Afortunadamente, ya puedo mirar atrás y ver que ha pasado la segunda semana de práctica. No tan afortundamente, comienzo a darme cuenta de que las cosas se comienzan a poner cuesta arriba. Es claro que ese tipo de situaciones es recurrente y, en cierta medida, lo esperado, pero es inevitable que esto nos pille desprevenido.
A veces me siento absolutamente perdido: que los instrumentos que fabrico son incoherentes o que las clases que estoy realizando no le sirven a nadie. He debido contener momentos de furia interna con la sola finalidad de no destruir el ambiente y proseguir hasta el final, "todo va a pasar". A veces creo que necesito un poco más de apoyo, que a algunas personas se les olvida el hecho de que soy practicante y, como tal, estoy en un proceso de prueba en que el apoyo es lo fundamental para poder realizarme profesionalmente. A veces no sé ni lo que quiero... por más que trato, me cuesta pensar que sea esto lo que vaya a hacer por el resto de la vida y, si me cuestionan si es lo que quiero, debo decir que claramente no lo es.
Me gusta enseñar, pero no me gusta la pedagogía. Me gusta mi disciplina, pero me interesa un comino si un niño malcriado no me quiere escuchar. Pero, claro, saldrán los supuestos didactas a decirte que "debes ser profesor" en todo momento como si fuésemos máquinas, olvidándose de que tenemos vida, amigos, preocupaciones y que requerimos descanso. Seguro que ellos han hecho alguna clase a lo largo de su "tremenda experiencia". ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a soportar este tipo de detalles? Me cuestiono por el solo hecho de que esto recién es el comienzo y que el ejercicio oficial puede ser aún peor. No sé. Me gusta enseñar, pero no sé si tenga la paciencia para soportar a gente que no quiere aprender.
1 comentario:
O tal vez pueda ser todo lo contrario, que el comienzo sea difícil pero que el ejercicio oficial sea mejor ;)
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