No recuerdo cómo llegué hasta aquel lugar ni qué era lo que estaba haciendo. Solo sé que me acerqué al ventanal cuya vista daba al mar y a los enormes edificios que poblaban la costa. Mis pies tambaleaban al caminar por aquel pasillo en zig zag que me hacía saltar. Cuando el movimiento disminuía, los edificios aledaños se tambaleaban de un lado a otro en un espectáculo aterrador que jamás creí ver. Al menos todo continuaba en normalidad, hasta ese momento.
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