Todo sucedía cuando pretendía llegar a Valparaíso a las 9 de la mañana (cuando todo acabó me di cuenta de lo hiperbólico que soy, pero me entretengo haciendo esto) y, para ese cometido, es que debí levantarme una hora antes de lo que me levanto tal día. 7 de la mañana y realmente consideré dejar para otro día la diligencia. No obstante, y por el cargo de conciencia de haber puesto la alarma y seguir durmiendo de manera “tan irresponsable” como podría decirme alguien, es que me levanté y realicé lo típico de la mañana: una ducha de 15 minutos (me lo han dicho mil veces, pero persisto en mi actitud de demorarme tanto: es que el sueño hace que uno pierda la sensación del tiempo), vestirme, hacer la cama y tomar desayuno. Salgo a las 8 de la mañana (el viaje desde mi casa a Valparaíso es algo así como del campo a la ciudad, por lo que me tomo una “entretenida” y “cómoda” travesía en las micros pintadas de color gris y naranjo del TMV) para encontrarme con una tranquila población que se encontraba completamente revolucionada: ¿Acaso todo el mundo despertó al mismo momento y tiene que salir a la misma hora que yo? No sabía que podía haber tanto movimiento en esta población que está muerta casi todo el día y hasta me imaginaba las épocas de protesta en que la gente se agolpa violentamente a marchar por algún ideal (legítimo y a veces, aunque les duele reconocerlo, insensato). Y definitivamente me di cuenta que a las 8 de la mañana es la hora de colapso del cada vez más poblado sector de “Los Pinos”, donde la movilización pasa con una frecuencia vergonzosa de a lo menos 15 minutos y, más encima, repleta, haciendo que las condiciones de mi “cómodo” y “entretenido” viaje no lo sean tanto… de ahí que me dolieran tanto los pies y las piernas al llegar a Valparaíso.
Y claro que uno piensa que “es lo que hay” o “al menos, esto aún es mejor que el Transantiago” y sólo deseo llegar a mi destino lo más rápido posible. Todo “bien”. La gente colgando hasta en la pisadera, mi distancia íntima absolutamente violentada, la presión de la velocidad y detenciones que me hacían temer ser aplastado, escasamente sujeto a una baranda que luego se salió de su lugar, oxígeno cada vez más viciado y un chofer que continúa recibiendo pasajeros al tomar el camino más largo… “todavía hay espacio en el techo” pensé que sería el pensamiento el chofer al continuar recibiendo gente. Pero lo mejor estaba por suceder… continúa su eterno camino y de un momento a otro es que comienzo a percibir un olor que he percibido en situaciones anteriores, un olor como a quemado y un humo que al moverse la micro podía
La micro que venía tras ésta estaba vacía, por lo cual alcancé a tomar asiento al lado de la ventana, pero ya no tenía ganas de dormir porque era seguro que iba a pasar de largo (había dormido muy poco en la noche y el día anterior había sido bastante agotador). Cuando llegué a Valparaíso eran las 09.15 y tenía sólo 50 minutos para lograr mi objetivo: luego de todo, pensé que la tercera también correría con la misma suerte. Pero al menos, la ley de Murphy no actuó en 3eras circunstancias… algo es algo. Después todo, dentro de lo malo tenía que haber algo bueno y con lo que preferí quedarme luego de toda esta graciosa odisea “campo-ciudad” pues lo logrado me servirá y lo voy a notar: algo es algo.
1 comentario:
Lo peor es lo que sucede cuando intentamos evitar esos sucesos inesperados y logramos asegurarnos relativamente de que las cosas pasen sin inconvenientes. Ahí nos amargamos al darnos cuenta ( o nos hacen darnos cuenta) de que somos muy esquematizados y calculamos demasiado cualquier acción... de que no sabemos disfrutar nada, porque pensamos mucho...
Deseo hallar el equilibrio.
Lamento haberme ausentado por tanto tiempo...
Saludos
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