Encendimos el parque en un, dos, tres cuando las luces del atardecer coloreaban los cerros del valle. Nadie nos veía o quizá sí: hacía ya harto tiempo que se nos había olvidado que había gente alrededor o, simplemente, no nos importaba. No nos importaba si pensaban que estábamos locos, pues ya lo estábamos. No nos importaba si nos veían volar porque, de seguro, más de alguno también quiso volar. Y esa era nuestra tarde, como todas, pero diferente, cuando el sol se hacía eterno y nos reíamos hasta el amanecer. Todos los días, sin excepción.
Fotografía: Parque Japonés, La Serena, Región de Coquimbo.
1 comentario:
Esto me dio penita y nu shé pu ké :p
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