jueves, 29 de marzo de 2012

Niebla bajo cero

Los pedales aceleraban lentamente la bicicleta que hacía saltar un asiento: las piernas adoloridas, el cuerpo cortado, el ambiente frío... el otoño húmedo y nuboso del presente-antaño que toma fuerza. Las hojas de los árboles gotean sobre la cabeza de un ciclista acelerado que huye con su mirada empañada por el frío: ha salido corriendo con la camisa abierta y las zapatillas desabrochadas, sintiendo el frío que le golpea la piel. El otoño, el otoño y las hojas amarillas que aún no caen; la lluvia condensada en nubes bajas y el susurro de algo que ya fue.

El cementerio estaba cubierto del sereno de una noche fría, de esas a las que ya debía acostumbrarse. Pedalea, pedalea, ciclista acelerado, con el pecho agitado, con el corazón agitado, con la mirada agitada, con el cuerpo entumecido por la escarcha que aún está por venir. La temperatura aún no es bajo cero, pero su alma ya está congelada como un témpano de hielo que se ha desprendido desde un glaciar. ¿Por qué huimos desde nuestros propios miedos en dirección a esas soluciones que, al final, nos asustan aún más? Quizá seamos capaces de convivir con el temor solo por el hecho de la comodidad, por el respeto, porque acabamos tomándole cariño. Su mirada empañada de lágrimas se aferraba con fuerza al manubrio mientras jugaba a acelerar, ralentizar, a dar saltos y a volar. 

El vuelo fue muy largo, mucho más de lo que pudo controlar. Los pedales avanzaron en una danza incierta coordinada por el vacío: se durmió en el silencio de la nubosa confusión. Incertidumbre, locura, exaltación. Tendido sobre la hierba: el pecho agitado, el corazón agrietado, la piel congelada... la vida destruida. La temperatura descendía y descendía bajo cero.

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