Fin de año y todo el mundo comienza a hacer eso que no hizo cuando tuvo tiempo: todos corren, se estresan, se odian mutuamente, hacen comprar compulsivas que luego pagarán todo el resto del año, sonríen suponiendo que viven el espíritu de las fiestas cuando ven el comercial en que Josefina Correa da a entender que navidad no es grandiosa si no aparece un LCD debajo de tu árbol navideño. En el otro extremo del consumo, se encuentra la vida de profesor que, según algunos depresivos-suicidas-autosubvaloradoresdelaprofesión, estaría bastante lejos de ese proceso puesto que somos seres de pensamiento crítico que no caemos en ese juego, algunos que están contra el sistema y toda esa bosta típica de gente rancia que ha fumado tanto que hasta las neuronas se fueron con el humo.
Lo que sí es cierto del mundo docente, es que llegado diciembre todo el mundo se vuelve loco y empieza a llenar las notas que faltan, sacar promedios, completar leccionarios y, en muchos casos, comenzar a temblar al ver que se acerca la respuesta de la continuidad en dicho establecimiento educacional. A veces me arrepiento de haber sido tan eficiente que pude terminar de cerrar todo lo que respecta a libros de clases durante la semana pasada y horas libres de semanas anteriores, puesto que ahora soy un zombie que divaga dentro de la sala de profesores y el "Biblio cra" (descubrimiento reciente, con amplios espacios donde puedo escuchar música, escribir y leer). Ya me aburro de mirarla la cara a los demás docente que siquiera te dirigen la mirada puesto que están sumidos llenando informes de personalidad -tarea administrativa de profesores jefes, cuyo cargo afortunadamente no tengo y que me libera de mucha pega no remunerada- y sacando promedios cuando el deadline indica que el viernes será la hecatombe: cerrar el año (de una puta vez), salvar a los alumnos rezagados que no deberían pasar pero que hay que hacer pasar "porque sí" (entiéndase en idioma universal, un alumno que repita puede que se vaya del colegio y eso es perder una matrícula y blah blah blah, todo asunto de dinero). He visto llantos (más bien dramatizados, no tan literales) rogando por alumnos, ofrecimientos de coimas (obviamente, en tono de broma, algo de ética profesional queda) y más ruegos. Más de algún docente buena onda habría hecho la peregrinación a Lo Vásquez para salvar a sus polluelos, pero a veces hasta la mismísima Vírgen del Carmen se da cuenta que ya hay almas perdidas y que no tiene caso interceder.
Así fue hoy, moviéndome de un lado para otro. Del Biblio Cra donde estuve casi 2 horas escribiendo el primer cuento de mi cuaderno nº 18, para luego pedir permiso y volar de regreso a la universidad. Encontrarme con Sausalito (luego de esa temible subida, bajo los 24ºC de la hora) fue una experiencia casi religiosa, deja vu: un recuerdo grandioso de algo que echaba de menos. Sí, echo de menos mi época universitaria puesto que lo pasé muy bien y siento que quedaron muchas cosas pendientes (confianzas mal dadas, carretes, gente a quien empujar por las escaleras o qué sé yo). Esperé casi hasta pasadas las 5 de la tarde para hablar con una de las profesoras que marcó mi formación y que fue Pitonisa en mi camino de especialización. Este encuentro fue para contarle que mi vida laboral no va precisamente bien y que necesitaba de su ayuda para poder salir adelante. Fue grato volver a encontrarme con ella y conversar durante algún rato, pese a que sucedió aquello que temía: fue inevitable que me recordara que en segundo de universidad, ella misma me preguntó si optaría por lingüística, momentos en que yo dije que me iría por literatura. Decisiones incorrectas que me pesarían en algún momento. No odio la literatura, para nada, solo que en cuanto a estudio y especialización, me interesa mucho más la lingüística y su versatilidad disciplinaria de mezclarse con otras ciencias, etc. Quedamos en el envío de un CV para ver qué es lo que podría hacer: un punto a favor.
Lo siguiente fue bajar desde Sausalito cuando la temperatura rodeaba los 27º C (según el gadget del teléfono) rumbo al centro de Viña en busca de centros en los cuales depositar aquel registro de actividad laboral y experiencias. De un lado para otro bajo el sol, buscando algo de brisa, queriendo salir corriendo de la radiación. Acabé tomando el metro rumbo a Valparaíso para pillarlo vacío y luego regresar a Quilpué a eso de las 20.00 hrs cuando la luz del día aún no se agotaba. Ya veremos qué es lo que sucede: he dejado casi 15 CV y comienzo a angustiarme. Por favor, querido 2013, traeme trabajo bien remunerado donde valoren lo que hago.
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