jueves, 30 de junio de 2011

Coming back

Trembling, shaking, moving, dreaming.
I'm leaving on a dream, it's all an illusion, isn't it?
It's strange to see that everything seems to be happy as it was in the past. 
Everything happy once again.
I'm turning happy once again, more than ever.
I'm feeling exactly what I felt some years ago...

Because you're coming back.
Because I'll see you again,
because I'll kiss your lips,
Because we'll make the storms turn into something sweet.

You're coming back,
and I'm feeling happy once again.


Fotografía: Mirador Ciudad Camogli, Cerro Bellavista, Valparaíso.

miércoles, 29 de junio de 2011

Antes de cerrar los ojos

Antes de cerrar los ojos, caminó algún instante alrededor del fuego: los cuadrados pintados de azul eran toda una atracción para cualquier caminante que encontrara esos vestigios, milenios después. Aún estaba un poco mareado producto del golpe: nadie estaba preparado para enterarse de tantas cosas al mismo tiempo. El sabio se lo dijo varias veces, pero entre locuras de alcohol, pocas de sus palabras eran realmente creíbles. Aunque, ahora, pensaba que tal vez no estaba del todo equivocado. Buscaba el fuego inexistente ante la vista de todos, porque se escondía bajo las infinitas capas de hielo que se habían afianzado a la fuente de agua de la plaza de Porvenir, esa pequeña localidad de la Tierra del Fuego, donde las rachas de frío parecían ser ensordecedoras.

Recordaba sus paseos de infancia por ese camino, recordaba una y otra vez los ojos verdes y tristes de Beatriz. Recordaba esa promesa que nunca expresó de manera verbal, pero que le había quedado en el inconciente luego de la última carta que había recibido, donde ella entendía todo. ¿Todo? Tal vez no todo, porque no había sido capaz de confiar en él, de esperarlo. Pero, ¿acaso él la había esperado a ella? No había sido precisamente el mejor ejemplo en cuanto a cumplimiento. Recordaba esas noches de frío abrazado a su regazo, sintiendo su piel blanca y tibia, descubriendo un universo paralelo a cada segundo que el tic tac de la medianoche hacía retumbar en las miradas de los ancestros escondidos en sus calles. Allí venía un transbordador, ocultando mercancías, transportando espíritus, destacando historias... cumpliendo tantos deja vú. Y es que aún, varios años después, mantenía grabado a fuego el sueño en que recorría la frialdad enamoradiza de ese paisaje tan congelado. 

Miró al cielo y vio las estrellas amontonadas sobre la oscuridad: hacía poco que había acabado la ventisca y el universo se extendía con todo su esplendor. Sus huellas quedaban marcadas en la nieve que cubría las calles. Infructuosamente, buscaba en el horizonte las luces de la lejana Punta Arenas que estaba del otro lado del Estrecho de Magallanes... ¡tanta distancia, tantos sueños, tanto esfuerzo... tanto había nadado para llegar a sus brazos! Tanto que no había sido suficiente para volver a encontrarla en esos lugares donde la besó en sueños. Pero fue un sueño tan real que parecía certero. Lo surrealista también tenía una base concreta. Vio al anciano sentado en la orilla, a punto de congelarse, agachando la cabeza.

 Antes de cerrar los ojos, la corriente congelada de la mezcla de océanos humedecía la nieve, transformándola en una mezcla extraña que al día siguiente, seguramente, amanecería congelada para que las doncellas resbalaran y pudieran ser capturas por el instinto insaciable del mar. Todos os días desaparecía una sirena. El agua lo cubría de hielo. Esa madrugada, las sirenas cobraban venganza. Había que hacerlo rápido: nadie debía perderse el espectáculo, nadie debía de cerrar los ojos.

martes, 28 de junio de 2011

Condicionales

Podría escribir de los sueños extraños que a menudo me atacan por las noches, de las extrañas alucinaciones que tengo cuando estoy sentado cerca del mar o en los andenes de la estación del metro. Podría decir tantas y tantas cosas que las mismas palabras se me harían pocas y, en más de alguna ocasión, tendría que inventar alguna palabra para poder establecer, infructuosamente, la silueta de aquella idea que tengo en la punta de la lengua. Podría poder, pero muchas veces, todo se queda en condicionales extraños que, como condiciones, se limitan a detener cualquier otro avance. Todo acaba en difusas intenciones de ser algo que no se sabe qué es, que cambia, que muta constantemente como algún virus extraño que puede destruir o construir a la vez. Pero a la vez que acaba, vuelve a comenzar. 

Porque eso que acaba nunca está acabado del todo: no hay nada más falso que un punto final.

sábado, 25 de junio de 2011

Predisposición a comprar.

En abril de este año, fui de viaje a Valdivia. Dentro de las peculiaridades de una ciudad tan maravillosa, me encontré con una farmacia y la particular disposición de sus productos. ¿Qué tiene que ver las toallitas higiénicas con las galletas, papas fritas y otras cosas para 'picar'?


Fotografía: Farmacia (no recuerdo el nombre), Valdivia.

jueves, 23 de junio de 2011

Cómodamente estúpido

Fake plastic trees. La nebulosa de alrededor es tan difusa como las palabras de aquel anciano sentado en la altura del cerro, a la manera de Dios. Lo que le sigue es una extraña figura parecida a la Esfinge -sí, la misma que venció a Edipo y que desató todos los males sobre la ciudad al abrir los mares con un bastón-, que parlotea en un idioma extraño, tal vez en antiguo egipcio. Solo veo jeroglíficos. El anciano cree ser un sabio: habla todo el día de literatura, de música, de la postmodernidad y sueña con encontrarse de casualidad con Berthe Trépat, caminando borracha cerca de algún bar de la subida Ecuador. Seguramente él ya lo ha hecho y, cuentan las malas lenguas, que se lo ha visto varias veces durmiendo cerca de las líneas del metro a la espera que un tren corte el último aliento de su alicaída existencia.

Pero, ¿qué sucedió con sus antiguos amores? Algunos dirían que se echaron al olvido, que se esfumaron: una luz extraña y desaparecieron. Se los tragó el cielo. Algunos dicen que se fueron a vivir a la luna, junto con los mayas... o aztecas, qué se yo. Yo no soy el creador de la historia, sino un mero narrador ficticio; mi consistencia es sola y exclusivamente de lenguaje, soy un ente volátil que vez que lo decodificas. Algunos dirán que soy un artista, yo solo diría, que soy una arista de las miles que tiene la mente humana... y la lengua. El anciano amaneció ese día frente al mar, con su vaso vacío, como siempre. Pues sus borracheras nunca habían sido de alcohol: era el sujeto más abstemio del universo, por muy extraño que pareciera. Solo que una noche, de casualidad, se encontró con Madame Trépat tocando guitarra en la micro y entonces enloqueció.

Era tan bella esta mujer que ya tenía bastantes noches en el cuerpo. Adoraba cada una de las arrugas sapienciales que se marcaban en su piel, en su mirada, en sus ojos tan brillantes que daban cuenta de tiempos antaños. Era preciosa, radiante. Pero ella no tocaba canciones clásicas. De su guitarra salía la melodía de Tomorrow Never Knows, Light my Fire y Comfortably numb. Qué delicia verla tocar las cuerdas y escucharla cantar: el placer más dulce del día. Perfecto, indescriptible, convexo, inconexo, secreto, somnoliento, soliloquio, lumía, mía, mía, Mimí como el gato de la señora Rebeca, golonrimas, altazores y todo lo demás. En definitva, un placer conocerle, nice to meet you.

Ella le sonrió y el anciano hizo que el mundo desapareciera en esa preciso segundo. No había espacio, ni tiempo, ni mundo, ni ruido, ni letras, ni, ni, ni, ni... nada. Solo notas musicales en un pentagrama interminable en el cual se posaban pajaritos, formando melodías. Le extendió la mano. Todo tan nebuloso en ese universo marcado por la atmósfera musical de los fake plastic trees y su melodía de ensueño, al momento en que la estatua de la Esfinge le sonríe. ¿Que no tenía que convertirse en piedra si le sonreía? ¿O acaso el telar de Homero era un regalo para Telémaco? A estas alturas, ya mañana nunca se sabe. El mundo se enciende en el fuego. Se sintió feliz. Cómodamente estúpido.

miércoles, 22 de junio de 2011

martes, 21 de junio de 2011

Otra vez

Como siempre, tarde me vengo a dar cuenta de todas las cosas. Me da mucha rabia pensar que he pasado varias veces por lo mismo y que, al parecer, no aprendo: vuelven a suceder las mismas situaciones, vuelven a "hacerme tonto" como quieren. ¿Acaso no soy lo suficientemente 'fuerte' como para mandarlos a la mierda cuando de verdad se lo merecen? ¿Acaso he sido demasiado relajado y, como siempre, me he hecho el que no me importa nada? Tal vez sea eso, demostrar que no me importa nada cuando en realidad sí me importan muchas cosas. Y que soy excesivamente sensible aunque, claramente, esto no es culpa de nadie: tampoco puedo culpar por todo a otra persona de algo en lo que sé que tengo también un poco de participación. El problema es cuando el otro participante solo intenta desligarse una y otra vez de sus propias responsabilidades y cuando ha lanzado la piedra, esconde la mano con excusas bastante endebles.

He ahí el problema. No fui capaz de descubrir que sus argumentos no tenía pies ni cabeza. Una piedra lanzada al aire tiene varios destinos: caer al pavimento y que no pase nada, atacar a alguien en la cabeza, romper un vidrio o lo que sea. En este caso, la piedra sí dio contra algo y en este caso fui yo. Sí que dió un golpe bastante fuerte en un pilar fundamental: la confianza. Porque a partir de esa piedra lanzada, la confianza se quebró, confirmando algunos temores que tenía desde un principio, desde que comenzó todo. Es muy lamentable, porque siento que continúan las excusas y, al final, me da pena que toda la amistad quede en nada. ¡Y por estupideces! que es lo peor de todo. Por no saber conversar. POR NO ESCUCHAR Y ECHARLE LA CULPA AL OTRO, POR OLVIDAR QUE TÚ TAMBIÉN TIENES CULPA y, sobre todo, por no hacer NADA por mejorar las cosas. Probablemente leas esto, probablemente no: ya no tengo idea que sucede con tu vida y, al parecer, tampoco te interesa la mía. Lo único que puedo decir es que siempre he sido honesto, he dicho las cosas a la cara y si no has cambiado tu actitud, yo ya no voy a hacer nada por eso. Nunca supe lo que te pasó y es una pena enorme, porque probablemente nunca lo sepa. 

Pero te voy a conceder haber "ganado una batalla": sí me importabas. Lanzaste una piedra y aunque quieras esconder el brazo, yo ya me di cuenta de todo. Qué pena que no hayas sabido valorar las acciones de gente que sí se preocupaba por ti. Siento que ya hice todo lo que podía por acercarme y ahora te lo dejo a ti: es tu decisión. Te voy a esperar, pero no creas que por toda la vida. Por mi parte, espero aprender esta vez: espero que tú también.

lunes, 20 de junio de 2011

El baile bajo la lluvia

El baile bajo la lluvia, el baile bajo las estrellas. Ellas bajan las escaleras corriendo, con su sonrisa de siempre. Ella sonríe, corriendo, subiendo por las escaleras interminables de los cerros de Valparaíso, hacia la cima, hacia las fronteras infranqueables por el cielo celeste de antaño que se nubla de la tormenta que está próxima a hacer que el verde y el café se hagan aún más profundos. Mirar las luces de los cerros, ver el reflejo en el mar, ver el reflejo en el cielo... la ciudad. Sentado en el andén a la espera de ver pasar el tren que no viene nunca, que la frecuencia es mala, que no llega, que si llega y ya no sé. Cae la lluvia, me nubla la visión, salpica de emociones extrañas que humedecen mi ropa y se me pega el cuerpo: sensibilidad a flor de piel, el viento cala en lo profundo, de mis huesos, de mis sentimientos, de mis sueños, de todo, de mis neuronas incluso. 

Y las olas se salen de su lugar, el cielo se cae junto al vendaval. La máquina se mueve de un lado a otro, el sonido de su canto que recorre los edificios, que rema en contra en el pasaje Melgarejo en el lucha por un vuelo contra la corriente. Alza el vuelo, se pierde en el cielo, no avanza, se detiene, quiere volar, no puede, no puede, mas no se detiene. Como un Juan Salvador Gaviota, pero con los pies en la tierra. Como la nave que divaga en el mar a la interperie, a la deriva del oleaje de cuatro o cinco metros, ya no sé. Locura, locura, locura, locura. La locura lo cura. ¡Cúralo, locura! 

Cruza la ciudad, cruza la calle y las bocinas le atacan en su camino. Salta las barandas y sus pies hacen chispas en los rieles de un tren que avanza, pero que no lo alcanza. Salta la reja, corre al cemento, encuentra el dolor de un golpe en sus rodillas, no se detiene, no se detiene. Tampoco se va a detener. El viento en contra no le detiene en el momento en que ve que se acaba el camino, que vuela en el aire, que se detiene suspendido en ese espacio detenido del tiempo. No hay más pavimento. Solo el rocío del mar que le roza suavemente el rostro. Solo la brutalidad silenciadora de las olas que se alzan hacia el cielo.

domingo, 19 de junio de 2011

15. Un juego peligroso.


Cuando Andrés llegó a su casa, eran casi las 7 de la tarde. Reposó un instante en el sillón mientras descansaba: el ascenso por la calle Almirante Montt a veces le producía un poco de agotamiento, aunque no por eso le desagradaba vivir en el Cerro Alegre. De vez en cuando, salía a caminar por el paseo Atkinson para ver los colores de la Joya del Pacífico que, por las noches, parecía tener más vida que durante el día: luces que se perdían en las alturas de los cerros donde cualquier persona se sorprendería por ese tipo de construcción tan peculiar. Dejó sus cosas en su habitación y luego regresó para encender la televisión: sirvió unas galletas en un plato mientras divagaba su mente en busca de algún canal interesante. Al poco rato, vio llegar a Jaime.

-          Hola.
-          Hola –respondió sin mayor interés.
-          ¿Hasta cuándo vas a seguir con esa misma actitud, Andrés?
-          No lo sé. Hasta que tú pienses un poco mejor las cosas.
-          A ver. Hace poco me accidenté y todavía no me recupero del todo. ¿Puedes dejar de pensar un poco en ti mismo y darte cuenta de que existe más gente alrededor?
-          Has tomado lo de tu accidente como excusa para todo. ¿No te parece un poquito aprovechador de tu parte?
-          ¿Sabes? Mejor no sigo conversando contigo, no hay caso. Cuando se te pase la tontera, si quieres hablar como persona civilizada, voy a estar en mi pieza.

Andrés no respondió. Continuó jugando con el control remoto mientras su hermano subía las escaleras en dirección a su habitación. Luego de algunos instantes, también subió a su habitación, caminando lentamente por el pasillo: en algún momento limpiaría el desorden que había dejado en la mesa contigua al sillón. Se acercó a su ventana y corrió la cortina: era verano en el Pacífico y la luz se extendía hasta casi las 9 de la noche, aunque ya divisaba algunas luces en los cerros. El mar estaba tranquilo. Los barcos se van y vienen acá, disfrutan la orilla y luego se van. Sacó del cajón de su velador su pastilla: nunca había sabido qué era lo que contenía, pero según había podido investigar, era para controlarse. ¿Controlar qué, si se sentía tan bien? No había nada extraño en su vida. Tomó el vaso de agua que estaba encima del libro de Roberto Bolaño que le habían regalado y miró los cuadros que habían en su habitación: el paseo con su hermano al Lago Llanquihue. ¿Qué era lo que estaba pasando para que todo se estuviese tornando tan negativo? Eran casi las 9 de la noche cuando decidió acercarse a la habitación de Jaime.

-          Hola, Jaime.
-          Hola. Pasa.
-          Gracias. Quiero conversar.
-          Siéntate –le indicó la silla del escritorio, mientras dejaba el libro sobre la cama.
-          Siento que esto no está nada bien.
-          Obviamente no está bien.
-          Es que tú nunca me quieres escuchar…
-          No empieces con eso. Yo podría decirte lo mismo a ti.
-          Pero es que es verdad.
-          Tú tampoco quieres escuchar lo que yo te digo. Solo me echas la culpa a mí. Admite que la culpa la tenemos los dos.
-          No sé…
-          Yo ya te dije que no me iba a pelear contigo por un tema tan estúpido. ¡Somos hermanos, Andrés! No puede ser que hayamos llegado a esto por… eso. Lo único que te importa es el dinero, la herencia.
-          Es un tema importante, aunque tú no lo valores.
-          No valoro el dinero, te valoro a ti porque eres mi hermano. Podrías intentar hacer lo mismo.
-          Claro que te valoro, Jaime.
-          ¿En serio? Por eso cambiaste tu actitud cuando supiste la verdad sobre la herencia.
-          Yo solo quería que llegáramos a un acuerdo.
-          Yo ya te dije que no estoy interesado en el dinero. Quédate con el 80% si quieres.
-          ¿En serio?
-          Ya te lo dije mil veces. Me da mucha pena que no te importe ninguna otra cosa.

Jaime se puso de pie y caminó hasta la ventana que estaba abierta. Como era su costumbre, caminaba descalzo y en boxer, con una camiseta azul. Se detuvo un instante a mirar los cerros que ya comenzaban a iluminarse. Apoyó las manos en la madera.

-          Pareciera que lo único que piensas es que me quieres ver muerto para poder quedarte con todo el dinero. Quédatelo todo si eso es lo que te hace feliz. No voy a reclamar nada. No me interesa.

Andrés salió cabizbajo de la habitación. Bajó corriendo a la cocina y abrió el refrigerador: había ron. Bebió directamente de la botella hasta dejar la mitad. Sintió que todo comenzaba a dar vueltas. Tomó un cuchillo, que cayó al suelo. Nubes, formas difusas, ruido extraño, voces del más allá que le hablaban de que tenía que hacer una cosa, otra, tal vez la primera, tal vez ninguna o quién sabe qué. Abrió los ojos nuevamente y se vio caminando por el pasillo rumbo a la habitación de su hermano que, al verlo, se puso de pie rápidamente.

-          Andrés, qué estás haciendo…
-          Nada, hermanito, solo quería venir a darte un abrazo.
-          Ándate de aquí.

No alcanzó a cerrar la puerta, porque Andrés ya estaba dentro de la habitación. Dio un manotazo al aire y Jaime lanzó un grito de dolor, al momento en que su camiseta se rompía a la altura del pecho. Su mano se manchó de sangre. Andrés lanzó otro golpe al aire y la camiseta se rasgó en una costilla.

-          ¡Andrés, para!
-          No sé lo que estoy haciendo, pero creo que es lo mejor.
-          ¿Lo mejor? Siempre quisiste hacer esto –Jaime lloraba, respirando con dificultad mientras intentaba huir.

Se apoyó en la pared, al momento que el cuchillo le atravesaba el pecho hasta chocar con el cemento. Cuando Andrés lo quitó, estaba manchado de sangre y pintura. Jaime se apoyó en la muralla mientras descendía hasta sentarse en el suelo. Apoyó sus manos en el suelo e intentó arrastrase, instantes en que Andrés lo sujetaba del tobillo derecho para clavarle el cuchillo, primero en uno y después en el otro. Apenas eran audibles los gritos de auxilio que su hermano lanzaba al aire, pidiéndole que dejara de hacer eso, que se podía quedar con toda la herencia, que a él no le importaba, que él era su hermano y eso era lo único que le interesaba, que no más, no, no, no, por favor, Andrés, no sigas, me duele, por favor, no, no, no, me estás matando, ¿te das cuenta? ¡Eres un asesino! ¡Te has convertido en el asesino de tu propio hermano! ¿Se te olvida que eres mi hermano, mi mejor amigo, con quien tenía la confianza de hablar de todo, de confiarle cada pensamiento? El cuchillo le atravesó la planta del pie, derramando sangre por sobre los dedos hasta llegar al suelo.

Se detuvo por un instante y dejó a Jaime boca arriba. Lo vio respirar agitado, con toda su ropa destrozada por las puñaladas, con su piel herida y sangrante, con aspecto moribundo, como el de un juego de infancia en que debían imitar distintas situaciones planteadas por el resto del grupo. ¿No era divertido? Si siempre habían sido buenos para jugar, para pasarlo bien. Se acercó para darle golpes en la cara: vio que sus manos también se manchaba de rojo.

-          ¿Te gustó el juego, Jaime?
-          Andrés, esto no es un juego. Lo que acabas de hacer no es un juego.
-          Yo solo… estaba jugando –miró el cuchillo que tenía en las manos. Se puso de pie y lo dejó en el suelo.
-          Ha sido el juego más peligroso que has hecho.
-          ¡Pero gané! Yo me quedo con todo.
-          Sí, me ganaste. Pero no sé qué vas a ganar –sus palabras eran entrecortadas.

Tomó el cuchillo con sus dos manos y lo alzó al aire. Jaime vio el cuchillo en la altura y mantuvo los ojos abiertos: ya sabía lo que iba a suceder y, pese a todo, quería estar conciente de que había sido su propio hermano el que lo estaba cometiendo. Debía asegurarse de que él recordara para siempre su mirada, lo que había hecho. El cuchillo se clavó con tal fuerza en su pecho que Jaime dio un salto, mientras le abría la piel hasta las costillas. Una enorme mancha de sangre se extendió por sobre la alfombra. Dejó el cuchillo sobre el velador, desde donde las gotas caían al suelo. Salió de la habitación y miró atrás: el cuerpo de Jaime yacía en el suelo, completamente ensangrentado, con marcas de puñaladas hasta en la planta de los pies.

Abrió los ojos y vio que se había quedado dormido con el libro sobre la cabeza. Eran las 09.30 de la noche y ya debía salir pronto donde sus amigos. Se cambió de ropa y se duchó. Tal vez sería una buena decisión la de invitar a su hermano a la fiesta, para que después de algunos tragos, se les soltara la lengua y se relajaran, olvidaran todo los malos ratos y volvieran a ser tan amigos como lo habían sido antes de que surgiera el problema de la herencia.

-          ¿Jaime? –golpeó la puerta-. ¿Te parece si vamos juntos?

No obtuvo respuesta, por lo que pensó que su hermano estaba durmiendo. Salió de la casa y sintió un poco de frío. Después de todo, habían anunciado una tormenta que nunca llegó, pero, al menos, sí se notaba el cambio en el clima primaveral de la época. Se fu caminando por el paseo Atkinson, observando las luces de los cerros que se encendían hacia los cerros, iluminando de una manera muy especial la ciudad. Valparaíso era la ciudad más apasionante que hubiese conocido en toda su vida, una ciudad en la que quisiera estar por siempre, sentado mirando el mar: el amanecer, el mediodía, el atardecer, la medianoche… todo.

La sombra cayó al suelo, produciendo gran estrépito en aquella silenciosa calle albaceteña que pasaba tan desapercibida que no era extraño que alguien pensara que no existía. Se escuchó un gran grito luego del disparo que espantó hasta el ruido ambiental de los edificios aledaños. Todo quedó en silencio, suspendido en el aire ante la mirada de algún curioso que se acercó hasta el lugar, desviándose de su tránsito normal, para ver qué era lo que sucedía. Albacete era un lugar tranquilo en el que pocas veces sucedía algo como eso, por lo que era evidente que cualquiera pudiera sentirse sorprendido. Todo se había detenido en ese instante en que la gente dejaba de avanzar, una mancha de sangre que había salpicado el aire en gotas pequeñas que descendían en cámara lenta hasta ensuciar el pavimento siempre tan limpio, siempre tan bien cuidado. El viento parecía traer el recuerdo de algunas palabras e historias extrañas, silbando en los rincones ocultos, silbando sobre las cabezas de personas que, detenidas por culpa del tiempo, caminaban a varias cuadras de distancia del lugar. Nadie se había dado cuenta de nada, del alboroto que se tejía entre esos rincones, del cadáver que había caído sobre el pavimento y que aún respiraba un poco agitado.

       -     ¿Te gustó el juego, Beatriz?
Beatriz dio un enorme grito antes de desvanecerse sobre los brazos de un policía que la alcanzó.

-          Señorita, ¿se encuentra bien?
-          ¿Qué cree? ¡He estado a punto de morir! Necesito un poco de descanso.
-          La llevaremos a un hospital. Quédese tranquila.

El policía se sentó a su lado, en la acera. Rápidamente, alguien le trajo un café que ella agradeció con una sonrisa. El cadáver de Andrés yacía en el suelo, al momento en que llegaban los equipos especializados. Beatriz sintió escalofrío de ver su rostro: los ojos abiertos, las manchas de sangre que le aparecieron en la ropa por todas las heridas de antaño que ahora volvían a tomar fuerza. Siempre había sido un prófugo de todo, de su vida, de su cuerpo mismo. De su mente sobre todo, porque nunca había podido controlar esa personalidad bipolar que lo había llevado a hacer tantas cosas de las cuales siquiera lograba tener recuerdo.

Levantaron el cadáver en una camilla al momento en que lo cubrían. Los transeúntes observaron durante un instante y luego continuar caminando por las calles como si nada hubiera pasado. Seguramente, aparecería la noticia en algún diario local, quizá nacional. Tal vez quedarían inconclusas muchas preguntas periodísticas. Beatriz observó el procedimiento con cierto temor y a la vez, tranquilidad: se acabaría todo y quizá su vida recobraría la normalidad. ¿Volvería Albacete, también, a ser lo mismo que antes? 

 

Fotografía: Calle Alcalde Conangla, Albacete, España. 

martes, 14 de junio de 2011

Alfabetagama

(Cierra el telón)

Ellos ríen allá afuera, no los escucho.
Ellos piensan que los veo, no los escucho.
Ellos creen que tienen la razón, no los escucho.
Ellos cuentan cuentos que cuentan que conté
y contados los cuentos, cuentan que no los escucho.

No saben lo que hay aquí:
no saben que un cadáver aún respira
y sus ansias de vida se alzan hacia el cielo celeste de fuego,
desenredando las metáforas que no sé si aparecen.
Oigo ecos de una lengua perdida,
palabras cortadas que se repiten,
repitos, pitores, reos, pitores.
La lumía de Girondo que gira y gira
irag garí iar. Ra ra. Alfabetagama. 

Alfabetagama se destruye en tu mente,
silencia los actos, escenas y cuadros: no hay nada.
Solo sus ojos extraños, su mirada pálida, su aspecto confuso,
sus dudas y epítetos... ¿qué es lo que hay más allá?
Alfabetagama de un mundo en eterna duración...

 ...mientras el lenguaje exista. 

(Abre el telón)

lunes, 13 de junio de 2011

Volver a tus tierras.

Volver a tus tierras, otra vez. Es una extraña sensación de nostalgia que me hace recordar cada historia, 24 horas multiplicadas por cada uno de los días de casi 4 años de infancia en que se gestó una buena parte de mi esencia. Es inevitalbe que de vez en cuando, vuelva a soñar con recorrer esa ciudad austral de viento, lluvia y frío invernal que cala los huesos. Lejos de ser una metáfora o un eslogan publicitario, Punta Arenas representa para mí un lugar de misterio en donde el blanco invierno que cubría las calles me quitaba el sueño, en que esos ojos de niño se sorprendían de eso a lo cual no estaba acostumbrado. 

Caminatas bajo el viento que no perdona, que hace tambalear los cables del tendido eléctrico, que hace volar objetos diversos por los cielos; almas, pensamientos y, a veces, más de algún ser humano creyó que también sería uno más de esos objetos flotando en el aire, a la deriva. Donde la brújula marcaría un norte confuso, donde el Océano Pacífico está mezclado de Atlántico, donde los vientos confluyen en una Península del fin del mundo donde acaso el hombre pensaba que podría poner un pie. Yo estuve ahí, entre la nieve, la lluvia de verano y de todo el año, las noches de estrellas arrojados por puñados sobre el firmamento, los inviernos congelados de -15º C, observando las luces desde el otro lado del Estrecho. 

Volver a tus tierras, Punta Arenas. He comido calafate tantas veces que podría volver tranquilamente, toda la vida a vivir una nueva historia, a recorrer otro nuevo misterio y a descubrir que en tu silencio, se esconden rincones aún inexplorados que espero poder encontrar. Volver a sentir ese frío que te es propio, volver a soñar con la primavera, ver un nuevo amanecer primaveral a las 4 de la mañana, ver un atardecer de otoño a las 4 de la tarde. Enamorarme del frío y no dormir cuando el viento silba sobre el techo. Volver a ti cada noche de invierno y mirar los cerros cubiertos de blanco, soñar con ese mar que baña tu costa de antárticas miradas, de hielos eternos.

sábado, 11 de junio de 2011

Fiestas desenfrenadas

¿Usted creía que solo pasaba en Chile? Tal vez, podríamos extenderlo a América Latina, sin embargo, sucede en todo el mundo. Ya lo dice el eslogan de TNT. 


Fotografía: Plaça dos Restauradores, Lisboa.

jueves, 9 de junio de 2011

Flores rojas

Camino al matadero, vio unas extrañas flores rojas en medio de toda la vegetación oscura del invierno. Pese a saber el inminente final, fue el hombre más feliz del mundo. 

martes, 7 de junio de 2011

Onírico.

La palabra que lo define es distorsión, pérdida del conocimiento momentáneo, absoluto descontrol del tiempo y del espacio: apareces en la Plaza Bismarck y, de un momento a otro estás en otro lado, quizá en Avenida Brasil, quizá en el Muelle Barón pensando en las olas que vienen y van de un lado a otro recorriendo oceános muticolores de mundos paralelos escondidos a la vista de cualquiera excepto a la vista de nosotros que no nos damos cuenta que existe un mundo que gira y gira que avanza hacia cualquier lado y no termina mientras los demás nos miran o no nos miran qué se yo si nos miran nos da igual. La sensación es fuerte, sentirte a mi lado es fuerte, sentir que no hay distancia es fuerte. Pero no estás a mi lado y eso es lo que más me duele, me irrita, me molesta, me enfurece, me enoja, me bloquea, me silencia. Me hace salir corriendo hacia cualquier lado, encerrarme, cavar mi propia tumba y desaparecer de la luz... que nadie me vea. 

Sueño contigo, siento que vienes y que por un instante, esta situación es irreal. Estás a mi lado, te digo que me abraces y la sensación es fuerte, te siento cerca de mi pecho que late nuevamente. Te siento cerca y sonrío. ¿Por qué estás lejos? No estás lejos. ¿Por qué estás lejos? No estás lejos. ¡Por qué demonios estás lejos, por qué demonios no estás a mi lado, por qué demonios siento que quiero sentirte aquí al lado! Porque tiembla, acércate que tiembla, ¿no sientes el ruido de las capas tectónicas? Pronto va a temblar, acércate a mi lado y abrázame porque tiembla. Pronto viene, tiembla, tiembla, abrázame y verás que nada pasa. 

Abrázame para sentirte a mi lado, para sentir que estás aquí. Abrázame antes de que la lluvia torrencial de medianoche me despierte y me quite el sueño, al pensar que todo ha sido tan onírico... otra vez.

lunes, 6 de junio de 2011

Finales

Ya lo había decidido hacía algunas semanas, solo que no había tenido el tiempo: decidir una acción de ese tipo es algo que puede parecer acelerado si se considera que solo fueron semanas, en circunstancias de que la idea había venido a la cabeza desde hacía mucho más. Sin embargo, aún no tenía claridad de cómo lo iba a hacer: algunos decían que era más fácil dar un salto desde el piso 280 porque, al llegar al suelo, ya no me acordaría de nada; otros decían que sería bueno tomar un cuchillo carnicero y hacer picar carne mechada; tomar pastillas acabaría profundizando el mal del colon irritable, aunque también era una opción. Llené una botella con agua, casi de manera mecánica y me senté en la orilla de la cama, mirando el suelo quemado por los inciensos de antaño. Era el momento.

Cerré la puerta con llave y me aseguré de que nadie estuviese alrededor; ya había sido demasiado el tiempo para el arrepentimiento y ahora era el momento de actuar. Me subí al techo y amarré un cordel que quedara firme, sin embargo, me dio miedo pensar que iba a quedar colgando y que mis pies no podrían sujetarse al suelo: a cualquiera le podría dar vértigo. Corrí descalzo hasta la cocina, aparentando la inexistencia desde ese preciso momento en que mis pisadas eran inaudibles, y tomé todas las pastillas que encontré: vitaminas, tranquilizantes, antidepresivos, analgésicos, antiinflamatorios, antibióticos... etc. Todo un menjunje medicinal, más una botella de ron abierta hacía por lo menos un año y que, de solo olerla, podía comprobar que estaba putrefacta. ¡Me sirve! pensé. Regresé a mi habitación con una extraña sensación de culpa que no permití que me detuviera. 

Arrojé todas las pastillas sobre el escritorio y observé mi rostro pálido en el espejo: ¿hacía cuánto tiempo que había adelgazado y todavía pensaba en el sobrepeso? Estaba mucho más flaco de lo que había pensado hasta ese momento, pero, más que intentaba, no lograba encontrar una imagen de mí mismo que me dejara satisfecho. Era siempre lo mismo: era cosa que no era yo, esa apariencia que no tenía belleza alguna. Lancé el espejo contra el suelo y lo vi quebrarse en mil pedazos: mi imagen se dividía en esos espejos arrojados en el suelo. Tomé todas las pastillas que pude alcanzar con la mano y me las llevé a la boca, para luego dar un sorbo de ron añejo, putrefacto, apolillado y moribundo. Sentí un buen sabor, sonreí. Me arrojé al suelo de pronto, no sé si resbalé, no sé si fue involuntario. 

Había vomitado lo suficiente como para adelgazar aún más y ya sentía los huesos de las costillas que chocaban contra el suelo. No podía moverme. No sé, ¿estoy vivo? ¿estoy muerto? ¿Qué? No entiendo nada y la solución que pretendía darme las respuestas solo acabó confundiéndome aún más. Vi mi cuerpo arrojado en el suelo, con pedazos de vidrios clavados en los brazos, estaba pálido, desangrado. ¿Que no había muerto por intoxicación de pastillas? Entonces, ¿por qué mi cuerpo estaba desangrado?. No, no, no. Eso no era lo que yo había planeado. Sentí el electroshock en el pecho y vi mi cuerpo que saltaba, pero los huesos de ese ser horrible ya no reaccionaban. Era mi forma de salvar al mundo. 

¿Era ese el final que estaba esperando? Me sentí libre al fin, pero aún cargaba la angustia, abrazada a mi cuello, presionándome el pecho e impidiéndome respirar. Abrí los ojos: estaba arrojado en el suelo con las pastillas sobre el escritorio y el espejo roto que se me clavaba en un costado. Tenía la pistola sobre el pecho.

domingo, 5 de junio de 2011

14. Una calle sin salida.


El cuchillo le tocaba la piel y Beatriz ya imaginaba lo que podría seguir: ¿cuánto tiempo tardarían en descubrir su cadáver escondido junto al cuerpo del otro muchacho muerto? Cerró los ojos y esperó, sin embargo, como por reflejo, lanzó un codazo contra Andrés. Fue un golpe de apariencia suave, casi por cumplir, como para demostrar que se defendía y que quería seguir con vida. Un golpe sin muchas intenciones de acabar con su enemigo. De pronto, el cuchillo caía al suelo junto con Andrés. Se volteó rápidamente para ver a su enemigo que retrocedía, sin poder equilibrarse, hasta golpearse con la puerta de vidrio que estaba abierta. Cayó al suelo, inconciente, cuando Beatriz aún no lograba reponerse del susto de lo que estaba sucediendo. Pero no perdería más tiempo: ya había arriesgado demasiado quedándose al interior de ese departamento putrefacto. No quería formar parte de la reserva de cadáveres para as fogatas de los pobres, durante invierno. Corrió hacia la puerta y la cerró de golpe, bajó las escaleras hasta llegar a ras del suelo y cuando al fin estuve fuera del edificio, respiró aliviada. Albacete estaba completamente vacío; después de todo, las pesadillas que la habían agobiado durante semanas eran un deja vú.

¿Dónde iba a huir en estos momentos? Su casa estaba un poco lejos como para correr inmediatamente hacia ese lugar y, además, corría el riesgo de que Andrés pudiera estar espiándola desde algún lugar, esperando cualquier descuido para soltar el disparo. Corrió por la Calle del Ángel hasta llegar a la Avenida de España, buscando algún autobús para despistar. Miró hacia el Corte Inglés: ¿hacía cuánto tiempo que no lo visitaba? Tal vez, sería un buen momento para reconciliarse y, de alguna forma, poder con él como un amigo, porque, realmente, se había dado cuenta de que lo necesitaba. Corría el riesgo de que él ya no quisiera verla, pues, hacía unas dos semanas que no le contestaba las llamadas. Agachó la cabeza y respiró profundo: no tenía otra opción en esos momentos.

Ingresó al edificio y fue inevitable recordar todo lo sucedido. La última discusión y “el no te quiero volver a ver nunca más”. Eran tantas las cosas que se habían dicho y que, particularmente, ella había dicho. Se acercó al ascensor y presionó el botón para subir. Tú tienes la culpa, tú eres quien no se ha dado más tiempo para mí, te la pasas todo el día con tus amigos. ¿No te he dado el tiempo suficiente? Mentiras, mentiras, mentiras. Creo que, en verdad, ya no te necesito. Tú no me necesitas y yo tampoco. Se abrió la puerta del ascensor y el sonido de sus tacones lo hizo tambalear ligeramente. Está bien, no debí decirte eso, en realidad… ¿qué? El ascensor se detuvo y se abrió la puerta. Beatriz caminó por el pasillo hacia la puerta que probablemente, iba a permanecer cerrada para ella. Se acercó lentamente y vio que la luz se reflejaba en las baldosas. Golpeó la puerta.

-          César, soy yo…

No hubo respuesta. Golpeó nuevamente mientras rogaba que César se acercara a la puerta y le abriera. De lo contrario, tendría que pensar en alguna forma de salir corriendo sin que nadie se percatara de su presencia. No hubo respuesta, tampoco parecía escuchar los suaves susurros de voz con los cuales lo llamaba por su nombre. Golpeó nuevamente y la puerta se abrió ligeramente. Miró a todos lados e ingresó lentamente, cerrando la puerta.

-          ¿César?

No lo vio por ninguna parte. Dejó su abrigo sobre la pequeña mesa que había a la entrada y caminó por el pasillo que estaba lleno de polvo. Era cierto que se lo pasaba de fiesta en fiesta y olvidaba el detalle mínimo de ordenar su departamento de vez en cuando. Recorrió toda la casa, convenciéndose así misma de que su acción era psicopática, de una ex que vuelve a la casa a esperarlo. No estaba por ningún lado o se estaba escondiendo de ella. Al parecer, la paranoia de Andrés era contagiosa. Se resignó a que lo único que le quedaba era enfrentarse a la realidad. Regresó a la salida y tomó su abrigo, con tristeza. Vio, en el reflejo del espejo que estaba en la pared, que la puerta en donde César guardaba la ropa de abrigo estaba entreabierta. Abrió la puerta y un líquido rojo inundó el pasillo repleto de polvo, mezclando la suciedad que le llegaba hasta los zapatos. Se le llenaron los ojos de lágrimas: César era uno más de los abrigos, colgado por el cuello en uno de los ganchos que le atravesaba la garganta.

-          ¿Cómo llegaste tan rápido, Beatriz?

Beatriz retrocedió asustada y chocó con la pared, palideciendo en la medida que se le aceleraba el corazón.

-          ¿Qué has hecho, Andrés?
-          ¿Tengo que explicártelo? No lo viste por ti misma, ¿o quieres que te cuente detalle por detalle, paso por paso?
-          ¿Por qué? ¿Por qué a César?

Andrés apareció desde la cocina, con los brazos vendados y un parche en la cabeza. Tenía heridas en el rostro, lo que no impedía que sonriera. Se fue acercando a Beatriz, mientras ella retrocedía, avanzando hacia el salón. Lloraba de desesperación mientras chocaba con las cosas que encontraba en el camino. Andrés reía al verla.

-          Qué genial eres, Beatriz, que puedes caminar de espaldas.
-          Aléjate, Andrés, o te juro que te mato.
-          ¿Tú me vas a matar a mí?

Beatriz vio que se acercaba al balcón. Estaba en el cuarto piso, por lo que no sería una buena opción la de saltar. Se aferró al vidrio y le lanzó las sillas que iba encontrando.

-          ¿Sabes, Beatriz? Me dolió bastante el golpe contra el vidrio. Pero he soportado golpes peores. No sé si tú puedas soportar golpes como ese.
-          ¡Aléjate!
-          Nadie te va a escuchar, estás loca. Porque yo no existo. Soy una creación de tu mente.

Ahora era lo único que faltaba: hacerla parecer loca. Beatriz sintió rabia de no poder hacer nada para poder escabullirse, mientras veía que el precipicio estaba cada vez más cerca. Acabaría siendo un cadáver sobre la acera de la Avenida de Hellín, sumergiéndose en el cemento hasta desaparecer. Al verlo a su lado, se acercó hasta el balcón y cerró los ojos, antes de soltar su cuerpo. Pero una mano la detuvo.

-          Tú no vas a ningún lado, Beatriz.

Sus pies volvieron a tocar el suelo, mientras la empujaba de regreso al interior del departamento.

-          César, ¿todo bien? –la voz de un vecino se acercaba desde el pasillo-. He visto que tienes la puerta abierta y he querido decírtelo, pero…

Dos disparos en el pecho y el hombre cayó al suelo.

-          Siempre supe que la única forma que tú pudieses ser mía, Beatriz, era acabando con César. He ahí el motivo de que lo haya hecho. Pero, al parecer, tú tampoco quieres estar conmigo. ¿Qué es lo que quieres que haga? Si al final, para lograr algo, siempre tengo que eliminar a mis enemigos.

Beatriz se puso de pie y lo abofeteó con fuerza. Fueron tantos los golpes que Andrés no pudo hacer nada para evitarlo, perdiendo el arma que tenía en las manos. Andrés retrocedió asustado, hasta llegar al balcón.

-          Jamás voy a querer estar con alguien como tú. ¿Lo has oído? ¡Jamás!

Andrés, enfurecido, dio un paso adelante para golpearla por lo que le acababa de decir. Sentía la furia de la vergüenza, de haber hecho el ridículo todo ese tiempo y de haber creído en la extraña ilusión de poseer a esa mujer. Beatriz volvió a sentir el miedo al ver a ese hombre encolerizado que parecía hacerse más fuerte por el odio que sentía en ese momento.

-          ¡Vas a morir igual que todo estos!

Sus zapatillas negras resbalaron en las baldosas blancas de la terraza: la sangre de los cadáveres se había pegado a su calzado, llenando de huellas rojas el suelo. Beatriz lo vio alzar los brazos para aferrarse de las puertas, pero el vidrio no era lo suficientemente fuerte como para soportar su peso. Su espalda tocó la baranda de la terraza. Lo último que alcanzó a ver, fue la suela de sus zapatillas, manchadas de rojo, mientras desaparecía en el aire. Cuando Beatriz llegó al balcón, observó un cuerpo que yacía en la avenida de Hellín que estaba desierta bajo las luces de los faroles.

El departamento se llenó de gente que tomaba fotografías: los flashes iban y venían. Beatriz permanecía sentada en el sillón, al lado de un policía que intentaba tranquilizarla. No hablaba. Solo se la vio llorar al ver que recogían el cuerpo de César, para cargarlo sobre una camilla que luego cubrirían con una manta mientras era sacado del edificio, ante la sorpresa de algunos vecinos que comentaban lo extraño que le parecía el silencio de las últimas semanas por parte de ese muchacho. Nadie lo había visto en mucho tiempo, pero nadie había tenido la idea de lo que había sucedido.

-          ¿Qué harán con el cadáver del otro?
-          ¿Qué otro cadáver? ¿Ha asesinado a una tercera persona?
-          Acá no. Deben ver en su piso. Pero él ha caído por el balcón. Su cuerpo está en la avenida de Hellín.
-          Debes tranquilizarte, Beatriz, que ya le encontraremos.
-          ¡Pero si está ahí! Yo mismo lo vi caer –corrió hacia el balcón y miró hacia la calle, pero el cadáver no estaba en ninguna parte.

Beatriz se llevó las manos a la cabeza, mientras el policía le ponía una mano en el hombro. Salieron del edificio y subieron al vehículo policial. Al fin podía sentirse relativamente segura. Miró a todos lados, buscando encontrar el cadáver que quizá alguien habría arrojado a un basurero al pensar que estaba perturbando el normal tránsito de los peatones, pero no había rastros de nada. El policía encendió el motor y partieron rápidamente, en dirección al Parque Lineal. De pronto, dos disparos quebraron el parabrisas del vehículo: el conductor cayó sobre el volante, sin detenerse, mientras se dirigían contra un farol. El copiloto logró controlar el automóvil.

-          ¿Todos están bien?
-          ¿Qué ha sucedido?
-          ¡Es él! –exclamó Beatriz, ocultándose de las ventanas-. Va a volver, está cerca, va a continuar disparando.

El copiloto no tuvo tiempo a reaccionar, cuando un muchacho se acercó a su ventana y dio cinco disparos. Beatriz salió por una ventana y se escondió tras el vehículo, escapándose de los disparos de Andrés, que provocaron la histeria colectiva de todos los transeúntes que deambulaban tranquilamente, hasta ese entonces. El pavimento se llenaba de balas que caían una y otra vez: al parecer, el joven venía preparado para una guerra y no descansaría hasta ganarla.

-          ¿Qué te parece si hago volar el cochecito policial, Beatriz?

Beatriz cruzó la calle y se escondió tras un edificio, al momento en que el vehículo se incendiaba ante la mirada estupefacta de todos. ¿Qué estaba sucediendo en Albacete? Echó a correr en cualquier dirección, siquiera sabía el nombre de la calle ni dónde la llevaría. ¿Acaso sería una calle sin salida? ¿Acaso acabaría cayendo en la trampa? Corría, corría sin rumbo, doblando en cualquier esquina, asegurándose de que se alejaba de la Avenida de Hellín. Se detuvo de pronto: tenía una pistola que le tocaba directamente la frente. Sintió el sudor frío que le corría por el cuerpo. Se oyó un disparo que espantó a una bandada de pájaros que anidaba en un árbol cercano. La sombra de un cuerpo se desvaneció en la pared donde se reflejaba el sol de mediodía: la primavera en la ciudad ya comenzaba a ser calurosa. 


 Fotografía: Avenida de Hellín, Albacete, España.

sábado, 4 de junio de 2011

Perros callejeros

¿Quién dice que los perros callejeros lo pasan mal?



Fotografía: Estación de Quilpué (MERVAL), Quilpué.

viernes, 3 de junio de 2011

Callejones de Venecia

Sophie Ellis-Bextor corriendo en los callejones ocultos de Venecia y, casi sin saber, me lanzo a nadar a los canales por donde navegan góndolas asesinas, con sirenas en su proa y piratas secuestrando doncellas. Cadáveres arrojados sobre las aguas, momificados, amortajados, silenciados. Nado entre el silencio de mares lejanos perdiendo la conciencia cada vez que bebo, por error, un poco de esa agua contaminado de historias que no existen. Todo es mentira, todo es un invento, nada existe. Pensé y luego existí, ¿qué tal si solo existí y nunca pensé? ¿El verbo o la acción? ¿El lenguaje o el pensamiento? ¿Beth Gibbons, Sophie Ellis-Bextor, Janis Joplin, Cat Power, Annie Lennox, Enya, Björk, Emiliana Torrini o Dolores O'Riordan? Veo una silueta cantando desde la Plaza de San Marcos, turistas tomando fotografías, mi sombra escondida en algún lugar.

No pueden verme, no deben verme. Soy solo un espíritu, solo una sombra que no existe, porque nunca ha podido pensar en su propia existencia. ¿Qué es la vida, qué es el qué? El tendido eléctrico subterráneo, enmohecido por las aguas, la roca rockera que cantan los alumnos en una clase. ¿Seguirá el vendedor de máscaras vendiendo ese rostro modelar que seguirá siendo un enigma? Quisiera recuperar la figura de vidrio murano que destruyeron en Aeroparque de Buenos Aires. Nunca vi esas callecitas de las que tanta hablaba Cortázar. Nunca supe cómo era la Mona Lisa. Nunca supe qué era Chinchilla de Montearagón, pese a que estaba tan cerca. Nunca fui a Cádiz. Nunca fui a Lyon. Nunca fui a Liverpool, Manchester ni Stonehenge. Tampoco conocí Alemania. Pero sí estuve en Venecia.

Conocí sus puentes milenarios, vi unos cuantos fantasmas y morí de calor. Sí, existí en Venecia, fui una mirada colgada en el ventanal, desde el cual miraba los astros en una atardecer de verano, a las 10 de la noche. Fui un espectador del vaporetto que chocaba de manera violenta en la Stazione Palanca. Vi el misterio de perderme en una isla donde más de algún espíritu observó mis pasos: casi conocí el inframundo. Conocí la nostalgia de mirar hacia mares lejanos a mi mundo, mares con los que aún sueño. 

Y si alguien me vio, escondido entre los callejones de Venecia, quizá me vuelve a ver alguna vez.

 Fotografía: Venecia, Italia.

miércoles, 1 de junio de 2011

Junio

Con tu gélida mirada de antaño,
regresas con tus pasos sigilosos en la oscuridad.
Avanzas entra la niebla que cubre los techos
y te escondes en las sombras ya casi inexistentes por falta de sol.
Eres un ente, un espíritu, quizá una voz,
la esencia del frío que viene desde lejos
para situarse entre paredes de concreto.
La ciudad se alza hacia los cerros cubierta de ese antaño con que de niño te esperaba,
soñando con ver los ríos nacer desde la montaña
y cubrir de blanco mi camino,
allá a lo lejos, como un recuerdo de infancia...
com un sueño de infancia, ahogarme de blancura,
congelarme de encanto,
llorar de frío. 

Las arenas renovadas por el mar 
y un camino secreto que nace a cada segundo,
todo frío, todo es hielo, 
todo el mundo congelado en ese instante en que vuelvo a abrir los ojos
y te encuentro otra vez, aquí,
con más fuerza que otras veces,
congelando mis pisadas descalzas en la arena de la playa. 
Renuevas el sueño de tardes cálidas,
renuevas el deseo de un café junto a la incerteza del océano.

Llegas con tu gélida presencia, junio,
llegas con el frío,
llegas con la nostalgia,
pero, ¿traerás la lluvia?


Fotografía: Playa Los Marineros, Viña del Mar.