El precipicio era el final del camino y el desenlace, algo casi inevitable. El atardecer era el silencio y los colores, la antesala de una pintura imaginada por un pintor surrealista. ¿Qué haremos esta vez? Ya hemos escapado tantos kilómetros lejos de la ciudad invadida por esos seres de formas difusas, ¿cuánto tiempo más podremos estar libres de ellos? La suela de su calzado estaba a punto de romperse y sus piernas, agotadas producto de un viaje sin fin. ¿Volar hacia lo lejos, volar sobre las nubes... cómo alcanzar esa altura con la finalidad de despegar los pies del suelo y olvidarse de lo terrenal, de una sola vez? Sus sombras se confundían en la penumbra que avanzaba rápidamente sobre ese valle desierto, donde los ecos de motores ultrasónicos no tardarían demasiado en rugir.
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