Era de atardecer cuando corría por las calles de Recoleta, con esos edificios tan altos que, seguramente, se confundirían con el cielo durante esos días de invierno en que la niebla cubriría toda la urbe. Pero hacía calor y la luz encendía cada rincón oculto por donde la gente transitaba a toda velocidad, aunque con espacio suficiente para caminar sin chocarse. En ese espacio, oí la voz de alguien que hablaba en algo parecido a una feria artesanal que ofrecía productos miles: eran aros, cosas de cuero quizás. Era el sonido de ese atardecer tibio de Buenos Aires que se niega a dormir y que, por la noche, se convertiría en una estrella iluminada de punto a punto. Corrientes, ¿dónde estaba Corrientes? ¿Por qué me parecía que había pasado tanto tiempo si había sido tan solo hacía unos tres días? ¿Por qué me parecía como un recuerdo tan vago, casi como la foto de una postal de galería artística? Recordaba las inmediaciones de el Luna Park y el camino hacia Puerto Madero como una imagen difusa, pero precisa. ¿Cuánto tiempo hacía que no regresaba a ese lugar? Quizás, si es que me sobraba el tiempo, tomaría el metro para volver a encantarme de ese famoso cartel de Corrientes 348.
Pero, para a esas alturas, el tiempo volaba y mi estadía en París comenzaba a agotarse. Las calles de Recoleta se confundían con las del centro de París y mi reloj avanzaba: ¿cómo acabaría de conocer la Ciudad Luz si el día no se extendería a mi gusto? Sí, era seguro: tomar el metro hasta el Pére Lachaise y visitar el cementerio que me había quedado pendiente la vez anterior. Ah, no, pero hoy es sábado y los sábados no estaría abierto, si incluso me imagino el cartel escrito en francés -idioma que puedo leer a un nivel mínimo y que aún no logro aprender a hablar- diciendo que no se permitiría el ingreso, tal y como había sucedido la vez anterior. Me parecía una pérdida de tiempo pagar... ¿cuánto saldría el viaje en ese metro-subte de Buenos Aires-París? No lo sé, quizás la mejor opción sería regresar a la ribera del Sena a contemplar la Torre Eiffel como en el video de Adele.
Cuando comienzo a pensar en esa locura, me doy cuenta de que las panderetas de la feria artesanal se caen, mientras alguien habla por micrófono. No sé si acercarme a ayudar o continuar caminado por esa calle que ya no sé si es la continuación de Corrientes o si es que acaso me llevará al Pont des Arts a revisar los candados que cuelgan con las iniciales de todos esos amantes cuyas historias desconocemos: quizás se habrán lanzado al río, quizás habrán sido felices por el resto de su vida, quizás solo fueron una invención más de algún escritor enloquecido producto de la existencia alocada de una urbe en expansión. Nada entiendo, nada entiendo, nada entiendo. Je ne parle pas français. Y ese camino indeciso por el cual camino me confunde aún más, una persona me habla, quizás es un autor. Me habla de Joe Vasconcellos, me habla de música. ¿Dónde estoy? Solo sé que, de una u otra forma, puedo hablar mi idioma en este lugar.
Y en ese Buenos Aires-París camino en busca de una estación de Subte-Metro que me lleve a alguna parte.