El celular dormía en el suelo:
estaba roto, ya no funcionaba y nadie querría un objeto tecnológico que no
prestase utilidad alguna. La arena húmeda lo cubría de vez en cuando, si el
viento se apiadaba de sus circuitos y lo quería ocultar de los buitres que, en
todo caso, no elegirían ese tipo de menú. Las nubes que pasaban por el cielo
cubrían de sombra su lecho para luego volver a regalarle un breve has de luz,
cada 5 o 6 minutos que en realidad parecían segundos. Probablemente, se había
perdido todo rastro de orden y el dios Cronos dormiría oculto en alguno de los
huesos enterrados a miles de kilómetros de profundidad, casi consumidos por el
magma que en cualquier momento lo regresaría a la superficie. ¿Para qué
preocuparse del tiempo si era mejor vivir en una era de natural silencio? Y
allí, permanecía el aparato sobre la tierra, dormido, quizás para siempre, a la
espera de que la muerte se apiadara de su inercia.
Había unas huellas que tampoco
podían pasar desapercibidas: el sol en el cielo –que aparecía cuando menos se
lo esperaba- daba su iluminación a las pisadas de un ser extraño que se negaba
a ser olvidado por su tierra y prefería dejar un poco de sus pies como vestigio
de su presencia. Caminaba y caminaba sin saber hasta dónde llegaría su existencia.
Caminaba y caminaba sin un rumbo fijo. Con la mirada siempre fija en el suelo,
para asegurarse de que su piel no estuviera lo suficientemente gastada como
para no calcar su vida en el suelo. Respiraba tranquilo… y a veces agitado. Sus
pies continuaban el camino y sus huellas ya retrocedían unos cuantos kilómetros
a sus espaldas: ¿dónde llegarían sus huellas caminando a la inversa de su
mirada? El sol nuevamente desaparecía tras las nubes blancas de algodón que no
parecían ninguna amenaza: probablemente sería una tormenta o probablemente, no.
Ya no sabía de dónde venía ni dónde acaso acabaría ese viaje tan secreto.
Caminaba y caminaba, probablemente hacia su destino: y eran esas tantas
incertidumbres –no saber realmente si era o si no lo sería jamás –el motivo de
su propio aburrimiento. De todos modos, cualquier persona se agotaría de saber
sólo de probabilidades que en cualquier momento podrían ver temblar su
perfección como el Hal-9000[1]
y entonces perderse en su cosmos. Camina, caminante, camina para que sepas cuál
es tu destino, para que sepas dónde vas a llegar: para que sepamos eso que sólo
tú sabes… y nadie más.
El mar a lo lejos y las gaviotas que
cantan mientras vuelan por los cielos. Los cantos de las sirenas que parecían
hacer burbujas que se alzaban con el sereno de las olas. Las olas que
revientan: algunas con brutalidad y otras con suaves caídas. Una sirena. Un
tesoro escondido que un navegante perdió cuando escapaba del mundo para vivir
preso de su propia avaricia: un tesoro que buscas y buscas sumergiéndote en las
aguas una y otra vez sin ningún resultado, porque aún no eres lo
suficientemente avaro como para vivir preso de tu riqueza. Tu espalda,
caminante, tu espalda húmeda y roja por el sol que has recibido durante tu
búsqueda. La música que escuchas, los recuerdos de la ciudad en la cual naciste
y abandonaste sin saber por qué, tu vida en pequeños fragmentos tirados sobre
la arena que tu dedo dibuja con desorientación, tus manos aún firmes y jóvenes
que pueden hacer tantas cosas y tu propio temor se los impide, la música que se
oye en el aire y no sabes de dónde; el sonido de un piano que buscas con la
mirada; tu mirada que puede ver todo, pero que nadie más puede encontrar. Si,
tu mirada que ve el horizonte, la mirada en la cual nos hemos sumergido para
poder ver lo que tú ves, para saber si acaso podríamos hacer algo para acudir
en tu ayuda. Tus pies descalzos y heridos, la planta de tus pies en la cual se
pega la arena, tus huellas que se han quedado la arena mientras las olas van y
vienen. ¿Estás solo en este mundo, caminante? ¿Sabes cuál es el destino de tu
soledad? ¿De tu existencia, de tu vida, de tu muerte, de tu sí y de tu no?
¿Estás solo, caminante, en este mundo tan extraño en el que sólo tus pies
descalzos pueden dejar una huella de tu existencia? Tampoco sabes si es que
puedes llamarlo existencia; tal vez, inercia.
Tus huellas ya son muchas: se
acumulan por montones y siempre van quedando de par en par. No sabes cuál es el origen y tampoco sabes
cuál será el final, ¿para qué saberlo antes de tiempo si es mejor verlo por tus
propios ojos? Nadie más va a decírtelo: sólo tú. Sólo tus puños, sólo tus
manos, sólo tus pies que han caminado para llegar hasta donde estás. El viento
golpea los árboles que cantan un himno de la naturaleza que antes te negabas a
escuchar y que ahora comienzan a disfrutar: ¿sientes la dulzura de tus palabras
que lentamente te someten en su ritmo que no sabes de dónde habías escuchado?
Parpadeos. Parpadeos intercalados por el sonido de tu propia respiración que de
pronto se acelera y luego se tranquiliza como el lago, como esa foto del lago
tranquilo que un día se te quedó en la mente y luego no pudiste volver a
borrar. Tu respiración y el ruido del latido de tu corazón. ¿En qué estás
pensando? ¿Qué es lo que estás sintiendo? ¿En quién estás pensando? Tal vez
quieras volver a sumergirte en el mar para ahogar tus propios temores y te
daría lo mismo si hubiese sol o si estuviese nublado y tiritaras con el sólo
hecho de sumergir tus ya cansadas pisadas en el mar. Sí, es lo que quieres:
allá en el horizonte te saludan de bienvenida y te invitan a dar un paseo. ¿No
oyes como gritan tu nombre? Respira y parpadea: oirás todo lo que no has
querido oír. Sigue caminando por la playa, pues pronto encontrarás cuál será tu
próxima salida.
Tus huellas y tus pisadas descalzas,
la pulsera de tu muñeca que tanto tiempo te tomó escoger, tu cadena que nunca
abandonas, tus ojos perdidos en el horizonte que miran fijo, sin ningún tipo de
interrupciones. Camina y camina, caminante, pues tu espalda caerá dormida y en
cualquier momento se encargará la arena de cubrirte como a la tecnología, como
a la ciencia, como a la vida misma. El agua te cubre los talones: te ves
angustiado, mi buen amigo. Buscas el horizonte, buscas el tesoro perdido,
buscas tu existencia, te buscas a ti mismo sumergido en ese océano de
incertidumbres.
Ahora duerme, caminante, duerme
tranquilo porque al menos lo intentaste. Duerme y sueña, duerme tranquilo.
Duerme boca abajo y con la espalda cansada hacia arriba, duermen tus pies con
la planta que aún sigue con vida. Deja que el mar te sumerja: no estás muerto,
duerme y sonríe.
[1] Nombre del computador que controla la nave
que tiene como misión llegar a Júpiter, en la película de ciencia ficción
“2001: Space Odyssey”, de 1968, dirigida por Stanley Kubrick.
1 comentario:
Fuerte... deja un poco de angustia.
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