El café de la medianoche cuando las luces de los cerros caen como un río que desemboca en el mar. Me acuerdo de Jorge Manrique, de las canciones de The Cure y de una que otra frase loca de Bécquer. Me acuerdo, también, de ese paseo por las calles del ancestral Toledo y las inmediaciones de aquel río, de los castillos y los adoquines, de la estructura medieval por la cual tantas historias habrán quedado congeladas bajo la nieve que cubre la península en invierno. Me acuerdo de Albacete, me acuerdo de la sonrisa que encontré por doquier acá en la vuelta de la esquina. Es viernes y amo el mundo, es viernes y sonrío al ver el cielo que comienza a llenarse de estrellas; es la vida que comienza a cumplir los sueños, es la vida que empieza a avanzar tan rápido que apenas te da tiempo a respirar, es la vida que a ratos te quita la voz de tanto hablar y hablar y gritar ese mundo que tienes dentro.
Si se me enredan las palabras es porque se me acaba el tiempo y son tantas las cosas que tengo por decir. Cuento las horas y segundos, me doy cuenta de que todo desaparece en un parpadeo y una tarde es un respiro, el sol amanece y ya luego vuelve a dormir. Despertamos a un nuevo día y, en un instante, ya volvemos a dormir. En un instante, ya volvemos a soñar para luego despertar otra vez y ver que la vida nos traerá otra sonrisa.
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