Érase un día 17 de septiembre en que un bus Ruta H cruzaba la ruta 5 sur, a la altura de la angostura de Pelequén, en que dos viajeros miraban el paisaje y se encontraban bastante perdidos. La llamda de la futura alcaldesa de Pichidegua confirmó el temor: no teníamos ni la más mínima idea de cuál era la bajada. Un ejemplo claro de ello es que yo pensaba que teníamos que bajarnos en la "catedral" de Miraflores, cuando en realidad se trataba de la Iglesia. Afortunadamente, la srta. González acudió a nuestra ayuda en San Vicente de Tagua Tagua, subiéndose al bus ante las miradas sorprendidas de Evelyn y de mí. Lo siguiente fue encontrar la iglesia y comenzar con nuestro viaje por los sabores típicos de una comuna muy acogedora como lo fue Pichidegua.
El primer encuentro con las empanadas fue el mismo día en que llegamos, un almuerzo muy rico y agradable. Lo siguiente fue caminar por la ciudad y conocer sus lugares, tomar fotos miles y disfrutar del aire cálido de ese momento. De las fondas de Pichidegua, fuimos hasta las de San Vicente a eso de las 00.30 a continuar con la celebración, que solo pareció ser empañada por el intenso frío de esa hora. Se me olvidaba que estábamos en un valle donde las temperaturas suelen ser mucho más extremas. Fondas con nombres divertidos, originales y creativos me hicieron reír en busca de una empanada de queso que no encontré sino hasta el segundo día.
Fue así como, a eso del mediodía, despertamos a un sol no tan caluroso como el del primer día: el desfile del 18 de septiembre recorría la plaza municipal de Pichidegua con todos sus colegios y delegaciones, así como el espacio a una representación como modo de protesta por la posible instalación de FibroAndes en los alrededores de la comuna. Nos acercábamos al encuentro con el origen de ese placentero sabor de la masa, del pollo-pino picado, del huevo duro... el sabor de la empanada de Pichidegua, descubierto hace dos años y que ahora podría descubrir desde el horno. Descubrí que la empanada de Pichidegua no era de Pichidegua como tal, sino de Larmahue. De todas formas, quedarán bautizadas de esa forma en honor a Carolina González, futura intendenta regional. Llegamos al lugar, caminamos un rato y luego me comentan que estamos cerca del horno de barro en el cual nacen a uno de los sabores más bien cuidados del mundo.
Lo que sigue es bastante evidente. Sentarse, ver las empanadas que avanzan hacia los comensales que las esperan con alegría, ansiedad, quizá un poco de sorpresa y, por sobre todo, muchas ganas de volver a sentir esa sensación única de la mezcla de ingredientes que se encuentran ocultos y que lentamente irán emergiendo hacia las papilas gustativas. Las veo venir hacia mí, sentarse a mi lado, veo mi mano que se extiende en un segundo eterno y persistente, avanza lento, avanza decidido hasta sentirlas nuevamente: casi como un deja vu. Ya las he visto, ahora solo vuelvo a sentirlas. Y no se trata de un reencuentro con una vida pasada, sino que con años anteriores, pero todo parece como si volviera a ser la primera vez. Caricias, sabores... la empanada de Pichidegua se encuentra en mis manos y en mi boca, pruebo su sabor. Sé que los dioses del Olimpo lucharían por tener este placer que ahora es solo mío y de nadie más. Claramente, esto sucedió una y otra vez, por cada empanada que comí.
Fue así como mi reencuentro fue diferente, esta vez mucho mejor. La empanada no debió recorrer kilómetros y kilómetros, esconderse en bolsos que se impregnaron de su aroma, vivir con la angustia de ser secuestrada o causar algún tipo de conflicto laboral (al estar escondida y, potencialmente, no tener como destino alguno de los altos mandos). Ella no vino a mí, sino yo a ella,aunque, tal vez, ambos vinimos el uno hacia el otro. Quizás se produjo un choque. Qué sabroso encuentro.
Fotografía: Empanadas de Pichidegua, pero en Larmahue, Región de O'Higgins