Aún recuerdo ese momento en que crucé la Cordillera de los Andes entre nubes, cuando la ventanilla se llenó de cristales de hielo. La inmensidad de la pampa argentina hasta divisar esa enorme ciudad llamada Buenos Aires donde haría la primera escala. Luego, la espera, buscando conexión para poder hablar a mi casa y avisar de que ya estaba en Buenos Aires, que pronto comenzaría el gran vuelo: cruzar el 'charco', el Oceáno Atlántico. Y eso sucedió a eso de las 23.00 hrs del día 26 de enero, con una hora de retraso. Cuando despegó el avión ya estaba oscuro y hacía un poco de calor, pero la emoción de este suceso me tenía inquieto. Luego, en el aire, comenzar a ver las ciudades de Brasil, enormes, iluminadas hasta la infinidad. Y dormir... hasta abrir los ojos y ver, entre nubes, algo distinto, un nuevo continente: no me lo podía creer y, a veces, aún no me la creo. Tenía tanto miedo de pasar por policía internacional y que me pusieran algún problema, pero todo duró menos de un minuto y... ¡ya estaba en España! Esperar la maleta y luego salir a encontrarme con los 3º - 4º de temperatura (a diferencia de los 33º que había en Santiago al partir y una temperatura similar en Buenos Aires). Y llegar a Albacete luego de correr por las escaleras del metro, ver caras extrañas (no fue precisamente muy cuidadoso con mis maletas y el ruido era algo digno de observar, incluso, para reírse). Correr al bus que ya estaba partiendo y que me esperó, generosamente. Mirar los copos de nieve que caían en la Estación Méndez Álvaro, escuchar un poco de música, estar atento a cada detalle del camino que veía... ¿por primera vez?. Y me daba vueltas en la cabeza, estoy en Madrid, rumbo a Albacete, estoy en España, rumbo a cumplir uno de tantos sueños.
El bus se detuvo en una estación por media hora: esa era la señal de que faltaba muy poco. Aproveché de llamar a Vero, para avisarle de que ya iba. Y poco tiempo después, el bus se estacionaba en el terminal de "Albacete". Bajé mis maletas y me encontré con una fría ciudad, inserta en los llanos. Era extraño ver en vivo y en directo imágenes que solo había visto en fotos. Iba tan apurado y cargado que en ese momento no pude dimensionarlo bien. No pude comunicarme con mi familia sino hasta el día siguiente, a las 9 de la mañana (5 am en Chile). Llamé por Skype y sentí la alegría de mi familia de saber que ya había llegado bien y que estaba próximo a comenzar mi nueva vida.
Detalles tan pequeños como mirar por la ventana y, por primera vez, ver eso que te decían que es España. Sentir el invierno europeo, sentir que estabas en el continente viejo cumpliendo tus sueños. Y claro, es el mejor ejemplo de que los sueños se cumplen si luchas por ellos, que aunque creas que tus esfuerzos no son recompensados te equivocas: la vida sabe recompensar el trabajo, la vida sabe devolverte lo justo y en el momento preciso. Así es, como alguna vez me decía Matilde -una chilena que conocería en Londres, tiempo después-, "la vida se da cuenta de nuestro esfuerzo" y es eso lo que te hace disfrutar aún más tus logros.
Y me cuesta creer que ya se hayan pasado 3 meses desde este enorme vuelo, desde ese momento en que realmente la vida me ha dicho que sí se puede volar. Que no hay límites, que los sueños no tienen límites ni controles aduaneros: son libres de llegar al lugar que se propongan. Estoy viviendo ese sueño que vi tan lejano, que ahora ya es parte de mi vida y que, de alguna forma, quisiera que durara para siempre.