Ascensores que suben y bajan, edificios que se mueven, paredes que parecen ser más resistentes que lo que aparentan. Y me sumerjo en aquellos sueños, fantasías surrealistas en que no entiendo lo que sucede: voy de un lado para otro, camino por nuevas rutas en busca de ese destino que creo conocer, pero que a veces se hace confuso. Veo la niebla una y otra vez y he aprendido a adorar el enigma, el misterio, la oscuridad de no saber hacia dónde vamos, porque la vida misma es un interminable torbellino.
Y el ascensor a veces sube, a veces baja. El tren siempre parte en alguna dirección que, muchas veces, desconozco. El cielo, al fin y al cabo, siempre acaba despejando para revelar el celeste profundo sobre el cual floto. La vida sigue siendo una sorpresa.
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