A raíz de la llegada del último día del calendario maya, se ha generado una psicosis colectiva respecto a lo que pudo haber sido el fin de la humanidad y todo lo que rodea ese concepto: la imagen de la parca cortando cabezas, terremotos y tsunamis inundandos nuestras costas, el vaivén de la civilización... en fin, un caos colectivo profetizado, supuestamente, por mentes clarividentes que anunciaban la destrucción. Profecías habían muchas e incluso la ciencia se pronunció respecto a que no sería el fin. Explicaciones también hay diversas y la que más he escuchado es la de carácter religioso y de la divinidad. Puede ser, puede ser. Me parece lógico pensar que, sea lo que sea que hubiere sucedido, no íbamos a poder escapar: típico de los gringos de hablar del fin del mundo y que ellos siempre se salvaban... ¡es el fin, idiota, no vas a poder hacer nada contra ello! En caso de fin del mundo, no guarde velas ni nada... se va a acabar y si usted se considera parte de ese todo, entonces también será parte de la extinción.
Quizás se acabó el mundo y no nos dimos cuenta porque empezó otro igual al mismo instante, según la explicación de 31 Minutos. Admito que sí hubo algo de entretenido en esa angustia previa a lo que pudiese suceder y ver que nos despertamos a un día veraniego en el hemisferio sur, la llegada de un solsticio y un cambio de clima, seguramente también de ánimo. Que este cambio limpie nuestras mentes de las ansiedades de este año y que el próximo se venga mejor, con más energía y proyectos por cumplir. Y, finalmente, se haya acabado el mundo o no, siempre existen motivos para celebrar un nuevo día de vida.
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