Son las 19.39 y la tarde se prolonga a la eternidad: me recuerda la infancia perdida en parajes australes tan lejanos cuando la misma iluminación perduraba hasta las 22.30. Me recuerda un amanecer en París con los rayos de luz que ingresaban a través del balcón, a las 6 am. El silencio de la ciudad se oye desde el horizonte donde se alzan los cerros que, en algún momento, yacían cubiertos de nieve y que, ahora, brillan de energía y movimiento escondiendo un secreto que, según dicen, podría manifestar con gran estruendo: y es que la historia misma se encarga de guardar tantos enigmas que poco a poco se revelan en un momento inesperado. Nadie sabe lo que va a suceder, nadie tiene la facultad humana de poder interferir y cambiar el curso de las cosas, nadie puede determinar si el mundo se acaba o si vuelve a comenzar.
Son las 19.42 y la música me hace viajar a través de una casona antigua de Valparaíso, mis pies caminan sobre la madera antigua y brillante por la cual han caminado tantas experiencias diferentes a la mía, tanto llanto, tanta alegría, tanta emoción y pasión. Personajes literarios, personajes de carne y hueso, personajes que aún no nacen pero que esperan su momento para ver la luz. Personajes que, a ratos, me recuerdan algunas etapas de mi propia vida con los sentimientos propios de un adolescente eterno que se empapa de la realidad y sus colores, que vuelve a la vida cuando a veces creyó estar muerto.
Son las 19.44 y la música me transporta a una atmósfera que cambia de colores, líneas continuas, formas que cambian, mi cuerpo que se desarma en medio de una divagación que no acaba cuando comienzan a latir nuevos segundos en medio de un mundo ensordecedor que avanza hacia la corriente misma de un curso inexistente que a ratos se detiene por las manifestaciones de conciencia de un lenguaje que lucha por volver a renacer. Y hay espera, hay espera, hay temores, hay emoción, hay amor, hay alegría. Hay deseos de cumplir esos sueños que parecían olvidados y que, un día al despertar, me golpearon en la cara para decirme que no los debo olvidar. No los olvido: siempre los tuve presentes mientras caminaba bajo las campanadas del Big Ben a eso de las 7 de la tarde. Siempre los tuve presentes al sumergir mis pies descalzos en la nieve. Siempre lo tuve presente cuando el tren se detuvo en Barajas T1T2T3 para llevarme hacia un nuevo viaje. Siempre lo tuve presente al cruzar las olas.
Personajes, emociones, pensamientos, sensaciones y una mezcla eterna de neuronas retorcidas por el cansancio.
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