Es cierto que a veces uno ruega por tener oportunidades que tardan mucho tiempo en llegar, incluso, a veces no llegan. Es cierto que en esos momentos lo único que haces es reclamar por todas las cosas malas y se te olvida que, al fin y al cabo, la vida es lo suficientemente sabia como para entregarte lo que necesitas en el momento justo. Creo que a veces lo peor es tener demasiadas opciones, porque siempre que optar por algo tienes que, obligatoriamente, dejar otra cosa de lado, lo que te deja el inevitable cuestionamiento de qué hubiese sucedido si hubieses elegido ese camino.
Este año, según he leído, será un año bastante intenso: el año del infinito, el año de cambios, el año de los deseos. Creo que lo he notado desde un principio, al haber cumplido varios sueños desde un comienzo. Incluso he sido lo suficientemente atrevido como para pedir cosas de manera desesperada con la convicción de que iba a ser escuchado y, nuevamente, salgo sonriente. Comencé el año sintiendo que se avecinaba un cambio: había una serie de coincidencias que hacían que mi estado actual no calzara. Algo estaba mal y no había caso, no quería resultar. Fue el momento de que se encendiera un deseo fuerte y de recuperar la confianza; fue el momento en que se gestó un cambio tan rápido que apenas tuve tiempo de asimilar. Un cambio que merecía, sin lugar a dudas. No se trata de jactarse de un supuesto poder, sino que se trata de recuperar la confianza. Pensar en cambios trae a la mente una serie de fenómenos que pueden ser, incluso, un poco violentos: terremotos, cambios de clima o cualquier otra catástrofe natural. Pensar en cambios también significa dejar que el pasado se quede en donde está para poder mirar hacia el futuro: el futuro es la oportunidad, hermosa y desconocida. Pero lo mejor de todo es sentir que tienes la capacidad de ser tú mismo quien ejerza dichos cambios, o al menos que puedes formar una parte importante en la gestión de los mismos. ¿Quién puede cambiar tu vida si no eres tú mismo?
Creo que el destino no se ha cansado de enviarme señales potentes de lo que puedo hacer, de lo que soy capaz. Más allá de un ser en potencia, es hora de comenzar a ejercer la acción: el movimiento. Podemos modificar nuestras circunstancias si queremos, es más, es casi nuestro deber llegar más lejos. Cerrar los ojos y ver mucho más allá, sentir que los pies dejan el suelo y alcanzan esas alturas que parecían imposibles. La sensación es realmente gratificante cuando, pese a que tienes algunos puntos negros externos que empañan tu tranquilidad, haces el balance y ves que todo sale a favor: la suma es positiva.
Ahora, el problema es el tema de las oportunidades que aparecen en tu horizonte. ¿Qué pasa cuando, luego de que encuentras la estabilidad, aparece algo que hubieses querido con ansias en otro momento de tu vida? Está en tus manos ejercer el cambio, pero algo en ti te dice que no, que no es el momento o, más bien, que no quieres. Por un instante quieres descansar y detenerte, poner los pies en el suelo por un tiempo para poder respirar y recargarte de energía. Hay mucho por hacer, está claro, pero vamos de a poco. Y ese es el momento en que decido que no, que dejaré pasar una oportunidad que podría ser buena. ¿Cuál es la razón? El corazón. Pensar con el corazón me ha traído muy buenas consecuencias, me ha traído las mejores oportunidades. Es difícil estar en ese momento en que vislumbras un escape que anhelabas, pero tu corazón te dice que aún no. Sé que eres sabio, corazón, tienes una sabiduría infalible, sé que vislumbras algo mucho más allá.
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