Poco y nada entiendo cuando me encuentro en el Aeropuerto Fumicino, buscando cómo llegar al tren que me llevará a la ciudad de Roma. Si se tiene en cuenta de que solo habíamos dormido en el aeropuerto y un poco en el avión puede parecer un poco lógico estar confundidos, no obstante la señalética en el interior del aeropuerto no es de lo mejor (además de que no entiendo mucho el italiano). Logramos capturar el tren (llamado Leonardo Express) rumbo a la ciudad, con un "módico" costo de 14 €. Llegamos a la Estación Termini para ir en busca de nuestro hostal que estaba a pocas cuadras de dicho lugar. Nos instalamos, muertos de calor y salimos en busca de aventura. Pillamos un metro muy lleno y bastante asfixiante -no sé si sea necesario dejar en claro de que es bastante cochino- que nos dejó en el Coliseo. Una enorme pizza por 9 € frente a este monumento para luego comenzar a recorrer sus rincones perdidos y llenos de historia.
Caminar por toda la ciudad con más de 30º y muchas botellas de agua parece ser la mejor recomendación para poder visitar Roma en época estival. Probablemente lo que más se conozca de esta ciudad es el Vaticano y todas las reliquias históricas que guarda en su interior. Se necesitan cerca de 20€ para poder entrar a todos los lugares, aunque hay algunos en los cuales se puede entrar gratis como lo es la Basílica di San Pietro. A mí gusto, lo mejor es la Capilla Sixtina en donde queda reflejada la maestría de la pintura de Miguel Ángel. Asimismo, la vista que se tiene de Roma desde la cúpula de la Basílica es admirable.
Luego de 3 noches en Roma, el tren regional nos lleva destino a Florencia en 4 horas. Firenze (su nombre en italiano) es una ciudad pequeña y aparentemente no muy interesante. Se hace necesario tener un poco de conocimiento de historia para saber que fue uno de los lugares en donde se estableció la familia Medici y toda su influencia financiera. Nos alojamos en dicha ciudad aunque nuestro real destino era conocer Pisa y su torre, acción que realizamos al día siguiente y que nos dejaría un poco desilusionados.
El siguiente destino fue Venecia, la ciudad de los canales. Lo primero que me llamó la atención fue tener que tomar un vaporetto para poder llegar a nuestro destino. Existe un sistema de transporte público que se lleva a través de líneas de botes que cumplen un itinerario y con ciertas estaciones, por 6,50 €. Llegamos a la isla donde nos alojábamos y nos quedamos dando vueltas un rato para luego ir a dormir, ya que el tren había partido a las 4.35 de la mañana y no habíamos dormido casi nada (los trenes de Italia son de lo más incómodo que hay). Recorrimos Venecia al día siguiente y caminos con una temperatura horrible de casi 30º, al sol, conociendo los rincones de una ciudad muy turística y curiosa, llena de puentes y canales cruzando la ciudad.
Al día siguiente se suponía que partíamos rumbo a París a las 9 de la noche, sin embargo, por una huelga de los funcionarios franceses, se canceló nuestro vuelo. La solución era viajar al día siguiente desde otro aeropuerto, por lo cual, nuevamente tuvimos que subirnos a un tren misterioso y bastante temible, con gente que parecía ser personajes de una película de terror. Llegamos a Bologna a eso de las 2.30 de la madrugada... sin encontrar ningún hostal y viendo como mejor opción quedarse a dormir en la estación y luego en el aeropuerto hasta que nuestro vuelo partiera a eso de las 14.30. Llegamos a París por la tarde, a un aeropuerto perdido en la distancia y con 1 hora y 30 minutos de distancia con la ciudad. Buscamos un hostal y llegamos una zona un poco extraña y temible, por lo que no nos movimos mucho durante ese día sino que aprovechamos de descansar para poder recorrer París durante todo el día siguiente, ya que no íbamos a tener más tiempo.
Un tour express de un día por París parece ser una locura y de hecho lo es, porque es imposible. Intentamos hacer lo más que pudimos y al menos me quedo satisfecho de que logré llegar a casi todos los lugares que quería. Las calles parisinas se ven llenas de historia, tan artísticas y simétricas que no me parece extraño que llamen la atención y que inspiren una armonía sin precedentes, convirtiéndola en lo que para mí siempre ha sido como la ciudad más bella de Europa, quizá el símbolo de la cultura y de su época dorada. Pero claramente, lo que más la identifica es la Torre Eiffel con su imponente altura que la ha transformado en un ícono parisino desde hace más de 100 años. Acabamos como a las 11 de la noche, muertos de cansados y preparándonos para nuestro vuelo que salía a las 9 de la mañana del día siguiente. Fue una experiencia increíble, desde el comienzo en el metro cuando se sube un tipo a tocar acordeón, desde ese momento me sentí en París. Aunque creo que será necesario volver a París una vez más para intentar recorrer todos esos secretos que se ocultan en cada esquina donde nacieron miles de historias, como las del Pont des Arts y los miles de candados como símbolo del amor eterno de algunos amantes.
Caminar por toda la ciudad con más de 30º y muchas botellas de agua parece ser la mejor recomendación para poder visitar Roma en época estival. Probablemente lo que más se conozca de esta ciudad es el Vaticano y todas las reliquias históricas que guarda en su interior. Se necesitan cerca de 20€ para poder entrar a todos los lugares, aunque hay algunos en los cuales se puede entrar gratis como lo es la Basílica di San Pietro. A mí gusto, lo mejor es la Capilla Sixtina en donde queda reflejada la maestría de la pintura de Miguel Ángel. Asimismo, la vista que se tiene de Roma desde la cúpula de la Basílica es admirable.
Luego de 3 noches en Roma, el tren regional nos lleva destino a Florencia en 4 horas. Firenze (su nombre en italiano) es una ciudad pequeña y aparentemente no muy interesante. Se hace necesario tener un poco de conocimiento de historia para saber que fue uno de los lugares en donde se estableció la familia Medici y toda su influencia financiera. Nos alojamos en dicha ciudad aunque nuestro real destino era conocer Pisa y su torre, acción que realizamos al día siguiente y que nos dejaría un poco desilusionados.
El siguiente destino fue Venecia, la ciudad de los canales. Lo primero que me llamó la atención fue tener que tomar un vaporetto para poder llegar a nuestro destino. Existe un sistema de transporte público que se lleva a través de líneas de botes que cumplen un itinerario y con ciertas estaciones, por 6,50 €. Llegamos a la isla donde nos alojábamos y nos quedamos dando vueltas un rato para luego ir a dormir, ya que el tren había partido a las 4.35 de la mañana y no habíamos dormido casi nada (los trenes de Italia son de lo más incómodo que hay). Recorrimos Venecia al día siguiente y caminos con una temperatura horrible de casi 30º, al sol, conociendo los rincones de una ciudad muy turística y curiosa, llena de puentes y canales cruzando la ciudad.
Al día siguiente se suponía que partíamos rumbo a París a las 9 de la noche, sin embargo, por una huelga de los funcionarios franceses, se canceló nuestro vuelo. La solución era viajar al día siguiente desde otro aeropuerto, por lo cual, nuevamente tuvimos que subirnos a un tren misterioso y bastante temible, con gente que parecía ser personajes de una película de terror. Llegamos a Bologna a eso de las 2.30 de la madrugada... sin encontrar ningún hostal y viendo como mejor opción quedarse a dormir en la estación y luego en el aeropuerto hasta que nuestro vuelo partiera a eso de las 14.30. Llegamos a París por la tarde, a un aeropuerto perdido en la distancia y con 1 hora y 30 minutos de distancia con la ciudad. Buscamos un hostal y llegamos una zona un poco extraña y temible, por lo que no nos movimos mucho durante ese día sino que aprovechamos de descansar para poder recorrer París durante todo el día siguiente, ya que no íbamos a tener más tiempo.
Un tour express de un día por París parece ser una locura y de hecho lo es, porque es imposible. Intentamos hacer lo más que pudimos y al menos me quedo satisfecho de que logré llegar a casi todos los lugares que quería. Las calles parisinas se ven llenas de historia, tan artísticas y simétricas que no me parece extraño que llamen la atención y que inspiren una armonía sin precedentes, convirtiéndola en lo que para mí siempre ha sido como la ciudad más bella de Europa, quizá el símbolo de la cultura y de su época dorada. Pero claramente, lo que más la identifica es la Torre Eiffel con su imponente altura que la ha transformado en un ícono parisino desde hace más de 100 años. Acabamos como a las 11 de la noche, muertos de cansados y preparándonos para nuestro vuelo que salía a las 9 de la mañana del día siguiente. Fue una experiencia increíble, desde el comienzo en el metro cuando se sube un tipo a tocar acordeón, desde ese momento me sentí en París. Aunque creo que será necesario volver a París una vez más para intentar recorrer todos esos secretos que se ocultan en cada esquina donde nacieron miles de historias, como las del Pont des Arts y los miles de candados como símbolo del amor eterno de algunos amantes.