viernes, 24 de abril de 2015

Nada.

Al moverte en el silencio, las siluetas se confunden en un aquí y un allá. ¿Qué es eso? ¿Qué es lo que veo? ¿Qué es lo que siento? Por un instante, huelo el hedor a vino que corroe las mesas olvidadas por el paso de los viajeros; las historias se cuelan en las bisagras que van y vienen como los vasos de alcohol proveniente del infinito. Las luces psicodélicas del recuerdo se confunden con un beso que nunca se concretó y una persona que jamás volvió a aparecer. Bailas a la deriva, te mueves sin pensar, haces el ridículo y no te importa. Estás poseido por el ritmo del vaivén de las olas del mar, de la espuma en la que duermes, de la nebulosa que tu mirada pierde en el horizonte.

No sabes dónde vas, no sabes lo que va a pasar, no sabes nada de nada. Tienes el futuro a la vuelta de la esquina y, por un instante, crees que tienes el control de todo: pero no sabes nada. No has visto ni la mitad de la realidad. No has visto más allá de tu burbuja, no has visto más allá de ti mismo. Pronto te enterarás de muchas cosas: la búsqueda terminará en un destino sorprendente y alegre. Hermoso y desconocido. ¿Los viste esta vez? Seguro, hablaste incluso, solo que no lo recuerdas.

De pronto, despiertas. No sabes lo que ha sucedido. No sabes dónde estás. No sabes nada. Nada. Nada de nada. ¿Flotas en el mar o a la deriva del pavimento sobre el cual ya comienza a quemar el sol? Comienzas a distanciarte de los años 20.

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