Buenos días, su señoría, bandandirundirundá. Hacía varios años que no me levantaba tan temprano para acudir a alguna actividad académica y hoy, a las 06.30 de la mañana, la oscuridad del amanecer me recordaba esos viejos tiempos en que tomaba la micro rumbo a Valparaíso para ingresar al colegio a las 07.55 y formar a la espera del acto de Buenos Días, donde muchas veces tuve que escuchar al simpático del Padre Director con su rehilamiento característico en la r final de las palabras. Esta vez me tocaba estar desde el otro lado de la vereda: de profe. Sí, llegué bien ordenadito a tomar la micro y me acomodé en el asiento rogando llegar a la hora: creo que no es novedad eso de que los choferes sean medio hormonales y a veces tarden 25 o 60 minutos en un mismo trayecto. Adquirí la costumbre de viajar 1 hora y media antes de mi horario de ingreso para llegar a la hora y, hasta el momento, me ha dado resultados siempre y cuando no tenga que ir a hacer ningún trámite al servicio público. Llegué a eso de las 07.25 a Valparaíso y me encontré con un puerto cubierto de niebla y llovizna: los barcos en la bahía se veían tan apacibles, tan tranquilos, que me daban ganas de seguir durmiendo.
Subí hacia el lugar del establecimiento y estaba dentro a eso de las 07.40, viendo los alumnos que comenzaban a ingresar a su primer día de clases. Todos eran completamente nuevos para mí y era normal sentir un poco de angustia. Comenzó la formación, la oración mucho más acotada que en mi época de estudiante y luego me presentaron ante todos: sí, soy el profe nuevo, mírenme, seré terriblemente malo y pondré puros uno. La maldad me duró hasta que subí no sé cuántas escaleras para llegar a la sala de 7mo básico, mi curso de jefatura, aunque estuvo a punto de volver a su lugar cuando me hicieron gritar hasta el cansancio y quedar sin voz en la primera hora. Santa cachucha: y yo que pensaba deshacerme del propóleo. Así que mi botellita de agua volvió a la carga y mi garganta se recuperaba de a poco: pequeñuelos, inquietos, hormonales, en proceso de crecimiento... ¡tan pequeños! Y pensar que a su edad yo me sentía tan grande y ahora los veo como pollitos: ¿será que me estoy haciendo adulto? Fue una mañana tranquila, conocí también a los de 3ero medio y me pareció un grupo muy agradable dispuesto a escuchar lo que les decía: ¡gracias, Dios, por favor concedido! Pero mi día no acabó a las 12.00 como tenía pensado, sino que casi a las 2 de la tarde, luego de llenar actas de subvención: eres profe jefe, querido.
Durante la tarde, acudí a mi plataforma vibratoria con la intención de ver los efectos de este tratamiento tan en voga; voy en mi cuarta sesión y he comido como cerdo, creo que no habrá mucho efecto. Me quedé con ganas de comprar aquel vestón genial de Zara, porque ya no estaba: así es la vida, snif. Y en este momento es que comento el enigma de los cajeros automáticos: ¿qué nos sucede, país, que nos creemos desarrollados, jaguares de Latinoamérica y no sé qué otra cosa más cuando no somos capaces de tener ni los cajeros automáticos funcionando? ¿Se pregunta usted porque Chile no avanza? Si estamos acostumbrados a que si una máquina no funciona, pasarán hasta años para que lo arreglen y es muy probable que nos acostumbremos a que no funciona y busquemos alguna forma de sobrellevar la dificultad. Todos los jodidos cajeros estaban fuera de servicio... sumado a que confirmé que mi tarjeta estaba defectuos, pero eso es cuento aparte. Y en Quilpué, la misma vaina. ¿Qué demonios sucede? ¿Es el inicio del fin del mundo? Creo que mañana continuaré escudriñando las locuras de este mundo inquieto.
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