Estuvimos sentados durante mucho rato sin poder decirnos nada, la sonrisa era suficiente para que entendiéramos la historia en su totalidad. La lluvia de los días anteriores nos había pillado de improviso en La Rambla, intentando escondernos entre la multitud de gente que se agolpaba a observarnos como si fuésemos un nuevo objeto de estudio para la ciencia. Daba igual la lengua: ya me había acostumbrado a escuchar un idioma diferente cada vez que me subía al metro. Nos vimos y no pudimos dejar de reír ante la coincidencia. ¿Cómo podía ser posible que hubiésemos soñado lo mismo? Que hubiésemos viajado tantos kilómetros para coincidir bajo las luces navideñas de los árboles que decoraban aquellas calles llenas de historias.
Nos sentamos cerca de la fuente y nos tomamos de la mano. Las luces de la Plaza de Cataluña iluminaron nuestro regreso a casa.
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