Creo que hasta el momento mismo de estar frente a una sala con 35 alumnos no me había sentido nervioso. Quizá en el momento en que iba en la micro a la altura del Reloj de Flores, mirando el mar. Tal vez en esos 20 minutos previos al inicio de la clase, con esa costumbre mía de llegar temprano a todos los lugares "en caso de que pase cualquier cosa". Fue así como vi que el reloj avanzaba y que ya marcaba las 13.50 con un timbre que me anunciaba el inicio de un cambio de rol dentro del aula: "buenas tardes, profesor Cristian". Me suena extraño, pero al fin y al cabo, de a poco me estoy acostumbrando.
Si bien, pensé que podría surgir algún imprevisto o que no se llevaran las actividades como yo quería, resultó todo de la mejor manera: incluso en cuanto a la participación por parte de los alumnos. Es sorprendente que la inquietud de los alumnos no solo se traduzca en desorden y conversación constante, sino que en una intención marcada por responder las preguntas que se hacen y participar. Me agrada - y a la vez, me desafía- el tema de que nunca quede un espacio en que nadie quiera decir nada. Creo que para ser la primera clase, no estuvo mal: claramente, debo hacer cambios en algunas cosas, aunque es lo lógico.
Ahora solo quisiera poder dormir por toda una semana y olvidarme de que existe ropa formal con la cual asistir al establecimiento. Pero no se puede... el trabajo continúa y espero que no sea hasta más allá de la medianoche: se inicio otra semana y, a la larga, espero poder organizarme de manera de tener tiempo para dormir.
1 comentario:
aaaaaaaaaaaaaaah que cansa esto de ser profes... pero no queda otra que acostumbrarse
Publicar un comentario