Ya es 24 de diciembre y se aproxima la Noche Buena, las cenas u onces navideñas, el Viejo Pascuero, los buenos deseos de fin de año, la comunión de las familias y muchas otras cosas. Y, según metereología, también podríamos recibir la compañía de algunas gotitas navideñas que nos dejarían perplejos: claro está, estamos acostumbrados que la llegada del verano es completa y con calor, buen tiempo y nada relacionado con inestabilidad climática, pero el clima está cambiando y este tipo de sucesos podría ser cada vez más normal.
Estos últimos días, al igual que el resto del año, han estado marcados por muchos acontecimientos que han acelerado la rotación de la tierra o al menos de la vida cotidiana como la conozco. Uno tras otro, un suceso termina y otro viene dando tiempo apenas para respirar y uno ya no sabe cuáles son las sorpresas que trae la vida que, en sí misma, puede ser tan efímera. Muchas cosas me han hecho reflexionar, incluso si no me llegan de manera directa, pero que repercuten en mi forma de ver el mundo y de actuar. He aprendido que hay que agradecer por cada segundo de vida y, por lo mismo, cuidarla: que hay muchos sueños por cumplir y mucha gente preocupada por uno. No vivimos solos en el mundo y eso es, sin lugar a dudas, una de las cosas positivas.
Ya es 24 de diciembre y veo la gente que se agolpa en el centro de la ciudad a comprar cosas, donde reina el estrés más que los buenos deseos. Es 24 de diciembre y me parece extraño ver que la línea del tiempo ha dejado tantas marcas en el pasado: 24 de diciembre y solo deseo que las cosas vayan bien para todos y que cada día podamos avanzar un poco más en la creación de un mundo mejor para todos, donde cada uno tenga su espacio y pueda cumplir sus sueños.
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