Ideas come to my mind when I’m trying to sleep, when I’m thinking about her... it’s all I can say right now. Can you tell me why? Is that right? Maybe it’s just that customer’s always right. Hacía poco estaba leyendo “La Muerte de Artemio Cruz” y me llamó mucho la atención la particular frase del cliente siempre tiene la razón… sólo lo decía porque quería hallarle algún sentido a mis enunciados inconexos que se congelan a cada instante por el frío imperante y por las horas de sueño prolongas que en un día viernes normal no serían tantas. Es tan agradable romper ciertas reglas de vez en cuando, es tan entretenido soñar con lo que quieres, es tan entretenido sonreír sin motivo y sólo dejar fluir las ideas que llegan locas: nadie quiere resumirlas a un parámetro, nadie quiere torturarlas a una forma, nadie quiere descubrir cuántos kb van a pesar en un documento de word.
Hacía mucho tiempo que no lloraba y mi alma empezaba a pasarme la cuenta. Lo que por mucho tiempo oí de la sociedad de que “los hombres no lloran” es una completa mentira y bien me lo recalcó mi madre cuando yo era pequeño; agradezco demasiado ese real consejo. Llorar es a veces una necesidad, pese a que lo reprimo tantas veces dependiendo de las circunstancias, cuando no quiero que me vean… sí, soy demasiado orgulloso como para que me vean en un momento de flaqueza y a veces soy demasiado ególatra. Mi primera lágrima fue al leer un pasaje del, que ya he mencionado anteriormente, Werther, cuando su amada la relata la muerte de su progenitora y todo lo que ella debió pasar por ello: me quebré luego de mucho tiempo. La segunda vez fue caminando por el Muelle Barón, mirando las olas y observando el amor que había en el aire, perdiendo mi mirada en las luces de Valparaíso que me hacían pensar que alguien nos estaba observando desde allá afuera, en el universo magnánimo. Somos tan pequeños y a veces nos sentimos inmensos; todo a su momento, me dirán las voces del pasado que me formaron por 4 años. Y una tercera vez fue en la noche, pero no recuerdo si logró salir esa lágrima que parecía atrapada entre mis ojos; sólo recuerdo que lo hice pensando en eso que he estado pensando desde hace tanto tiempo y esta semana parecía incrementarse. Todavía tengo rabia por algo, pero, ¿contra quién? Nadie es el culpable de que la suerte sea de ese modo. “Nada podría estar mejor en este mundo” me mentiría el buen Pangloss que, pese a todo, nunca deja de mantener su optimismo ante la vida, ese que a veces empiezo a perder.
Y son esas lágrimas, ese ascenso al mundo de las ideas de Platón, esa hipersensibilidad en su máximo esplendor la que me hace recostarme con la luz apagada y abrigado con frazadas que por poco me cubren hasta la cabeza para soportar el frío de estas noches de invierno que se hacen cada vez más desiertas, mientras quiero que pase el tiempo para poder volver a comenzar; son esos momentos en que mis ojos quieren cerrarse y dejar d hablar, pero es el momento en que llegan a mi mente las ideas más extravagantes y locas que me pueda imaginar. Y me reclaman si no las considero, me reclaman si no las escribo, porque saben que yo no les voy a reclamar por estarme quitando el sueño que a veces comenzaba a conciliar. No tengo ni un contrato con ellas, por lo que the customer’s always right no tendría validez en este momento, pero siento como si estuviera comiendo de la mano de mi musa. ¿Es eso algo malo? No sé, me gusta, pero me da miedo por las posibles consecuencias que ello pueda traer. A veces las personas más bellas pueden transformarse en demonios sin saberlo, todo con tal de hacer valer su punto de vista como el superior. Las ideas aparecen en el momento más inesperado y no me queda otra que escucharlas: sé que en algún momento se lo voy a agradecer.
Hacía mucho tiempo que no lloraba y mi alma empezaba a pasarme la cuenta. Lo que por mucho tiempo oí de la sociedad de que “los hombres no lloran” es una completa mentira y bien me lo recalcó mi madre cuando yo era pequeño; agradezco demasiado ese real consejo. Llorar es a veces una necesidad, pese a que lo reprimo tantas veces dependiendo de las circunstancias, cuando no quiero que me vean… sí, soy demasiado orgulloso como para que me vean en un momento de flaqueza y a veces soy demasiado ególatra. Mi primera lágrima fue al leer un pasaje del, que ya he mencionado anteriormente, Werther, cuando su amada la relata la muerte de su progenitora y todo lo que ella debió pasar por ello: me quebré luego de mucho tiempo. La segunda vez fue caminando por el Muelle Barón, mirando las olas y observando el amor que había en el aire, perdiendo mi mirada en las luces de Valparaíso que me hacían pensar que alguien nos estaba observando desde allá afuera, en el universo magnánimo. Somos tan pequeños y a veces nos sentimos inmensos; todo a su momento, me dirán las voces del pasado que me formaron por 4 años. Y una tercera vez fue en la noche, pero no recuerdo si logró salir esa lágrima que parecía atrapada entre mis ojos; sólo recuerdo que lo hice pensando en eso que he estado pensando desde hace tanto tiempo y esta semana parecía incrementarse. Todavía tengo rabia por algo, pero, ¿contra quién? Nadie es el culpable de que la suerte sea de ese modo. “Nada podría estar mejor en este mundo” me mentiría el buen Pangloss que, pese a todo, nunca deja de mantener su optimismo ante la vida, ese que a veces empiezo a perder.
Y son esas lágrimas, ese ascenso al mundo de las ideas de Platón, esa hipersensibilidad en su máximo esplendor la que me hace recostarme con la luz apagada y abrigado con frazadas que por poco me cubren hasta la cabeza para soportar el frío de estas noches de invierno que se hacen cada vez más desiertas, mientras quiero que pase el tiempo para poder volver a comenzar; son esos momentos en que mis ojos quieren cerrarse y dejar d hablar, pero es el momento en que llegan a mi mente las ideas más extravagantes y locas que me pueda imaginar. Y me reclaman si no las considero, me reclaman si no las escribo, porque saben que yo no les voy a reclamar por estarme quitando el sueño que a veces comenzaba a conciliar. No tengo ni un contrato con ellas, por lo que the customer’s always right no tendría validez en este momento, pero siento como si estuviera comiendo de la mano de mi musa. ¿Es eso algo malo? No sé, me gusta, pero me da miedo por las posibles consecuencias que ello pueda traer. A veces las personas más bellas pueden transformarse en demonios sin saberlo, todo con tal de hacer valer su punto de vista como el superior. Las ideas aparecen en el momento más inesperado y no me queda otra que escucharlas: sé que en algún momento se lo voy a agradecer.
1 comentario:
Supongo q algún día conoceremos el nombre de esa persona que ha motivado gran parte de tus últimas entradas... >.<
Es cierto, las ideas son como visitas molestas porque no t avisan cuando van a llegar, claro que no son tan pegotes y se van si uno no las acoge...
saludos ;D
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