicho que iba a venir (aunque en realidad, no me acuerdo, pero hay que ser firme). Finalmente, mi abuelita me da la razón (no de palabra, pero sí de acto) y me prepara almuerzo. Aunque sea una sola tenía que favorecerme.
¿Lindo día, no? Como que dan tantas ganas de continuar; la idea de cambiar el mundo se fue a no sé dónde por este momento. Como diría Papelucho, tal vez este fue el día malo y mañana le seguirá uno grandioso: así lo espero, realmente. Tal vez me pasa por ser tan criticón y verle lo negativo a todo… eso de ponerme tan cuadrado ya me tiene medio alterado.
Comienza el día a las 7 de la mañana y me encuentro con la normal falencia del sistema de locomoción: “no pasa la micro”. Y es casi como el famoso cuento del Transantiago, pero en Quilpue. Pasa una micro repleta en que es necesario apresurarse para calar un lugar para poder afirmarse (soñando uno se podría ir sentado). La actitud de constante “simpatía” de gran parte de los conductores es otro de los aspectos que me desmotiva. El viaje no tuvo nada de novedoso; sólo que me puse a pensar y a repensar cosas que siempre doy por entendidas y solucionadas, pero que vuelven y me traen más argumentos para continuar cuestionándome. No logro quedarme con un solo paradigma de pensamiento, pues se rompe por sí mismo y da paso a una nueva duda existencialista del sistema. Resumen de todo el viaje y mis pensamientos: no sé ni lo que creo.
Un día de universidad bastante tranquilo; buenas clases (bastante agotadoras, pero de calidad); contenidos interesantes y tiempo para releer cosas. El otro problema surge justo cuando estaba lista para venirme de regreso a casa, cuando tenemos que ir a sacar las fotocopias para leer (una de las tantas). Todo bien, hasta que me dicen que nos entregaron mal lo que habíamos pedido. Respuesta: una mujer que se las da de atacada y ve ofendida su pretensión de ser perfecta, “ustedes me lo pidieron de esa forma”. Al menos 20 minutos perdidos en frente del mesón a la espera de una solución y la muy imbécil ni se inmutó: por suerte, otra compañera pidió otra cosa y ahí arreglamos con ella. Pero la señora jamás admitió su error… tal vez lo admita el día en que el público deje de acudir a su local por la “gran” atención. Y para rematarla, me critican de que no tengo carácter y de que no sé imponerme para reclamar lo que corresponde (en cierta medida, es cierto). Otra divagación en la micro hasta que me quedé dormido.
Finalmente, la guinda de la torta, llegó a mi casa y me dicen que no hay almuerzo: “¿no se suponía que almorzabas en la universidad?”. Y claro, esto no podía estar pasando; demasiadas cosas juntas que ya me tenían al borde del colapso, hiperbólicamente. Me pongo a reclamar que yo había dicho que iba a venir (aunque en realidad, no me acuerdo, pero hay que ser firme). Finalmente, mi abuelita me da la razón (no de palabra, pero sí de acto) y me prepara almuerzo. Aunque sea una sola tenía que favorecerme.
¿Lindo día, no? Como que dan tantas ganas de continuar; la idea de cambiar el mundo se fue a no sé dónde por este momento. Como diría Papelucho, tal vez este fue el día malo y mañana le seguirá uno grandioso: así lo espero, realmente. Tal vez me pasa por ser tan criticón y verle lo negativo a todo… eso de ponerme tan cuadrado ya me tiene medio alterado.
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Zombie - The Cranberries
Saludos!
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kinkan ®
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