- ¿Andrés?
- ¿Qué pasa?
- Despierta…
- ¿Qué?
Andrés abrió los ojos y se dio cuenta de que se había quedado dormido sobre el sillón. Eran las 3 de la mañana y la televisión seguía encendida, dando una película de terror cuyo título desconocía. El control remoto estaba en el suelo, mientras intentaba recordar en qué momento se había estirado a lo largo del sofá para quedarse dormido con la televisión encendida. Lentamente se fue reincorporando para observar a su interlocutor, con cierta vergüenza.
- Perdón por despertarte, pero pensé que…
- No, nada que perdonar, Camil. Gracias por avisarme. De hecho, no sé cómo me quedé dormido. ¿Qué andabas haciendo despierto a esta hora? –sonrió Andrés.
- He estudiado. Parece que demasiado, porque ahora no puedo dormir.
- Bueno, si quieres, me acompañas un rato acá.
- ¿No te molesta?
- Obvio que no, hombre. Siéntate.
Camil se sentó a su lado y estuvieron conversando durante mucho rato, mientras cambiaban de canal una y otra vez en busca de algún programa que pareciese interesante. Lograron dar con una película de suspenso que los dejó atentos durante un instante, para luego continuar conversando. Andrés le preguntó respecto a su vida en Cataluña, lo que gatilló que Camil contara un sinfín de historias de infancia en Barcelona, situación que lo mantuvo muy atento debido al viaje que él mismo había realizado a dicha ciudad, con la finalidad de descansar y descubrir cuál serían sus posibilidades de estudiar en una urbe tan cosmopolita como aquella. De paso, Andrés le comentó cómo había conocido a César casi de improviso un día en la playa, resultando ser que ambos se dirigían hacia el mismo lugar. Dicha coincidencia originó una conversación muy interesante en el Metro, hasta descender en la estación Trinitat Nova, donde se encontrarían con una persona que podría llevarlos al lugar que buscaban.
- Supongo que también has estado en el Montjuic –comentó Camil, con una sonrisa.
- Por supuesto. Tengo muchísimas fotos de ese lugar. Me encantó ver Barcelona en su inmensidad.
- Creo que viajaré nuevamente dentro de algunos meses para visitar a mi familia. Podrías venir conmigo.
- Me parece una buena idea. Hacía tiempo que pensaba en regresar por tus tierras –rió Andrés.
Cuando se percataron de que ya eran casi las 5 de la mañana, se despidieron y cada quien regresó a su habitación para dormir. Andrés había olvidado que, al día siguiente, tendría clases a partir de las 9 de la mañana y no estaba en la mejor de las posiciones como para volver a faltar: su asistencia había sido bastante irregular durante el último tiempo y eso ya le había significado un llamado de atención por parte de su profesor. Apagó la luz y programó la alarma para las 7, teniendo en cuenta que solo dormiría 2 horas; después de todo, no era la primera vez que lo hacía.
Abrió los ojos y la alarma aún no sonaba, situación que le preocupaba porque sentía que ya había pasado un tiempo considerable. Tomó el teléfono y vio que solo habían pasado 15 minutos desde que se había acostado, por lo cual se alegró de poder seguir durmiendo. Cerró los ojos y sintió pasos que avanzaban por el pasillo. Seguramente, sería Camil que iba a la cocina a buscar algo antes de irse a dormir. Se abrió la puerta de su habitación y entró un halo de luz que le dio por la espalda. Andrés no quiso moverse y continuó con los ojos cerrados, recostado en dirección hacia la pared.
- Andrés.
Andrés abrió los ojos, perplejo, sintiendo que se le helaba la sangre. Se mantuvo inmóvil hasta volvió a oír su nombre. Se levantó asustado y vio una silueta oscura a través del halo de luz: las puertas de las demás habitaciones estaban cerradas, por lo que comprobó que no se trataba de Camil. ¿Acaso habría ingresado alguien al departamento? No tenía nada con qué defenderse y comenzó a sentir miedo. Aunque esa voz no lograba darle miedo.
- ¿Quién es?
- ¿No me reconoces?
La puerta se cerró de golpe y todo volvió a quedar en oscuridad. La silueta permanecía en el mismo lugar, inmóvil. Andrés encendió la luz, desde el interruptor que estaba en la pared. Era Jaime, sonriente y feliz como en aquella foto del Lago Llanquihue, que estaba en la pared del salón. Andrés se levantó sorprendido, con una sonrisa que le iluminó la cara, mientras algunas lágrimas comenzaban a caer por las mejillas. Se acercó hasta su hermano y lo abrazó, pero Jaime estaba tan frío como una piedra. Lo observó a los ojos y percibió lo gélido de una mirada que se caracterizaba por ser cálida. Lo tomó de las mejillas con una sonrisa.
- Jaime, volviste.
Jaime permaneció inmóvil en su lugar, frío y duro como una roca. Pese a que su hermana se comportaba de una manera muy extraña, Andrés ya se daba por satisfecho de verlo a su lado como si nada hubiese pasado. Se acercó nuevamente para abrazarlo con la afectuosidad que caracterizaba su relación, pero las manos de su hermano lo apartaron de manera violenta. Andrés lo miró con tristeza: su mirada no reflejaba ninguna alegría de estar junto a él y, más bien, parecía estar reprochándole las culpas del pasado. Andrés sintió una clavada muy fuerte en el pecho, que lo hizo retroceder un poco ahogado. Se sentó en la silla de su escritorio para observar a esta inesperada, pero grata visita. En un instante, como el flash de una cámara fotográfica, comenzó a recapacitar y darse cuenta de todo lo que había sucedido y que, como consecuencia, marcaba las condiciones de dicha situación.
- Andrés, no creas que no lo sé.
- Estás acá. No ha pasado nada, ¿cierto?
- Sabes que no es así. Yo lo sé todo. Lo he sabido siempre.
- ¿De qué me estás hablando?
- Sí, si sabes lo que te estoy diciendo. Pero todavía hay algo que no entiendo, Andrés: ¿por qué?
- No lo sé, Andrés. Si lo supiera, todo sería diferente y quizá estarías aquí. Tal vez, si ese viernes hubiese sido de otra forma, qué se yo.
- ¿Por qué, Andrés?
La imagen de su hermano, que de alegre y sonriente se fue transformando en el vestigio de la frialdad producto del paso del tiempo, se transformó en el último recuerdo que guardaba de él: el cadáver ensangrentado y semidesnudo, recostado sobre las baldosas de la gran habitación de una casa antigua del Cerro Concepción de Valparaíso. El cadáver de su hermano comenzó a avanzar hacia él, mostrándole las heridas que tenía. Andrés se alejó asustado, hasta quedar arrinconado en su cama, cada vez más cerca de la pared. Sentía los grumos de la pasta muro que le producía heridas en la espalda, mientras su cuerpo sudaba. Jaime se paró frente a él, llenando de sangre el suelo y los alrededores. Andrés respiraba agitado y lloraba angustiado.
- Andrés, qué te pasa.
- ¡Jaime, vete de aquí!
- Andrés, tranquilo. Soy yo, Camil.
- ¿Camil? Oh, por Dios, ¡me estoy volviendo loco! –Andrés se sentó en su cama y comenzó a llorar, cubriéndose el rostro con las manos.
- Calma, hombre. Solo has tenido una pesadilla. ¿Quién es Jaime?
Camil se mantuvo a su lado durante algún instante, a la espera de que Andrés se tranquilizara. Al ver que ya faltaban solo 15 minutos para las 7 de la mañana, decidió ir a ducharse para despertar y olvidar su sueño. Al levantarse, vio una mancha de sangre que se extendía sobre la baldosa: su pie volvía a sangrar de manera inexplicable, pues suponía que la herida ya estaba cerrada desde hacía mucho tiempo, sin embargo, al ver la planta, comprobó con sorpresa que parecía como si recién se la hubiese producido. Asimismo, vio que las sábanas también estaban enrojecidas y vio que la cicatriz del accidente en bicicleta, hacía 2 años atrás, parecía volver a abrirse.
- ¿Qué coño te ha sucedido, tío? – Camil retrocedió asustado al ver tanta sangre.
- Desde niño que tengo problemas de cicatrización, pero ya lo había controlado. O al menos eso creí.
Camil asintió y se marchó a la cocina. Cuando Andrés salió de la ducha, aprovechó de vendarse nuevamente las heridas que hacía tiempo daba por superadas. Le dolía un poco la cabeza, pero no sería excusa para ausentarse una vez más a clases. Su compañero de piso lo esperaba en la cocina, con una taza de té caliente y unas tostadas. Se sentó a su lado para hacerle compañía.
- Gracias, Camil. En serio.
- Nada que agradecer, hombre.
- Es que te has portado increíble. Soy un desastre –Andrés se echó a reír, visiblemente más tranquilo.
- Que ya te he dicho que está bien. Después de todo, ya hasta pareces mi hermano –sonrió Camil.
- Qué bueno contar con alguien en estos momentos –agradeció Andrés, con una sonrisa.
Mientras caminaba por Avenida de Hellín, rumbo a la universidad, Andrés tenía frescos los recuerdos de lo que había soñado durante la noche anterior. No comprendía la insistencia de ese recuerdo que le traía, una y otra vez, el sentimiento de culpabilidad por la muerte de su hermano. Y la búsqueda de las razones –que tanto le exigía Jaime- era algo que él tampoco entendía y que buscaba, por todos los medios posibles, comprender. Después de todo, al momento de dejar Chile, sentía que no había dejado solucionado todo el tema del crimen de su hermano y esa culpa la seguía cargando consigo hasta su llegada a España. No, no era su culpa. Él no tenía nada que ver en el hecho, salvo haberlo encontrado muerto y quedarse con esa macabra imagen que nunca hubiese querido tener de su hermano ni de nadie de su familia.
La policía de investigaciones tardó poco tiempo en llegar, pero le había parecido una eternidad. Muchos de los vecinos se manifestaron sorprendidos de aquella situación, sobre todo de aquella casa que, salvo las fiestas de los fines de semana, no solía hacer demasiados escándalos. Lo más impactante –jamás olvidaría la cara de la Señora Margarita- al ver cómo sacaban la camilla cubierta, con el cadáver de Jaime. Recordaba los interrogatorios y la búsqueda por esclarecer la sucedido, situación que lo tuvo casi una semana fuera de su casa. Y en ese entonces, tan solo faltaba 1 mes para su viaje.
Fotografía: Avenida de Hellín, Albacete, España.