Abrir los ojos una y otra vez, con la intención de que el sueño no acabe y de que pueda volver a renacer, quizás. Tener la dificultad de despegar los párpados y querer seguir durmiendo abrazado a un presente sonriente y a una mirada que te escudriña en la oscuridad.
sábado, 30 de abril de 2011
viernes, 29 de abril de 2011
(momentos de agotamiento mental intenso)
Lo único que podría pensar es en dormir.
Cerrar los ojos y huir de este mundo por un instante:
crear fantasías animadas de hadas, dioses, mitologías paralelas,
aves que lanzan fuego y humanos con pueden volar.
Mundos en el que puedo cambiar cuantas veces quiera,
ser uno, ser otro, volver a ser otro cada vez que se me ocurra.
Olvidarme del mundo 'real' por el tiempo que dure el descanso,
nada más existe, solo silencio...
y un mundo paralelo creado a mi gusto. jueves, 28 de abril de 2011
Aunque fuera cierto
Fuego en el aire y tinieblas en la altura,
toda la sabiduría se hace cenizas
con un golpe en el vidrio:
la ciencia de hace añicos
y nada de lo que diga es cierto, todo es mentira.
Selladas las bocas y cosidos los ojos,
invunches que nacen en silencio y no se dan cuenta,
un demonio poderoso que se abalanza sobre las cabezas
y enciende llamaradas en la magnánima inteligente.
Nada es cierto, todo lo que diga es mentira
y aunque fuera cierto, ¿quién me creería?
Porque entre sonrisas y halagos se esconden falsedades,
luchas sin argumentos buscando superioridad.
Nadie es perfecto y nadie lo será.
La discordia abunda en esas miradas, solo incredulidad,
las lenguas de fuego consumen la falsa ciencia
de los ángeles blancos que cantan al cielo
y, en un abrir y cerrar de ojos, se lanzan con su puñal.
Y nada de lo que yo diga es cierto,
¿quién acaso podría creerme?
Es fácil ser luz en la oscuridad
y muy difícil ser cálido a la luz del mediodía.
¿Luz es aquella que enciende el planeta o la que lo quema?
miércoles, 27 de abril de 2011
Rewind
La estatua dorada se ha tornado opaca
y los ríos de agua se transforman en gotas que caen sobre la fuente,
una llovizna, un simple e imperceptible rocío
en esa fuente que rebozaba de juventud.
Flores secas,
Baudelaire lanzando sus flores del mal
y las nubes amenazando con una tormenta,
se enreda en el silencio de antaño,
todo confuso, todo incomprensible:
un mar de dudas que despierta del insomnio constante
de dormir con los ojos abiertos y no descansar.
De sentir que las noches se acaban
y los días infernales no tienen final.
Rewind...
... y los ríos de plata se tornan helados,
el invierno y el sol no calienta.
El invierno y el frío adorable me agobia.
Quiero la lluvia, quiero el agua
que limpie el silencio de calles contaminadas de trasnoche,
contaminadas de desconfianza.
Lluvia que limpie las dudas,
que vuelva a dar agua a la fuente otrora dorada.
Lluvia para dar paso a una noche estrellada
en que no quiera dormir.
lunes, 25 de abril de 2011
Lunes 25 de abril.
Realizar una clase sin haber preparado nada y darte cuenta que, cuando ya has empezado a desarrollarla, se te olvidó todo y es posible que el 80% de lo que estés diciendo esté equivocado. Dudar de si realmente estás haciendo lo correcto y, de paso, buscar una ventana con una altura suficiente para lanzarte al vacío. Beber mucha, mucha agua y tener deseos de comer todo el día, aunque tu almuerzo haya sido contundente (seguir bebiendo agua como loco mientras escribes esto). Querer desaparecer por un segundo y odiar a una persona en específico porque su locura supera el grado de lo soportable. Reclamarle a Dios por ser tan mala onda de verte cansado y enviarte una micro llena en la cual no puedes sentarte ni dormir, pero luego te vuelve a caer bien cuando alguien se baja y queda disponible un asiento y entonces duermes feliz.
Mirar el bello atardecer en el mar y los colores que quedan en el cielo. Cerrar los ojos, beber más agua, comer pan tostado. Tener ganas de gritar, golpear algo, abrazarte (y ver que estás lejos) y no saber qué demonios hacer para poder controlar ese desorden en la cabeza. No me queda chocolate porque me lo comí todo ayer, de golpe. Estar completamente angustiado por no saber si estoy capacitado para hacerlo bien, qué mierda hago aquí: no sé.
Colapso. Quiero ser artista: escritor, pintor, actor, músico, escultor, fotógrafo, cineasta... qué se yo.
domingo, 24 de abril de 2011
08. El ladrón del cuchillo
- César, ¡estás loco!
Gritaba al aire sin importarle que algún transeúnte lo mirase extraño, durante su agitado camino de regreso a casa, sabiendo que en cualquier parte podría estar escondido César con el cuchillo que le había robado. Temía por su vida y sentía que su corazón palpitaba acelerado. Cada vez que sentía los pasos de alguien que se le acercaba, era inevitable voltear y verificar que, efectivamente, no iban tras sus pasos. Esa sensación de paranoia era algo insoportable, pero, en este caso, era necesario para poder reaccionar de la mejor forma ante las eventualidades que se la habían presentado últimamente. Sí, ese era el cuchillo que había estado buscando y por el cual, algunas semanas atrás, Camil había preguntado. El cielo estaba gris, como de costumbre: no tenía otra imagen de Albacete sin su cielo gris y todos sus recuerdos lo llevaban de regreso a un llano oscuro e invernal, frío, a la espera de la lluvia. Ahora la tormenta estaba próxima a comenzar y, definitivamente, era algo que detestaba.
Vio una sombra pasar corriendo a su lado. Era César, que corría descalzo por la Avenida de España, con el cuchillo en la mano, sonriéndole.
- Eh, Andrés. Alcánzame.
- ¡César, espera!
- Pues, ven a por mí.
- ¡Mierda! –exclamó angustiado.
Las pisadas de César quedaron marcadas en el cemento que, de un momento a otro, había perdido su contextura. Sintió que sus pies comenzaban a hundirse como si se tratara de lodo y todos los transeúntes desaparecieron en el instante. La ciudad, nuevamente, quedaba en silencio y no había forma de detener los extraños acontecimientos de los cuales estaba siendo testigo; por más que gritara, solo recibía el eco de su voz, que, como mucho, hacía vibrar el ventanal de alguno de los edificios cercanos. La sombra de una mujer se acercó al balcón y, desde lo alto, lo miraba con una sonrisa, mientras los pantalones del transeúnte comenzaban a impregnarse del color del cemento que se derretía cada vez con mayor rapidez.
- Pobre, muchacho –reía-. Ha sido víctima de sus propios embrujos.
Andrés observó a la mujer desde el pavimento en el cual estaba atrapado hasta los tobillos, sin entender palabra alguna de lo que esta mujer acababa de decir. Sin perder más tiempo, continuó desplazándose por el cemento, avanzando lo más rápido posible para llegar a la esquina del parque, donde César jugaba con el cuchillo, lanzándolo por la espalda a algunos transeúntes que caminaban descuidados, sin notar su presencia.
- Deja de hacer eso, César. ¡Estás loco!
- ¿No te has dado cuenta, Andrés? Ellos no ven que existo. Será que solamente tú me ves. ¿Acaso seré otro de tus fantasmas?
- No te muevas.
Cuando logró llegar a la esquina, estaba bañado en sudor. Se apoyó en la pared de un edificio a descansar, mientras César reía con el cuchillo en la mano, amenazando con lanzarlo contra él en cualquier momento. Solo entonces se percató de que el cemento de la acera de la Avenida de España estaba en completo orden, como si nunca nadie hubiese caminado por ahí. Andrés observó sus pantalones y vio que estaban completamente limpios, como si los estuviese usando por primera vez luego de haber sido lavados. En el balcón estaban la misma mujer, observándolo, con un teléfono en la mano. Tuvo miedo de que estuviese llamando a la policía o a alguien: ya se había percatado de que lo había creído loco.
- ¿Quién está loco, Andrés? Deberías preocuparte por ti mismo. No te has dado cuenta de lo que haces.
- ¿Quién eres tú para venir a darme sermones?
- La voz de la conciencia de tus actos, amigo mío –rió César, tomando el cuchillo por el filo, ante la mirada inquieta de Andrés.
- ¡Deja de hacer eso de una vez!
- ¿Para qué? Ya te dije que soy un fantasma –César continuaba riendo.
- ¿Qué es lo que pretendes?
- Qué crees tú…
César se echó a correr nuevamente en dirección al parque. Andrés cruzó la calle rápidamente, sin percatarse de que un vehículo venía por la vía. Solo reaccionó con el enorme bocinazo del automóvil que logró frenar a tiempo, debiendo escuchar los improperios del conductor al respecto. Su amigo corría bastante rápido como para poder ir a su paso, por lo que en solo un instante, vio el brillo del cuchillo que ya estaba en la punta del Parque. Estaba muy agitado, pero sabía que debía correr e intentar capturar a César antes de que pudiese cometer alguna estupidez. ¿Acaso sería una buena opción la de llamar a la policía? Sacó el teléfono del bolsillo, pero vio que, extrañamente, no tenía cobertura, por lo que no le quedó otra que salir tras el ladrón del cuchillo.
El interior del Parque Abelardo Ahumada parecía un micromundo ajeno a Albacete: el color verde de sus árboles seguía llamándole la atención pese a que no era la primera vez que lo visitaba. Era inevitable recordar algunas caminatas bajo la lluvia, intentando cobijarse debajo de los árboles, de manera evidentemente infructuosa. El interior del recinto estaba cubierto de blanco, como si hubiese nevado todo el día. Andrés miró a sus espaldas: el resto de la ciudad estaba cubierta de nubes, pero nada de nieve. Volvió a mirar hacia el interior del parque y comenzó a caminar sobre la nieve, que se iba apretando en la medida que caminaba sobre ella, dejando sus huellas.
- César, por favor, acaba con tu jueguito.
Sintió el movimiento de las hojas de un árbol. Miró hacia el cielo y vio una sombra que desaparecía. Se acercó a la rama y comprobó que alguien la había pisado. Caminó lentamente y dio con una huella descalza con una pequeña mancha de sangre en la planta. Seguramente, César no se habría percatado de que él sí sabía de aquella herida en el pie que, pese al paso del tiempo, se negaba a cicatrizar del todo y que, de tanto en tanto, volvía a sangrar. Siguió las huellas y se encontró de golpe con César, temblando de frío, abrazado al cuchillo. Se acercó lentamente para darle una mano, pero este reaccionó violentamente contra él, atacándolo con el arma.
- Aléjate de aquí, César. Ya ha sido suficiente.
- No voy a dejarte aquí y en esas condiciones. Además, tienes mi cuchillo y lo quiero de regreso.
- ¿Ahora lo quieres de regreso? Pues he visto que no te ha importado dejarlo en mi casa hace una semana.
- Yo no lo he dejado, tú lo robaste.
- Veo que todavía no caes en razón. Mal, Andrés, muy mal. Puede que sea tarde cuando te des cuenta de todo. Es mejor que te detengas.
Andrés sintió pasos que se acercaban y se volteó para ver: no había nadie. Cuando volvió la mirada hacia César, este ya no estaba en su lugar.
- ¡César, ven aquí!
- No, Andrés, por favor. Yo no he hecho nada.
- Ven aquí, te dije.
- Andrés, no –el grito de César, extrañamente, era de súplica. Un grito agudo y doloroso, de alguien que estaba sufriendo.
Se quedó perplejo y sintió que la sangre se le helaba. Entonces entró en razón: César ya estaría rumbo a su departamento, esperando el momento preciso para atacarlo. Era la única explicación para la desaparición del cuchillo luego de esa fiesta de la cual no lograba recordar demasiado. Sí, César era el ladrón del cuchillo y ahora había enloquecido. Por eso no contestaba los llamados telefónicos y quería instalar esa atmósfera de enigma entorno a su supuesta desaparición. Por eso no había querido abrir la puerta, por eso la comida putrefacta como si no hubiese estado en la casa. Por eso su aspecto desaseado, como si su cuerpo estuviese en descomposición. ¡Todo era un invento! Y ahora debía ya estar esperándolo en el salón de su departamento, con el cuchillo en la mano, quizá amenazando a Camil.
- ¡Camil! –recordó de pronto y sacó su teléfono-. ¡Mierda, Camil, contesta!
El teléfono había recuperado la señal, para su buena suerte, sin embargo, marcó varias veces hasta ser derivado al buzón de mensajes. Pateó el suelo para expresar su furia y huyó corriendo del Parque rumbo hacia la normalidad de la ciudad. Luego comprobó que el parque no estaba cubierto de nieve como había visto en un principio ni tampoco había huellas marcadas con sangre: las únicas huellas existentes eran las que habían dejado marcadas sus zapatillas al momento de ingresar.
Ingresó a su edificio corriendo y esperó a la llegada del ascensor, que estaba tan solo 1 planta más arriba. Cuando el ascensor descendió y abrió su puerta: se encontró con el vidrio que estaba roto y manchado de sangre. Ingresó rápidamente y marcó el número de su planta, sintiendo que la sangre se le pegaba al momento de pisar. Mantuvo la respiración, al ver que una enorme mancha de sangre avanzaba hacia él. Cerró los ojos: todo era producto de su imaginación, estaba enloqueciendo. Seguramente, al abrir la puerta, encontraría que todo estaba en perfecto orden, como cuando él lo había dejado. Nada malo estaba ocurriendo y, quizá, César tenía razón al hablarle de su constante paranoia.
Cuando abrió la puerta, contuvo la respiración y observó que todo estaba en orden. Cerró la puerta: las manos le temblaban. La idea de encontrarse frente a frente con César era algo que le aterraba, sabiendo lo que podía suceder.
- ¿Camil, estás?
Tenía la voz entrecortada por el temor. Dio un paso adelante y contuvo la respiración. En su imaginación daban vueltas las imágenes del cuerpo de Camil siendo despedazado, lentamente, por el ladrón del cuchillo. Tenía miedo de encontrarse con los pedazos del cadáver dispersos por todo el salón, con César esperándolo para hacerle lo mismo.
- ¡Camil!
Ingresó al salón y vio que todo estaba en orden como lo había dejado al momento de salir. Hacía varios días que no se topaba con Camil, pero debía de estar ahí. De pronto sintió pasos que se acercaban por el pasillo.
- ¿Qué te sucede, tío?
- Estás aquí –respiró aliviado.
- Claro que sí, hombre. Ya voy.
Andrés permaneció de pie, cerca de la televisión, dando la espalda al pasillo. De pronto sintió pasos que se le acercaban. No alcanzó a voltearse al momento en que, de golpe, caía de rodillas al suelo: todo se fue a negro. Oyó, a lo lejos, una risa que le parecía conocida.
- Otra vez, Andrés, has sido víctima de tus propias locuras. La verdadera pregunta es si es que acaso volverás a caer una vez más.
sábado, 23 de abril de 2011
Volver al principio.
Como si todo fuera del principio,
como si ese atardecer fuera en este mismo momento:
como si las luces de Valparaíso se encendieran cada vez que lo decidiéramos.
Así, solo con desearlo,
solo con soñarlo, pedirlo al cielo.
Volver al principio, empezar de nuevo.
Estrellas en el cielo, puestas de sol extrañas.
Todo.
Como si fuera el principio, como si fuera la primera vez.
Todo de nuevo, volver a besarte por primera vez...
y volver a sentir el temor de no saber qué hacer,
la ansiedad por lo que pueda suceder después.
Resucitar ese instante una y otra vez,
todo de nuevo,
como si fuera la primera vez.
viernes, 22 de abril de 2011
Rain is falling once again.
It rains outside and I'm looking to the window:
raindrops are falling from the sky.
Maybe they're giving me new life,
maybe they're saying good bye.
Nobody loves rain like me.
Some people hears the sound of the water on their heads.
Everything seems to be new after the rain is falling into the city.
I need some change: fresh air.
I need some words, new stories to talk about.
I'm leaving the word at this momento, just for a second,
because I want to feel new.
New life, new choices, new word.
Also new food if I need it.
Water's falling on my face.
The water's falling into the city,
rain's cleaning my mind.
Winter's turning everything dark and this is what I want now:
see the darkness and later see the light.
Come and sleep into the rain, when it keeps falling.
It keeps falling, can't you feel it?
Let's go barefoot into the sand of the beach,
let's swim on murder waves.
Look at the sea, it's moving on.
Look at the sky: rain is falling once again.
jueves, 21 de abril de 2011
Respirar.
Se sumergía una y otra vez, salía a respirar de vez en cuando. Era un shock casi eléctrico que parecía vibrar y transmitirse a través de ondas magnéticas. Todo comenzaba a moverse e, inmóvil en su lugar, ya le parecía inútil sacar la cabeza para volver a respirar: el andén estaba muy alto y el tren ya ingresaba a toda velocidad sobre su cuerpo amarrado a los rieles.
miércoles, 20 de abril de 2011
Una noche en que dije adiós.
Fue una noche en que dije adiós, en que la oscuridad duró más de 14 horas y el verano, en un breve instante, pasó a ser invierno. Cerré los ojos y dejé que mis alas volaran hacia su destino: ver el océano desde lo alto, ver las olas oscuras y siniestras de un Atlántico extranjero, una vez más. Fue una tarde en que, de pronto, vi pasar ante mis ojos la vida que había sucedido de manera reciente. Vi todo, en un segundo, tal vez en menos de un segundo cuando se cerró la puerta y todo desapareció.
Pero, por las noches, mientras duermo, nuevamente estoy ahí. Nuevamente estoy recorriendo callejones antiquísimos por donde han de haber pasado tantas historias. Cada noche un nuevo destino, cada noche un nuevo misterio. De Valencia a Toledo, de Albacete a Venecia, de Barcelona a Lisboa y el camino es una ruta sin fronteras, donde el transeúnte divaga casi sin darse cuenta.
¿Puede ser que un lugar tome cuerpo y camine? ¿Puede ser que sea un fantasma que te visite y te produzca añoranza? Puede ser como el eco de una vivencia que vuelve, que se repite, que no se olvida.
Esquizofrenia momentánea.
Y en medio de la noche ya no puedo dormir. Todo me da vueltas cual si estuviese borracho, pero no he bebido más que un poco del silencio y de la nostalgia de una noche que comienza a nublarse. No entiendo nada: todo parece extraño. Solo me dan ganas de salir corriendo en este mismo momento, corriendo hacia algún lado, corriendo como si quisiera escapar de la vida. Escape del mundo, fugarse, desaparecer otra vez. Olvidarme que existo y que alguna vez existí, que todo es mentira: todo es solo una ficción de un ser supremo. Que soy un invento y que, como tal, también tengo fecha de duración y vencimiento.
Ahora que no puedo dormir bajo la ensoñación de una historia pasada que vuelve a dar vueltas en mi cabeza: todo ese mundo fantástico del pasado, construido de alegría y jolgorio, ¿fue real? Toda esa vida perfecta, toda esa plenitud que tuvo que acabar, ¿fue real? Todas esas sonrisas y esas fotos, ¿son reales? Ya no sé qué es lo cierto y qué la ilusión; me enredo entras las sábanas buscando una respuesta que me quita el sueño, que no me deja dormir, que se me atora en la garganta y me hace pensar en el límite que está más allá de las altas montañas. Lanzarse a volar como Juan Salvador Gaviota, desaparecer en el horizonte junto a los glaciares.
No duermo, no duermo, ¿acaso podré volver a dormir? Tal vez estoy dormido, sí, y solo estoy intentando despertar. Volaré en busca de una estrella.
domingo, 17 de abril de 2011
07. Noción del tiempo.
Sentado sobre las baldosas del balcón, miraba la calle a través de la ventana. Esa mujer debía ser suya, a como diese lugar. Costase lo que costase. Hiciese lo que tuviese que hacer para hacerla suya. Había dejado la ropa en la lavadora hacía rato y seguramente ya debía estar lista, pero no le importaba nada más que pensar en una estrategia para conquistarla. ¿Conquistarla? No, en realidad esa no era la mejor forma. No sería necesario, porque ella acabaría amándolo como él a ella. ¿La amaba realmente? No sabía cómo definir esa extraña sensación de atracción que sentía por ella. Soñaba con ella, la imaginaba a su lado, la abrazaba y sonreía por el solo hecho de saber que ella existía. Pero no, no estaba enamorado. No, esa palabra era muy… extraña. No, no era amor, solo era una extraña necesidad de tenerla para sí, como un objeto. Como una extraña obsesión de verla día a día a su lado, de jugar a quitarse la ropa y de sentir placer corporal. Eso era lo que quería.
- ¿Quieres venir conmigo?
- Qué cosas dices, Andrés.
- Solo eso. Que quiero que vengas conmigo.
- ¿Dónde quieres que vayamos?
- A mi piso.
- ¿A tu piso? ¿Acaso tienes fiesta otra vez?
- Sí… sí, hay fiesta como todos los fines de semana – rió, forzadamente.
- No te creo. A ti te pasa algo que no me quieres decir.
- No, no es nada.
- Pues, si no es nada, entonces me marcho a casa. Si no me quieres contar, mejor me marcho.
- No, Beatriz espera.
- Tómate tu tiempo, hombre. Ya verás si me quieres contar tu problema o no.
Y la había tenido tan cerca, a tan pocos centímetros, lo preciso como para acercarse a ella de manera rápida y darle un beso. Así de simple. Pero nunca era capaz de actuar lo suficientemente rápido como para obtener lo que quería y su único remedio era quedarse con algún premio de consuelo bastante poco común, tal como ir a una chocolatería y quedarse mirando los transeúntes que caminaban por la avenida de España. O golpear objetos de madera que, en varias ocasiones, habían acabado causándole las extrañas heridas en las manos, cuya real causa jamás se atrevía a reconocer delante de la demás gente. De alguna forma, sentía que descargaba su ira y su cobardía, de no ser capaz de asesinar a aquellos que se le ponían en el camino como obstáculos. O bien, unos cuantos vasos de coñac hasta quedarse dormido en el sillón. Una vez más, se quedaba sentado en alguna banca de la universidad, a la espera de que se le ocurriese alguna idea para no regresar a encerrarse en su habitación.
Recordó de pronto que uno de sus amigos, al entrar en la cocina, le había comentado que le hacía falta algunos cuchillos. No recordaba desde cuándo que estaba en esa misma situación, pues le estaba fallando la noción temporal desde hacía algunas semanas… o meses, no sabía bien. A veces sentía que ya habían pasado varios años desde su aterrizaje en Barajas; en otras ocasiones, se sentía tan turista como si hubiese llegado recién. El campus de la universidad parecía estar desierto en el sector de humanidades, por lo que permanecer en ese lugar habría sido una buena terapia para sus constantes divagaciones y reflexiones respecto a su extraña forma de ver la vida. Muchas veces al pasar por las mismas calles, se sentía como si todo estuviese muerto. Como si él mismo fuese un muerto que caminaba: el asesino de una ciudad entera, convertida en un interminable cementerio de edificios silenciosos, y a la vez, una más de las víctimas de sus armas.
Caminó hasta llegar a la Plaza del Altozano, en busca de una cuchillería que le habían recomendado. Ingresó al lugar y se encontró con una gran variedad de objetos filosos que hasta le causaban un poco de miedo. El hombre a cargo de la tienda parecía tener mucho conocimiento respecto a la fabricación de cuchillas, por lo cual Andrés debió escuchar todas las historias respecto a la misma ciudad de Albacete, famosa por el rubro. Luego de una larga charla respecto a todo lo que había en el local, acabó comprando varios productos que esperaba poder estrenar lo antes posible.
Al llegar al Parque Lineal, vio que la ciudad seguía con ese extraño silencio de invierno. El frío hacía que la gente se escondiese en sus edificios y no apareciese quizá hasta cuándo. Cerró los ojos mientras avanzaba por la hierba: no había nadie alrededor. Miró hacia la calle de la Estación, donde hacía algún tiempo había tenido una de esas extrañas visiones que tanto lo atormentaban. Tuvo miedo de que algo como eso volviese a suceder, pero, si algo malo ocurría, tenía un cuchillo dentro de sus pertenencias durante ese momento, por lo cual podría defenderse de cualquier intruso. Caminó durante un instante, sin sentir la más mínima presencia humana. Una mujer caminaba por los alrededores y se alejó al verlo cerca, seguramente, su apariencia enajenada causaba cierto recelo.
- Oye, tú
- ¿Qué?
Una puñalada por la espalda lo hizo caer al suelo, de golpe. Se puso de pie de inmediato y no vio a nadie a su alrededor. Los cuchillos estaban empacados en el interior de su bolso, lugar donde habían sido guardados desde su compra. Todo fue tan sorpresivo que no tuve tiempo para intentar una caída relativamente correcta, por lo que se golpeó muy fuerte en una rodilla. El pantalón estaba intacto, pero el golpe le había producido una herida en la pierna. Nada grave, por lo que continuó su camino.
Cuando llegó al edificio de César, el cielo nuboso comenzaba despejar. Esperó el ascensor durante algún instante, para luego percatarse de que no estaba funcionando. Subió las escaleras hasta alcanzar la quinta planta, jadeando producto de la costumbre de subir en ascensor incluso al segundo nivel. Golpeó la puerta y esperó un instante.
- ¡César! ¿Estás por ahí?
Entonces recordó que no lo había llamado. Seguramente no estaría. Tomó su teléfono y lo dejó sonar durante algún instante, pero no contestaba. Le pareció un poco extraño, ya que era día viernes y se suponía que no trabajaba durante esos días. Seguramente habría viajado a algún lado. Se disponía a regresar cuando la puerta se entreabrió lentamente, de forma casi imperceptible. Vio el halo de luz que salía desde el interior, por lo que empujó la puerta e ingresó.
- ¿César? ¿Hola?
El interior del departamento estaba vacío. Los pasos de Andrés hacían eco entre las paredes desgastadas. Olía a algo extraño y provenía desde la cocina. Se dirigió hasta ese lugar y vio que había una olla con comida que estaba putrefacta; su aspecto no era muy bueno y daba la impresión de estar varios días ahí. César constantemente olvidaba limpiar y muchas veces la comida acababa echándose a perder y todo se tornaba apestoso. Andrés continuó recorriendo el lugar, sospechando que sucedía algo extraño.
- ¿César?
Nuevamente tomó el teléfono en sus manos y marcó el número de su amigo. Sintió el ringtone que provenía desde la habitación, que estaba cerrada. Se acercó a la puerta y entonces alguien la abrió desde el interior. Era César.
- César. Lo siento ingresar así de la nada, pero no me contestabas…
- Está bien, Andrés. No hay problema. Me he enterado de que has sido tú, por tu llamada al móvil y te he abierto.
- ¿Tú la abriste?
- Sí, solo que no me has visto porque lo he hecho muy rápido. Para ver qué cara de susto ponías.
- Me asustaste. Pensé que te había pasado algo.
- ¿Lo dices por la comida en la olla? No es nada.
Lo invitó a sentarse en el sofá para luego traerle un vaso con Coca Cola. Se quedaron conversando durante un rato, sin que Andrés dejase de encontrar extraña toda esta situación. Los vidrios estaban excesivamente sucios y pese a estar las ventanas abiertas, todo olía muy mal. César estaba muy abrigado, pese a que la calefacción estaba encendida y mantenía una temperatura agradable.
- Creo que dentro de estos días viajaré a algún lado.
- Primero deberías ordenar un poco. Tu piso es un desastre.
- No te preocupes, ya veré cómo le hago. ¿Te animarías a viajar?
- No sé. No ando muy de ánimo de salir.
- Pero, tío, ¿cómo es eso? ¿Es que te ha vuelto la locura, hombre?
- No sé. Ando medio depre.
- Hay que hacer algo por eso –César se quedó en silencio durante algún instante-. ¿Es que te ha vuelto el temor? No me digas…
- No, por favor. No tiene nada que ver.
- Andrés, dime la verdad.
- Ya te lo dije. Debe ser que estoy cansado.
César lo miró durante un instante, en silencio y luego se dirigió a la cocina.
- Ya vuelvo.
Andrés se quedó observando todo el lugar. Se puso de pie rápidamente antes de que su amigo regresara: las luces del gran centro comercial de enfrente iluminaban la calle mientras una que otra persona paseaba. El clima albaceteño era muy extraño y, al parecer, el frío no se querría ir aún. Sin embargo, por más que buscaba, no podía encontrar nada fuera de lo común. Caminó de regreso a su asiento y pisó algo: levantó el pie y se agachó al ver que se trataba de un cuchillo cocinero. Pero no era cualquier cuchillo, sino que era el suyo, el que había desaparecido desde hacía unas semanas desde la cocina de su departamento. Miró a todos lados y escondió el cuchillo debajo del sillón, pero quedando relativamente a la vista para que al regresar, pudiera sacarlo sin que César se diese cuenta de nada. Se dirigió al baño y, al regresar, el salón olía diferente. César estaba sentado mirando la televisión.
- ¿Por qué me miras así, hombre?
- ¿Hiciste aseo del salón? Huele diferente.
- Tú estás mal de la cabeza, tío. Parece que aún no se te ha pasado tu…
- ¡Ya córtala con eso!
Miró a todos lados y vio que el cuchillo no estaba en su lugar. Andrés comenzó a inquietarse: ¿cómo iba a ser posible que esto también fuese parte de sus alucinaciones constantes? Estaba seguro de haber visto el cuchillo. Claramente, César le estaba jugando una mala broma.
- César, no estoy para bromas.
- Que eres fome – se rió su amigo, hablando muy lento al mencionar la última palabra.
De pronto, Andrés se percató de que estaba solo en el salón. La puerta de entrada estaba entreabierta y el cuchillo no aparecía por ningún lado. Se levantó asustado y salió corriendo desde aquel lugar. Ya sabía lo que iba a suceder y tenía miedo: César estaría corriendo hasta su departamento y allí lo esperaría para comprobar qué tan efectivo era el cuchillo carnicero que le había robado. Mientras corría escaleras abajo, trataba de pensar en qué momento había desaparecido ese cuchillo, pero su noción del tiempo era algo bastante confuso durante las últimas semanas o quizá meses.
sábado, 16 de abril de 2011
viernes, 15 de abril de 2011
Rrrrrr
Empanadas de queso, chocolate. Excesos.
Explosiones subcutáneas intrínsecas,
silencios extraños. Rugidos. (ron)Roneos. Papel (ron)eo. Rrrrrrr.
Se suicidan las bacterias con un golpe.
La ciudad es enorme
mis pisadas son torpes. No sé de lo que soy capaz.
No sé de lo que soy incapaz:
tal vez soy libre-de-hacer-cualquier-cosa. Tal vez no.
Lanza el grito hacia el espacio, que vuela, que salta, que siente.
Todo es aire, todo es naturaleza, todo se libera.
En la naturaleza nada se retiene, todo se expulsa hacia afuera
y, por ende, queda en órbita.
Las palabras, los conceptos: el léxico.
Rojo, amarillo, azul, gris, perla.
Amarelo, cór de vinho. Sismos con epicentro en el mar.
Running, running. Running, running. Rrrrrrrr.
jueves, 14 de abril de 2011
Desaparecer
Aún estaba un poco mareado al momento en que abrió los ojos. No quiso levantarse: ya había comprobado que estaba en otro lugar muy diferente al que había estado hacía tan solo 10 segundos. El golpe en la cabeza había sido lo suficientemente fuerte como para alucinar con verdes naturales, ríos provenientes desde el misterio y con historias de sirenas que se esconden de las embarcaciones. Él ya había visto una y se sentía afortunado, pues esos seres no se dejaban ver por cualquier persona.
Ya no lo pensó dos veces y se puso de pie. Saltó el puente y se dejó caer hacia las profundidades del río Valdivia hasta desaparecer.
miércoles, 13 de abril de 2011
Aventuras en el sur
Creo que de vez en cuando es bueno dejarse llevar por los pensamientos extraños, aunque sean de lo más raros que parezcan. Uno de esos pensamientos fue el de viajar, en vista y considerando de que todos lo harían en el marco de la Semana Novata de la PUCV y, también, para recordar que el año pasado viajaba en demasía como por estas mismas fechas. Fue tan simple como buscar pasajes, llamar a una amiga y comprar el pasaje por internet: en menos de 10 'clicks' tenía mi pasaje a Valdivia y, siguiendo la propaganda, "por pocas lucas".
Cuando faltaban 15 minutos para las 8 de la noche del día miércoles 9 de abril, me subí al bus rumbo a la dicha ciudad sureña a orillas del famoso Río Calle Calle, con toda la mística de sus puentes y su predominante color verde que, definitivamente, trae demasiada paz y armonía a la mente: un lugar inspirador. El viaje de 12 horas en un bus semi cama no es una experiencia precisamente agradable, pero es algo que uno debe vivir para poder contar. No es del todo mala, ya que si se quiere ser turista y conocer el mundo con poco dinero, hay que "aperrar", es decir, sacrificarse. Claramente, concepto que algunas personas no conocen, pero no hay gente más aperrada que los chilenos, definitivamente. Así fue como el jueves 7, casi a las 9 de la mañana, me encontré con los colores de un amanecer frente al río: nubes, verde, agua, frío... ¡Valdivia!
Y es que su nombre inspira el frío, el viento y la lluvia. Es cosa de mirar a su alrededores y ver los ríos, la enorme masa de agua que alimenta la flora y fauna del sector, la cual es bastante maravillosa. Es la convivencia que tiene el ser humano con ese entorno y que, esperemos, pueda mantenerse en el tiempo, superando los graves errores de empresas como Celco y su gran masacre de cisnes, producto de los desechos que lanzaba al río. El aire frío y las casas con influencia alemanas es algo pintoresco que también me recuerda a Punta Arenas. Avanzando un poco más por la ciudad, es inevitable tener que cruzar un puente y todo el significado que ello tiene: la conexión del mundo, manos que se entrelazan, historias que empiezan a ser solo una. Así es como una llega a la Isla Teja, lugar residencial donde también se encuentra la Universidad Austral de Chile, en un entorno tan natural que agrada: pasar tardes enteras en el Jardín Botánico o caminando alrededor del río, contemplando los azules y verdes que adquiere el agua: una experiencia mágica.
Cruzar el puente a las 05.30 am con un frío escalofriante, mientras ves que el río comienza a evaporarse lentamente producto de la temperatura, en medio de la oscuridad de los alrededores y unas cuantas luces de la ciudad. Comer empanadas de queso en la Terpel de la Isla Teja, reír mucho durante el trayecto y pasarlo increíble. Así es Valdivia: misterio y silencio en una brisa austral congelada.
martes, 12 de abril de 2011
En la luna.
Hace 50 años que el hombre comenzó la conquista del espacio. No sé si será cierto: los norteamericanos son especialistas en armar montajes en su favor. Tampoco le creo a los rusos. Creo que tampoco le creo a El Vaticano. Lo que sí sé, es que hace tan solo 5 años pisé la luna por primera vez y siento la necesidad de volver a ver el mundo desde la altura, de soñar en ese ensueño de la no gravedad y poder dar vueltas en el aire. Volver a respirar el no-aire y volver a sentir la libertad, pese a estar envuelto entre capas de materiales resistentes a ese clima adverso. Porque, como seres humanos, somos lo suficientemente subdesarrollados como para no poder sobrevivir fuera de nuestra atmósfera, teniendo en cuenta que los alienígenas sí son capaces de adaptarse a otros ambientes.
Nunca pude hacerme amigo de un ET y tampoco logré llegar al lado oscuro de la luna, aunque estábamos tan cerca: algo así como 40 kilómetros a pie, por un camino pedregoso y difícil que nos tomaría unas 5 horas. Imposible llegar en vehículo porque las carreteras no estaban pavimentadas: no era muy rentable para nadie llegar hasta un lugar que no se sabe qué es lo que tiene a ciencia cierta. Aunque creo haber visto algo tras esa oscuridad que, sabiamente, oculto su tesoro.
Estando medio dormido durante la noche -muerto de frío-, sentí pasos que se acercaban a mí. Aunque creo que se trató de un sueño. Me levantaron cuidadosamente y me cubrieron con la frazada más cálida que he conocido en la vida y que, por supuesto, adoré. Entonces vi la gran ciudad, silenciosa, majestuosa, perfecta. Enormes edificios iluminados con satélites que sobrevolaban la luna, orientados hacia el sol. Nunca vi sus caras, porque estaban cubiertas, pero sí vi las luces de muchos de sus vehículos voladores. Tampoco pude hablarles. Solo sé que me sentí muy a gusto, allá fuera del mundo, allá en fuga de la realidad.
Cuando abrí los ojos, la tormenta de arena me había cubierto de hielo por lo que fue un poco difícil levantarme. Regresé a la nave, en silencio y me dormí. Miré la luna desde la altura mientras regresaba a la tierra. Sigo creyendo que fue un sueño, aunque cada noche, sigo sintiendo esos pasos que se acercan a mí mientras duermo.
lunes, 11 de abril de 2011
¿=?
¿Qué es eso que escondes tras esa mirada tan expresiva? ¿Qué es eso que no dices, pero que sientes? ¿Por qué te da miedo? ¿Qué? ¿La vida? ¿El silencio? ¿El lenguaje? ¿Los números? ¿Las pastillas? ¿La muerte? ¿La oscuridad? ¿La luz? ¿Las nubes? ¿La ciudad? Necesitas respuestas que no quieres encontrar, ¿o sí? Sabes cuál es el camino, pero tienes miedo, tienes poca seguridad en ti mismo.
¿Qué es eso a lo que tanto temes?
Si no encuentras tu vida, nadie la va a encontrar por ti. Sal de ese lugar, antes de que sea demasiado tarde.
domingo, 10 de abril de 2011
06. Ya comienza a llover otra vez.
El sol sobre Albacete era un bien que le parecía notable, sobre todo cuando llevaba varios días conformándose con uno que otro rayo de sol huidizo. Aunque la presencia de sol no era algo que garantizase una temperatura agradable: como de costumbre, la bufanda muy apretada en torno al cuello, el gran abrigo y los guantes que le cubrían las manos. Esperaba… no sabía bien lo que estaba esperando, pero sabía que esperaba. Esperaba, tal vez, a ver la tarde, a ver la lluvia que algún día llegaría. Esperaba encontrar el momento preciso para acercarse y romper todos los límites que habían mantenido congeladas las cosas hasta ese entonces. Llevaba lentes oscuros que cubrían su mirada y que le permitían ocultarse de algunas personas que no quería ver ni saludar: su única intención era pasar lo más desapercibido posible, a tal grado que había dejado el teléfono móvil en su habitación. Era la tarde en que no quería hacer nada, no quería hablar con nadie.
La fuente lanzaba chorros de agua hacia el cielo de manera rítmica y el ruido del agua producía una relajación extraña en medio de la ciudad. Levantó la mirada y le pareció ver que alguien observaba desde lo alto: una ventana se cerraba de improviso, luego de que alzase la vista. Se puso de pie un poco asustado y luego se detuvo, casi paralizado, al sentir una mano que le tocaba el hombro. Hasta el momento, no había nadie alrededor y la Plaza del Altozano era de su total y completa jurisdicción, no quería a nadie más. Solo vio una sombra y la mano que continuaba sobre su hombro. De pronto, vio flashes que iluminaban su sombra, como si fuese un objeto de interés de muchos, como si fuese un rockstar. El sonido de un metal que chocaba era algo ensordecedor y temible que evitaba oír, pensando en cualquier otra cosa.
- ¿Escuchas esto? Que sí, sí los escuchas. No habrás pensado que te ibas a salir con la tuya, ¿verdad? ¿No habrás pensado que... ?
- ¡Nada! No he pensado nada.
- Pues yo te he visto pensar demasiadas cosas. Has intentado huir de la realidad muchas veces y sabes que eso no puede ser por siempre.
- Ya llegará el momento en que sí pueda ser para siempre.
- No quiero oirte.
- Siempre haces lo mismo.
- ¡Vete de una vez!
- No, me iré, porque sé lo que vas a hacer.
- Ya comienza a llover otra vez.
Todo estaba tan oscuro que apenas podía divisarse la palma de la mano sobre la nariz. Se había cortado la luz en Albacete, cosa bastante extraña, y solo las luces de los vehículos que deambulaban cerca del Eroski parecían ser lo que le guiaba. El camino estaba cubierto de agua y todo parecía convertirse en un río. Albacete no parecía ser un lugar seguro, es más, parecía ser un lugar de tormenta en el más amplio sentido de la palabra. Caminaba con la cabeza baja, mirando el suelo lleno de posas que en cualquier instante producirían un accidente. No conocía a nadie en ese lugar tan extraño, tan diferente a lo que había visto la primera vez. No había nada alrededor de la Plaza del Altozano y todo era una eterna sombra que le daba miedo. Caminaba en calles imaginarias y en la medida que avanzaba, era el recuerdo lo que le permitía ir reconstruyendo esas calles que no existían. ¿De dónde habían salido todos esos recuerdos de locaciones inexistentes? Albacete no era un recuerdo. Ese lugar era un fantasma que se había superpuesto como un disfraz a las calles que recorría todos los días.
Se llevó las manos al bolsillo y encontró un arma que estaba cargada. La tomó en sus manos, al instante en que una luz de la nada le permitía ver lo que tenía: efectivamente, estaba cargada. Efectivamente, estaba vestido con su chaqueta oscura y la capucha que lo cubría de la lluvia, con los pies que avanzaban sobre las posas de agua que se formaban al interior de su calzado haciéndole sentir mucho frío y humedad. Avanzaba en dirección hacia el Parque Abelardo Ahumada, sin saber por qué: no era seguro que ese lugar fuese real. Todo había sido consumido por el fuego y aún podía divisar restos de humo que salía de la tierra y los vestigios de una civilización. Asimismo, había algunos cadáveres y cuerpos agonizantes con la ropa destruida y la piel llena de sangre, gimiendo y pidiendo ayuda. Su aspecto era temible, por lo cual, decidió que salir corriendo era la mejor opción. Aunque no se percató de que uno de estos seres agónicos había avanzado hasta su camino y, prontamente, lo detuvo de un tirón que lo hizo resbalar contra la baldosa y golpearse la cara. Se volteó para ver que tenía una mano ensangrentada aferrada a la pierna, impidiéndole continuar.
- No. No sigas.
- Suéltame.
- No lo hagas.
- Te dije que me dejaras. Hazlo.
- Ya lo has hecho y lo volverás a hacer. Por favor, no lo hagas.
Se quedó en el lugar, observando al ser agónico que le impedía el paso. Era un muchacho de cabello castaño, ensangrentado y herido, respirando apenas. Lo miró a la cara y entre tantas huellas de una muerte cercana, le parecía encontrar un rostro conocido. Sin embargo, no tenía tiempo para permanecer bajo la lluvia. Debía buscar su casa. Se puso de pie como pudo.
- ¡Andrés!
Fue la última palabra del muchacho antes de lanzar su último grito de dolor: Andrés lo golpeó fuertemente con el pie hasta librarse completamente de él. El cuerpo quedó sobre las baldosas con una mancha de sangre que avanzaba con el río que se iba formando en las calles. La ciudad entera era un laberinto de agua que avanzaba a través de canales por los cuales flotaban los cuerpos en putrefacción y los esqueletos de aquellos que ya habían muerto hacía tiempo.
Continuó avanzando hasta encontrar un edificio que le parecía conocido, frente al Corte Inglés de Avenida Hellín. Miró hacia atrás y vio que todo era una sombra. Ingresó y subió las escaleras, abrió la puerta y vio las luces encendidas. Todo era silencioso, pero había huellas que le indicaban la presencia de alguien. Miró hacia el exterior a través de las ventanas: el piso en altura flotaba en medio de la nada, mientras todo alrededor era una enorme llamarada que parecía ir aumentando en la medida que la lluvia aumentaba su violencia. Su cuerpo húmedo iba dejando huellas de agua al momento en que avanzaba por el pasillo, internándose en las habitaciones que desconocía. Sabía que a alguien iba a encontrar. Sin saber en qué momento lo había tomado, llevaba un enorme cuchillo en su mano, cuyo filo brillaba a la luz de las lámparas encendidas. Goteaba sangre, como si recién hubiese sido ocupado para cortar carne.
- ¡Andrés! ¿Qué haces acá?
- ¿Quién eres tú?
- ¿Qué te sucede, hombre? Soy yo, Oscar.
- ¿Oscar?
- Sí, tu amigo.
- Ah, muy bien. ¿Qué haces acá?
- Tú te has fumado algo, estoy seguro. Estás en mi piso. Yo debería preguntarte qué estás haciendo acá.
- No lo sé. Afuera todo arde en llamas.
- Siéntate, amigo. Otra vez has estado fumando esa mierda que te he dicho que dejes. Pero ya se te va a pasar. Deja el cuchillo ahí.
- No. ¿Cómo sé que debo confiar en ti?
- ¿Estás loco? Entrégame ese cuchillo de una vez.
- ¿Tú lo mataste verdad?
- No, Andrés. Bien sabes que no. Deja de evadir la realidad.
- ¡No estoy evadiendo la realidad! Tú fuiste, sí, tú fuiste.
- Cálmate y siéntate. Y deja ese cuchillo ahí.
- ¿Para qué? También querrás matarme. Lo sé, lo sé.
- Estás loco.
- Lo sé, mira la lluvia. Nunca olvidaré esa lluvia torrencial en la Plaça de Catalunya.
- ¡Eso ha sido hace años, Andrés!
- Pero yo no lo he olvidado.
- No ha sido nada. Déjalo.
El tal Oscar se acercó a Andrés con intenciones de quitarle el cuchillo, sin lograrlo. Antes de que su oponente tuviera tiempo a reaccionar nuevamente, se abalanzó sobre él, poniéndole las manos al cuello. Andrés lo miraba desde el suelo, sin poder respirar: el cuchillo se le había caído de las manos y hacía su mayor esfuerzo por agarrarlo nuevamente con las manos. Oscar tenía fuerza: su mirada oscura sonreía mientras lo aprisionaba cada vez con más fuerza.
- Sí, mira la lluvia. En la lluvia morirás, Andrés, sí, como aquella vez.
- ¡Por qué lo hiciste!
- Porque has sido el único estúpido que me ha creído. Ah, sí, Camil también.
- ¡Tú tuviste la culpa!
- No, yo no he hecho nada, Andrés. Yo me he quedado acá, a lo lejos, viendo cómo todo sucede –rió.
Andrés logró tomar el cuchillo y, haciendo grandes esfuerzos, logró clavárselo a su enemigo por la espalda. Oscar lo liberó al sentir la clavada que manchaba de sangre su polera. Cayó contra la pared y Andrés pudo respirar nuevamente, levantándose. La lluvia chocaba con estrépito contra las ventanas que estaban abiertas, permitiendo que el agua inundase el interior de la habitación. Andrés tomó nuevamente el cuchillo y lo mantuvo en sus manos, mientras el arma goteaba la sangre que provenía de carne recién cortada.
- ¡Tú fuiste!
Oscar intentaba huir, arrastrándose por el suelo, mientras Andrés le clavaba una y otra vez el cuchillo. El arma le alcanzó los tobillos y con un corte preciso lo inmovilizó para siempre, dejándolo a su disposición.
- ¡Andrés, no!
El cuchillo le atravesó el cuello. El cuchillo le atravesó la planta del pie. El cuchillo le atravesó varias veces el pecho. El cuchillo le hirió varias veces el abdomen. El cuchillo hizo sangrar sus piernas. Finalmente, arrastró el cuerpo y lo dejó en el salón. Cerró con llave la puerta al salir y guardó el cuchillo en su pierna. Estaba agotado por lo que acababa de suceder. Se limpió las manos en la lluvia que caía sobre las sombras, observando el departamento flotante sobre el cual yacía el cadáver de ese tal Oscar.
La lluvia caía sobre Albacete con la brutalidad de una gran tormenta, la que había estado esperando desde hacía mucho tiempo. Se sentía mareado y toda la oscuridad le aterraba: no entendía lo que estaba sucediendo. No recordaba nada.
Se había pasado toda el día en la universidad: tantas actividades en la cabeza se transformaban en una enorme laguna mental de tiempo. Había mirado el reloj a las 12 del día y luego, pasadas las 9 de la noche. Tenía varias llamadas perdidas de Camil, por lo que comprendió que debía de estar preocupado. ¿Cómo había sido posible que se quedara dormido por tanto rato en los pasillos de la Facultad de Humanidades y que nadie lo hubiese despertado? El embrujo de ver la lluvia que caía, a través de los ventanales, le había producido tan relajo que se había olvidado completamente del mundo. Incluso, había olvidado que tenía que ir a la Plaza del Altozano a tomar unas fotografías para un encargo. La lluvia parecía un río que caía sobre él, directamente desde el cielo y con toda la brutalidad de una cascada: odiaba las tormentas.
Fotografía: Plaza del Altozano, Albacete, España.
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