Los faroles ya estaban encendidos cuando los primeros copos de nieve cubrieron el camino en dirección a la plaza. Nos pilló sentados en el banco de madera, corroído por el paso del tiempo. Desde ese lugar, observábamos los fantasmas que deambulaban por los senderos aledaños y en más de alguna ocasión les dimos las instrucciones correspondientes para llegar a algún lugar: la confusión parecía ser algo que la muerte no solucionaba. Y allí estábamos sentados mientras la nieve caía: observaba la blancura de tu rostro mientras tú jugabas a desordenar mi cabello. Sonreíamos y, sin que nadie se diese cuenta, hablábamos. Me contaste de tu vida, yo te conté la mía, reímos de las estupideces que pensaban los demás y hasta creamos una película en larga duración.
Eran las 7 de la tarde y la nieve cubría los caminos por los cuales ya dejábamos marcadas nuestras huellas. Marzo llegaba a nuestras vidas como una nueva aventura.
1 comentario:
Yo diría que es uno de esos cuentos que transportan... muy lejos...
y además lo encuentro tierno :p
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