Cuando la oscuridad cae sobre los cerros, las luces iluminan un paisaje infinito de invierno: el puerto se tiñe de color oscuro cuando la noche lo abraza y lo invita a dormir. Pero ya todos sabemos que la ciudad no dormirá cuando las estrellas pinten el firmamento; muy por el contrario, los rincones secretos adquirirán vida, en donde los ecos de un pasado volverá a recorrer esos estrechos pasajes ocultos entre las enormes casas que han sobrevivido terremotos y tormentas. Allí, sentado en alguna escalera estará un niño observando la altura de los cerros para luego lanzarse a correr a toda velocidad por la calle Ferrari en dirección a la Plaza de los Sueños.
Allí me estabas esperando con tu abrigo oscuro y tus botas de color café: tu silueta me recordaba esas tardes de verano caminando por los valles del interior, rodando por el pasto mientras reclamabas, riendo, de que tu ropa acabaría pintada del color verde de la hierba. La Avenida Colón estaba silenciosa y sombría como siempre cuando me acerqué a saludarte y me tomaste de la mano, me miraste en silencio con la ternura de siempre y bailaste a mi alrededor: la danza del beso. Era esa juego que acostumbrábamos a jugar cada noche, cada tarde, cada día. Porque nunca es fácil sacarte un beso y es eso lo que más me gusta. La plaza se iluminaba con nuestro baile, con música de fondo y constantes cambios de focalización.
Cuando al fin me diste el beso, el amenecer coloreaba el cielo sobre aquellos edificios del siglo anterior. Los fantasmas, que ya nos conocían de antes, sonreían al vernos caminar en dirección a la Plaza Victoria, tomados de la mano, sonriendo: otra noche a tu lado, rodeados de la magia de Valparaíso.
1 comentario:
Hacia allá vamos entonces :)
Te amo
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