Chispas y colores sobre un mar pacífico, sobre un mar violento, sobre un mar inquieto que siempre tiene mucho que decir. Miradas perdidas que deambulan sobre las olas oscurecidas por las nubes que cubren el sol cuando próximo está a comenzar el eclipse, la luna, el sol, el baile, el universo. El mar. Siempre volvemos al mar. Siempre queremos sumergirnos en la inmensidad de un océano confuso que te lleva lejos, que vuela, que se alza, que a veces canta. Siempre queremos ser aves que crucen los aires volando para acabar navegando de manera calma sobre un colchón de tranquilidad: siempre quiero acabar durmiendo abrazado a tu espalda y besar con suavidad la blancura de tu piel dormida que sonríe cada vez que me acerco, que late al mismo ritmo.
Chispas y colores que se chocan, energía volátil que se proyecta, halos de luz que se proyectan hacia el mar, las entradas hacia mundos desconocidos en medio del universo. Dimensiones, palabras, historias, tiempos, ucronías, qué sé yo. La esperanza de ese futuro que comienza después de la medianoche cuando las aves nocturnas revolotean sobre los techos, cuando el viento hace chocar los cables y comienza la incertidumbre que se transforma en pequeñas explosiones. Todo es silencio, todo es ruido. Todo es una constante vibración y el rugido de la tierra que, en cualquier momento, dirá lo que tenga que decir.
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