La estación era gigante, mucho más de lo que pude haberme imaginado en un primer momento, casi como una visión surrealista. Caminamos, caminamos sin saber hacia dónde, sin saber por cuánto tiempo. Quizá esperábamos algo, pero lo que sí es seguro es que estábamos en busca de algo: eso que solo tú y yo sabemos denominar, aunque todo el resto ya se ha dado cuenta de una u otra forma. Caminamos por ese pasillo y conversábamos de la vida, de nuestra historia, del futuro. El pasillo blanco reflejaba la excelente iluminación de un sitio que parecía salido del futuro. Pero no: el futuro es diferente según los lugares en los cuales te encuentres, pues en algunas zonas el futuro llegó hace rato y, en otros, el pasado no se quiere ir jamás.
Estábamos en el piso 9 y había que llegar hasta el primero. Nunca entendí cómo podía haber tantas líneas superpuestas en todos esos niveles. ¿Cómo aguantaba el peso? ¿Cómo no se caía? ¿Acaso en algún lugar se encontrarían en una misma línea recta? Solo pensé en el vértigo de una caída libre: la modernidad es acelerada en cada detalle de sus acciones. La cápsula descendió rápidamente, casi sin darme tiempo a sujetarme o a digerir ese anterior pensamiento. Llegamos al lugar y el bullicio era inexistente. No estabas a mi lado y no sé por qué, pero sabía que ya estabas por llegar. Quería que te apuraras antes de que el tren partiera. Rodalies. Eran diferentes a lo que me había imaginado, más bien parecía un antiguo vagón de tren parecidos a los del metro de Nueva York, según lo que muestran las películas. Estaba un tanto distante del andén, aunque eso no parecía ser razón suficiente para escuchar el melódico "tenga cuidado de no introducir el pie entre el coche y el andén". Llegaste, ingresamos de un salto. No sé por qué, pero recuerdo tus zapatos negros. Saltamos juntos antes de que la puerta se cerrara y el tren comenzara el viaje.
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