Ya ha pasado un año desde que tuve que decir adiós a uno de los momentos más entretenidos de mi vida, donde conocí gran cantidad de gente de diversas nacionalidades y con muchas historias para compartir. Muchas de esas historias, efectivamente, las vivimos juntos y se han transformado en esas anécdotas que recuerdo a cada rato y que, sin lugar a dudas, han marcado una etapa de mi vida. Gente cuyo recuerdo, conversaciones y alegría va mucho más allá de la sonrisa para una fotografía que puede o no convertirse en un gran cuadro. Creo que son varias las fotos que podrían constituirse en cuadros que quisiera poder volver a vivir, aunque sé que el tiempo ya pasó.
Junta de comida internacional en el departamento de Elena.
Ha pasado un año desde aquel día 10 de julio en que, luego de una despedida en el departamento de las chicas polacas, partía nuestro bus a Madrid a eso de las 03.30 am, con la brisa cálida de ese Albacete silencioso y nostálgico que, de una u otra forma, nos decía adiós. Me costó mirar atrás y ver que en poco menos de 3 minutos en taxi ya estábamos en la estación de buses. Las luces de alrededor parpadeaban, el aire tenía algo distinto. Era el momento en que comprobé que mis predicciones eran ciertas: sí iba a echar mucho de menos esa tierra en la que crecí como persona y aprendí tantas lecciones para la vida. Subimos al bus y me senté hacia la ventana: la temperatura, según el bus, fluctuaba entre los 19º y los 22º a esa hora de la madrugada, la cual ascendería al mediodía, escalando hasta los 39º del día anterior o quizá más. Salir hacia la carretera no era algo extraño y podría pensar que se trataba de cualquier otro viaje, pero no, este era el último viaje y ya no volvería nunca más. La historia concluía y me llevaba muy buenos recuerdos.
Terminal de autobuses de Albacete.
Al llegar a Madrid, T4, fue un gran alivio encontrar carros para transportar las maletas: Mariana llevaba muchas. Tomamos desayuno en el Mc Donald's, como de costumbre, antes de viajar temprano por la mañana. En mi mente sonaba la melodía de "Sueños" de Javiera Mena, "puedo continuar lo que no pasó". Luego de hacer la hora, dejamos mis maletas en la custodia para luego acompañar a Mariana a hacer el check-in del viaje. No tuve tiempo de pensar demasiado que eran los últimos minutos que nos veíamos hasta que, definitivamente, me dio un abrazo y un beso y adiós. Me importó un comino que todo el aeropuerto me viera llorando; y es que, con el tiempo, he aprendido a expresar mis emociones.
Aeropuerto Madrid-Barajas, Terminal 4.
Regresé a Madrid en busca de comida y de un encargo, sobreviviendo a los 38º - 40º que marcaba en el centro de la ciudad. Justo el último día, aproveché de gastar mis últimos euros en comida chilena: El Regreso del Winnipeg era la antesala a mi propio regreso a mi tierra que ya había comenzado a extrañar hace mucho. Pronto volvería a ver el mar. Regresé al aeropuerto e hice el check-in a eso de las 19.00 hrs de España. Pasé el control aduanero y, nuevamente, me sorprendí por el carácter tan poco amable del policía del control. Me senté a esperar el ascenso, con los cantos alusivos al mundial de los españoles que viajaban a ver la final del mundial en Sudáfrica, de la cual saldrían vencedores. Miré a todos lados por última vez y ascendí al avión conforme, satisfecho de haber vivido tantas experiencias. Confiado en que esta sería la primera vez de muchas otras en Europa.
Plaza de Toros de Madrid.
Subí al avión y me acomodé en mi asiento, hacia la ventana. Vi el despegue, acelerando lentamente. Respiré profundo y descubrí que eran los últimos segundos en que mis pies tocaban suelo español, suelo europeo. Miré por la ventana y vi que corríamos a gran velocidad hasta que, de pronto, despegamos. Comenzaba el viaje de regreso a casa y decía adiós a España, adiós a toda una gran experiencia. Ya ha pasado un año y la nostalgia sigue tan viva como entonces, recordando esos buenos momentos que, quizá, pudieran volver a repetirse en un espacio y tiempo diferente.
Mi vuelo a Buenos Aires, 22.05 del 10 de julio de 2010.