Cuando la vio frente a la mesa, no pudo contener su admiración ante aquella mirada conquistadora y sensual con la cual ella bebía su trago. Quiso acercarse a la mesa donde ella estaba sentada, pero tuvo miedo; por un instante, la violencia de un recuerdo lo hizo caer de golpe sobre el respaldo de su propia silla. Bebió el vaso hasta el final y el ron pareció ser un poco más fuerte de lo que acostumbraba: seguramente sería la estrategia empleada por aquel cabaret para que los hombres acabaran llevándose a las mujeres lo antes posible. Así era el negocio: optimización de recursos y, obviamente, el tiempo es siempre uno de los más preciados.
El golpe lo estremeció. La mujer cantaba enloquecida sobre la tarima, mientras las luces recorrían el público. La música hacía bailar a los jóvenes que ya habían conquistado a alguna dama que, próximamente, acabarían desnudas sobre una cama, a pocos metros de aquel escenario. Esa no sería su noche, estaba seguro. Pero ella se acercó hasta el asiento e introdujo, sorpresivamente, sus delicadas manos a través de su espalda. Sus miradas se entrecruzaron de improviso: ya sabía que ese encuentro no sería casual.
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